NOLAN
Las horas pasan, ayudo a mi pequeña a vestirse. Escogió un vestido de color beige y un abrigo del mismo color. Está en mi cama esperando a que yo termine de arreglarme.
—Papi, ven —camina sobre el colchón y se queda al filo de la cama, me sostiene de las solapas de la chaqueta con sus pequeñas manos y busca mi mirada. —Eres el papá más hermoso del mundo, eres mi amor, papi —expresa muy sonriente y sus palabras me llevan al pasado.
Samara caminó despacio hacia mí y me tomó de las solapas de la chaqueta. Eres el esposo más bello de este mundo. Eres muy guapo, mi amor, voy a ser la envidia de todas —expresó y me dio un beso.
—Papi… —Me llama a la realidad mi pequeña.
—Tú también eres lo más bello de este mundo, mi princesa de chocolate —le digo y sin decir nada más me abraza. Es la misma actitud que tenía su madre.
—Te amo, mi muñeca.
—Yo te amo más, mi príncipe.
Le sonrió y, con cuidado de que no maltrate su vestido, la ayudo a bajar de la cama. Salimos de la habitación y nos dirigimos a la primera planta.
—¡Ay, qué guapos! Hasta que estrenaste el vestido Layan. Pareces una princesita —dice Nancy, viéndola con ternura.
—Soy una princesa —le responde dándose una vuelta haciendo que el vestido en la parte de la falda se abra con la acción que realiza.
—Ya volvemos, Nancy —le digo y tomo de la mano a Layan.
—Sí, señor.
—Te portas bien, Layan —le sugiere antes de que salgamos.
Abro la puerta del auto y la acomodo en el asiento del copiloto. Le pongo el cinturón de seguridad a pesar de que se queja.
—Es que me aprieta.
—No. Si no te lo pones, no viajas. Es importante usar el cinturón de seguridad.
—Está bien —responde de mala gana y se acomoda los rizos con cuidado.
Me subo rápidamente al auto, tengo el tiempo justo. No me gusta llegar tarde.
Enciendo el estéreo y se reproduce la canción El baile del gorila de la cantante y compatriota Melody. Es una canción que, a pesar de ser antigua, sigue siendo pegajosa.
—Todo el mundo tocando palmas —trato de imitar a la chica mientras golpeo con la palma de mi mano derecha el volante. Layan me sigue y solo ahí enciendo el auto. Nos acercamos a la puerta y veo que una mujer sale de la nada y se para frente al auto. Bajo el volumen de la canción.
—¡No puede ser! —digo entre dientes—. No la esperaba tan pronto —bajo el vidrio. —¿Azalea?
—¡Es ella, papi! Ella es la mujer que me habló en la reja —cuenta Layan, Azalea le muestra los dientes.
—Necesito hablar contigo, es urgente —habla, sonando a una orden y eso me molesta.
—Tú y yo no tenemos nada de qué hablar —le respondo con desdén. Noto que Layan está atenta y en silencio, observándonos a los dos.
—Sí, claro que sí, de mi nieta —suelta elevando el tono y entonces la sangre me empieza a hervir. La miro directamente a los ojos y si las miradas mataran, ella ya estaría en mejor vida.
«Qué descaro, ahora le llama nieta cuando ella fue la que la abandonó»
Por respeto a mi hija, no le respondo cómo se debe. Respiro, cierro los ojos y respondo buscando calmar la situación, porque que estoy seguro de que si le digo lo que amerita, ella va a armar un escándalo y Layan no se lo merece.
—Ahora no puedo. Te espero mañana a las ocho de la mañana en mi oficina.
Veo cómo va delineando una sonrisa de lada.
—Yo puedo esperarlos, no tengo problema —demuestra ansiedad.
—Tú no vuelves a pisar mi casa —contesto.
—Casa de mi hija, tú se la regalaste —me devuelve y voy viendo por dónde van sus intenciones.
—Pero, ¿qué significa esto? —Ahora sí hablo fuerte mostrando estar harto. —Te espero a las ocho de la mañana en mi oficina y confío en que seas puntual, porque bien sabes que odio la impuntualidad. Acelero sin dejarle responder más.
—¿Qué pasa, papi? ¿Quién es esa señora?
—Después te cuento, ¿te parece? Ahora tenemos que ir pronto al restaurante y pasar una velada agradable —le digo, disimulando mi molestia. No quiero responderle, no sin antes saber qué es lo que Azalea quiere.
Durante el camino no digo nada. Layan va tarareando una canción y, gracias a mi distracción, no logro recordar cuál es.
Llegamos al lugar indicado y lo primero que nos llama la atención es el gran letrero de madera que tiene letras doradas muy iluminadas.
—Papi, ¿qué dice ahí?
—Mi amor, hay letras que ya conoces.
—Pero no todas. Solo sé las de mi nombre.
—Bueno —realizo una mueca antes de responder—, ahí dice Mediterráneo.
—¿Así se llama el restaurante?
—Sí, mi princesa —apago el auto y me quito el cinturón de seguridad, ella también se lo quita.