NOLAN
Después de esa promesa nos acostamos a dormir. Está a mi lado derecho y tiene en una mano esa fotografía que me molesta y, a la vez, me trae recuerdos.
Se da vuelta hacia mí, nos quedamos frente a frente viéndonos, la detallo detenidamente y descubro por primera vez ciertos rasgos de Samara, sus labios, la forma de sus cejas. ¿Será que Layan se va a parecer tanto a su madre?
—Mi amor, yo ya te prometí algo. Ahora quiero que tú me prometas algo también.
—¿Qué, papi?
—Que nunca vas a dejar que nadie te trate mal, nadie te puede maltratar y si eso ocurre, tienes que contarme. Recuerda que tienes los mismos derechos que todos, nadie tiene que hacerte sentir menos, ¿por qué tú eres…?
—Layan Collins —contesta.
—¿Y quién es Layan Collins?
—Una niña inteligente, hermosa, solidaria, respetuosa y muy valiente —concluye la frase que durante los dos últimos años le he venido enseñando.
Para mí es importante fortalecer su autoestima porque estoy seguro de que no faltará más de uno que quiera dañarla.
—Esa es mi niña. —Le sonrío y nos quedamos dormidos.
Al día siguiente me levanto temprano, me doy un baño, me acicalo y cuando menos lo pienso Layan ya está despierta.
—Buenos días, papi —se frota la cara.
—Hola, mi princesa —me inclino para darle un beso en la mejilla. —¿Cómo dormiste?
—Bien.
—Pues yo mal, duermes terrible, te mueves para todos lados, te quitas las sábanas, das patadas. Casi me das un golpe en la cara.
—¿Yo hice todo eso? —pregunta incrédula.
—Sí mi amor.
—Es que soy una luchadora.
—Creo que sí, pero hoy jovencita duerme en su habitación. ¡Entendido!
—¡Ajá! Papi, ya te vas a ir a tu oficina.
—Sí mi amor. Te vas a quedar con Nancy.
—Voy a estar muy aburrida, no tengo amigos —dice haciendo pucheros.
—Pues… —Me siento en el filo de la cama—. Muy pronto eso se va a terminar, porque vas a ir a un colegio donde tendrás muchos amigos.
—¿De verdad papi? —expresa dejándome ver su emoción.
—Sí, mi niña. Pero mientras tanto, seguirás con las clases de pintura —me pongo de pie. —Te portas bien, obedeces y, sobre todo, comes todo. Okay.
—Lo prometo —levanta su manito derecha, acentuando su promesa. Le doy un beso en la frente, agarro mi chaqueta, mi maletín y abandono mi habitación.
—Señor, buenos días.
—Hola, Nancy —la miro a los ojos—. Layan ya está despierta. Por favor, cuídamela mucho, cualquier cosa que se ofrezca me llamas y si no contesto…
—Si no contesta localizo al señor Omar. Vaya tranquilo.
—Gracias, me espera un día muy pesado y ya sabes, después de Omar, a ti es la única persona que le confío a mi niña.
—Lo sé, por eso y me disculpa he estado pensando en que no es necesario contratar a una nueva niñera Emilia y yo podemos con la casa y con la niña.
—¿Estás segura qué van a poder con todo?
—Sí.
—Bueno, lo voy a pensar. Pero gracias. Nos vemos en la tarde —expreso y salgo directo a la constructora.
Subo al piso y no encuentro a mi secretaria, por acto reflejo miro el reloj de mi muñeca.
—Faltan diez minutos —musito y paso directo a mi oficina.
Tenemos un nuevo proyecto que se va a ejecutar en nuestra filial de Londres y tengo que supervisar unos planos. Confío en mi equipo, pero si he posicionado esta empresa es porque siempre estoy encima de todo.
—Necesito los planos del proyecto… —digo, y como Lucrecia aún no llega, me levanto a buscarlos.
Al salir de la oficina, escucho risas y murmullos que vienen del coffee corner, de inmediato mi frente se frunce. Me dirijo hasta el lugar en completo silencio. Me encuentro a la contadora y a uno de mis arquitectos promesa sentados cada uno con una taza de café. Ella le está indicando algo en su celular.
—Mira, después de todo es bonita la niña. No cabe duda —dice la contadora Yolanda.
—No, pero es que su madre era un monumento, qué mujer más bella, cuerpazo, y esos ojos. Su boca, qué labios carnosos tenía —menciona Luis.
Siento la ira crecer en mi interior.
—Ya, detente, cualquiera diría que estabas enamorado de ella.
—Enamorado no, pero uno como hombre sueña con algo inalcanzable —responde él.
—Sí, muy bonita y todo lo que quieras, pero adultera, y esta mocosa —no quita la mirada de la pantalla —es la prueba de ello —la sangre me hierve, sin embargo, me quedo ahí escuchando.
—¡Exacto! —se ríen, sus palabras están llenas de malicia—. El jefe aguantó eso… ¡Y se quedó con la prueba viva de esa traición!
—Fue a terapia por dos años. Ese cuerno lo dejó mal —cuenta con regocijo Yolanda.