El amor no tiene color

12. Mal presentimiento.

NOLAN

Después de la reunión que tuvimos con el equipo, le cuento a Omar lo sucedido y está igual que yo indignado. Me celebra que le haya puesto en su lugar a Carol, los empleados y sobre todo a Azalea.

—No puedo creer cómo hay gente tan sinvergüenza. Pero hiciste bien, nadie que hable o se refiera mal de mi muñeca merece compasión. Sin embargo, ¿estás consciente de que a lo largo de la vida de Layan vas a recibir comentarios como esos?

—Sí, lo sé. Todos hablarán, pero eso no me importa, lo que me interesa es proteger el corazón de mi hija y sé que no lo voy a poder hacer siempre porque no le puedo mantener en una burbuja y lo sabes. Pronto irá a la escuela y descubrirá su verdadera identidad.

—Para eso has venido trabajando en su inteligencia emocional, en su autoestima. Es una niña muy lista, sabrá entender.

—Eso espero —respondo viendo las fotografías que me llegaron por parte del periodista.

—Por cierto, ¿la puedo llevar al cine? Es que, como me voy a ausentar dos meses, no quiero que me extrañe —se hace el importante y presumido.

—Está bien. Y hablando de eso, ya sabes dónde te vas a quedar.

—Si alquilé un departamento que tiene vista al Central Park —me presume—. Cristina me ayudó con eso.

—Ah, Cristina —sonrío, mientras me acomodo sobre la silla—. Qué bien, me da gusto que estés bien con ella. Yo también ya le diré a Lucrecia que me consiga algo en Londres. Luego viajaré a New York y nos reunimos. ¿Te parece?

—Irás con mi muñeca.

—Obvio, sabes que no la dejo sola.

—¿Y ya conseguiste, niñera?, porque se te va a complicar trabajar con ella en Londres.

—Pues no. Creo que llevaré a Nancy.

—¿Resistirá? La mujer es de edad avanzada.

—No es tanto, tiene cincuenta y está bien conservada. Además, solo serán unos días.

—Mmm. Oye, ¿irás donde mi tía Grace?

—No he hablado con ella, ni con Amelia, así que no. Me quedaré en el hotel de siempre.

—Me parece bien.

Seguimos trabajando y al caer la tarde, Lucrecia me informa que tanto Yolanda como Luis ya no forman parte de la empresa y saber eso me da alivio. He dejado un precedente. Nadie osará hablar mal, no de mí, mucho menos de mi hija. Sé lo que todos piensan, no obstante, se tragarán su pensamiento, no lo andarán gritando a los cuatro vientos, al menos no cerca de mí.

Vamos a casa. Omar va en su auto y yo en el mío. Parqueamos. Abro la puerta y me llevo una gran sorpresa, mi primo está a mi lado izquierdo y los dos al mismo tiempo giramos para vernos a la cara. Tenemos a Layan justo a unos cuantos centímetros de distancia, es como si nos hubiese estado esperando.

—¿Qué significa esto? —pregunto al ver que está casi inmóvil, mientras el animal que tiene entre sus brazos no deja de moverse, está luchando por bajar de sus brazos.

—¡Hola, tío! Hola, papito lindo. Es mi nueva mascota, y se llama Mechas —cuenta entusiasmada tomándole como puede una patita haciéndole saludar.

—¡Mechas! —exclamo analizando al animal, está mechoso, seguramente por eso el nombre.

—Sí. Verdad que es hermoso.

No le respondo. Seguimos los tres hasta la sala, Layan se queda de pie a mi lado sin soltar al animal.

—¿De dónde salió ese perro? —investigo con seriedad.

—Lo encontré en el jardín. Estaba llorando y muy asustado.

—Mi amor —le digo con dulzura—, eso no lo hace tuyo, debe tener dueños.

—No, Hugo, fue a ver si alguien lo estaba buscando, pero nadie lo buscó, ya es mío papá y de aquí no se va —Sentencia aferrándose al animal. —Nancy y yo lo bañamos, solo hay que llevarlo a la peluquería y ya.

—Primo, querido, déjala —se acerca Omar y lo agarra de inmediato, empieza a examinarlo. —Es un bichón maltés y es un macho. Ideal para mi muñeca. —Lo fulmino con la mirada.

—Quizá mi mami me lo mandó del cielo para que no esté tan solita —expresa volviendo a tomar al perro. —Por favor, papi, es mi amigo —habla con un tono de tristeza y sobre todo haciéndome pucheros.

—Primero no estás sola —cambio el tono de voz. Omar me hace señas con los ojos, respiro—. Hagamos algo, antes de aceptarlo, nos vamos a cerciorar de que no tenga dueños, no queremos que alguien más sufra por no encontrarlo —digo y para aclarar la situación aparece Nancy. Nos cuenta de que el perro había llegado a casa, aparentemente asustado, como si hubiese estado huyendo de algún lado.

—Ves, papi. ¿Me lo puedo quedar para siempre?

—Nancy, por favor, llévate al… A Mechas, un momento, por favor —ella me obedece—. Ven aquí —le indico y tomó asiento. Ella se encarama sobre mi regazo y me abraza del cuello para darme un beso en la mejilla. Poniéndose muy cariñosa. Omar nos mira con gracia. —Escúchame antes de que te quedes con el perro. Tener una mascota es una responsabilidad. Te la puedes quedar siempre y cuando te hagas responsable de darle de comer, de beber y sobre todo limpiar su popó. Ni Nancy, ni Emilia y mucho menos Hugo lo harán. Recuerda que es una mascota, un ser vivo, no es un juguete con el cual juegas, te aburres y luego lo dejas. Entendido —le topó con mi índice la punta de su nariz.




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