El Amor No Tiene Género

El Descubrimiento Inesperado

Mateo siempre había sido un observador. No de esos que se esconden en las sombras, sino de los que notan los pequeños detalles que hacen especial a alguien. Y Sofía, para Mateo, era un universo entero de detalles fascinantes. Desde la forma en que se mordía el labio inferior cuando estaba concentrada, hasta la risa contagiosa que brotaba de ella cuando algo la divertía de verdad. La conocía desde la infancia, habían crecido juntos en el mismo barrio, compartido pupitre en la escuela y ahora compartían la misma energía vibrante de la universidad. Pero para Mateo, esa cercanía era solo el preludio de algo más grande, algo que él sentía latir con fuerza en su pecho cada vez que sus miradas se cruzaban.

Estaba convencido. Sofía era el amor de su vida. Había ensayado mil discursos en su cabeza, visualizado mil escenarios perfectos para declararle su amor. Hoy era el día. Había elegido el lugar perfecto: el viejo roble del parque donde solían jugar de niños, un lugar cargado de recuerdos y, esperaba, de un futuro compartido. Llevaba una pequeña caja con un detalle que sabía que le encantaría, algo que él mismo había encontrado en una tienda de antigüedades, pensando que era tan único y especial como ella.

Mientras caminaba hacia el parque, con el corazón latiéndole a mil por hora y una mezcla de nerviosismo y euforia recorriéndole el cuerpo, escuchó una conversación que lo detuvo en seco. Provenía del banco bajo el mismo roble, el lugar que él había elegido. Eran las voces de Sofía y Ana, su mejor amiga, la que Mateo siempre había visto como una figura distante, casi inalcanzable para él. Se acercó sigilosamente, escondiéndose detrás de un arbusto cercano, esperando que la conversación terminara para poder tener su momento. Pero lo que escuchó lo dejó helado.

"No puedo creer que estemos hablando de esto, Ana," dijo Sofía, su voz llena de una dulzura que Mateo nunca había escuchado dirigida hacia él. "Pero es la verdad. Te quiero. Te quiero de una manera que nunca pensé que sentiría por nadie."

Un silencio cargado de emoción siguió a las palabras de Sofía. Mateo sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Esperó, con la esperanza de que Ana respondiera con rechazo, con confusión, con cualquier cosa que pudiera devolverlo a su realidad. Pero entonces, escuchó la voz de Ana, suave y llena de afecto: "Y yo a ti, Sofi. Siempre."

El mundo de Mateo se desmoronó en ese instante. La imagen de Sofía, la que él había construido en su mente como su destino, se hizo añicos. El amor que él sentía, tan puro y tan seguro, chocó de frente con una realidad que lo dejaba sin aire, sin palabras, sin nada. Se dio la vuelta, dejando caer la pequeña caja al suelo sin darse cuenta. Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, no de tristeza, sino de una profunda confusión y un dolor que no sabía cómo procesar.

Se sentó en el césped, a varios metros del roble, sintiéndose invisible. Miró al cielo, buscando respuestas que no llegaban. Sofía, su Sofía, amaba a Ana. Era lesbiana. La idea era tan ajena a sus pensamientos que al principio le costó asimilarla. Luego, un torbellino de emociones lo invadió: la decepción, la rabia, la impotencia. Pero debajo de todo eso, una chispa extraña y persistente comenzó a encenderse.

¿Por qué Sofía era así? ¿Qué la hacía sentirse así? Empezó a pensar en ella, en su forma de ser, en su inteligencia, en su bondad. Si ella amaba a otra mujer, ¿significaba que él nunca podría ser suficiente? La pregunta lo atormentaba. Y entonces, en medio de su desesperación, una idea tan descabellada, tan improbable, tan aterradora, cruzó su mente como un relámpago. Una idea que, en su estado de shock, parecía la única salida, la única forma de intentar entenderla, de intentar acercarse a ella, de, quizás, solo quizás, ganarse su amor.

¿Y si él pudiera ser alguien que Sofía pudiera amar? ¿Y si él pudiera ser una mujer? La idea de cambiarse de sexo, aunque monstruosa y ajena a todo lo que conocía, comenzó a germinar en su mente, alimentada por el dolor y una determinación naciente. El camino sería largo, incierto, y probablemente lleno de obstáculos inimaginables. Pero en ese momento, bajo el cielo indiferente, Mateo sintió que no tenía otra opción.




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