El Amor No Tiene Género

El Laberinto De La Duda

Los días siguientes a aquel encuentro en el parque se sintieron como una eternidad suspendida en el tiempo. Mateo se movía por la universidad como un fantasma, sus pensamientos atrapados en un bucle constante. Cada mirada de Sofía, cada palabra que ella pronunciaba, ahora estaba filtrada por el prisma de su revelación. Intentaba descifrar si había alguna señal que él hubiera pasado por alto, alguna pista en su comportamiento que ahora cobraba un significado completamente nuevo.

La idea de cambiar de sexo, tan radical y ajena, se había instalado en su mente como una semilla persistente. Al principio, la rechazaba con todas sus fuerzas. Era absurdo, imposible, una locura. Él era Mateo, un chico. Pero la imagen de Sofía riendo con Ana, la dulzura en su voz, la intimidad que compartían, lo perseguían sin descanso. ¿Podría él, de alguna manera, encajar en ese mundo? ¿Podría llegar a ser la persona que Sofía amaba?

Una tarde, mientras navegaba por internet sin rumbo fijo, tropezó con un foro sobre identidad de género. Al principio, solo leía con curiosidad, un observador más en un mar de experiencias ajenas. Pero a medida que avanzaba, las historias de personas que habían sentido una profunda desconexión con su sexo asignado al nacer, que habían transitado hacia una nueva identidad, comenzaron a resonar en él de una manera que lo desconcertó. No se sentía *exactamente* como ellos, al menos no conscientemente, pero la idea de la transformación, de la posibilidad de ser otro, de moldearse a sí mismo para encajar en un anhelo profundo, empezaba a parecerle menos imposible.

Se sentía dividido. Por un lado, el Mateo que siempre había conocido, con sus amigos, sus gustos, su vida tal como era. Por otro, una incipiente curiosidad, una atracción casi morbosa hacia la idea de explorar un camino completamente desconocido. Era como mirar un abismo: aterrador, pero también extrañamente hipnótico.

Una noche, mientras estaba solo en su habitación, se miró al espejo. Observó su rostro, sus facciones masculinas, su cuerpo. Intentó imaginarlo diferente. Se puso una camiseta vieja de su madre, tratando de emular una figura más esbelta. Se recogió el pelo con una goma, tratando de ver cómo se vería con el cabello más largo. Las imágenes que veía eran torpes, artificiales, pero la sensación que le provocaban era extraña y poderosa. Era una mezcla de vergüenza, de descubrimiento y de una incipiente esperanza.

Empezó a investigar discretamente. Buscó información sobre tratamientos hormonales, sobre cirugías, sobre el proceso de transición. Cada artículo, cada testimonio, lo sumergía más en un mundo del que no sabía nada. Sentía que estaba abriendo una puerta hacia un territorio desconocido, un laberinto de dudas y posibilidades.

Una de las cosas que más le preocupaba era cómo Sofía reaccionaría si supiera algo de sus pensamientos. ¿Lo vería como un loco? ¿Se alejaría de él para siempre? La idea de perderla por completo, incluso antes de haber tenido la oportunidad de declararle su amor, era insoportable. Pero, ¿qué clase de amor era ese que se basaba en una mentira, en una identidad que no era la suya?

Una tarde, se encontró con Sofía en la cafetería de la universidad. Ella estaba sentada en una mesa con Ana, riendo y compartiendo un café. Mateo sintió un nudo en el estómago. Se acercó a su mesa, con el corazón latiendo con fuerza.

"Hola, Sofía. Hola, Ana," dijo, tratando de sonar casual.

Sofía lo miró, y por un instante, Mateo creyó ver un destello de algo en sus ojos, algo que podría ser reconocimiento, o quizás solo cortesía. "Hola, Mateo," respondió ella con una sonrisa amable.

Ana simplemente asintió con la cabeza.

Mateo se quedó de pie, sin saber qué decir. Quería preguntar, quería entender, pero las palabras se le atoraban en la garganta. Se sentía tan diferente a ellas, tan fuera de lugar.

"¿Necesitas algo, Mateo?" preguntó Sofía, su tono era suave, pero también un poco distante.

"No, nada. Solo... pasaba por aquí," logró decir Mateo, sintiéndose ridículo. Se despidió con un gesto torpe y se alejó, dejando atrás la escena que lo atormentaba.

Mientras caminaba por los pasillos de la universidad, la dualidad de su existencia se hizo más evidente que nunca. Estaba atrapado entre dos mundos, dos identidades, dos amores posibles. Y el camino que se abría ante él, el camino de la transformación, se sentía cada vez más real, aunque también más aterrador. La duda era un laberinto, y él estaba perdido en su interior, buscando una salida, una respuesta, una forma de ser que lo acercara a Sofía, sin importar el costo.




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