El Amor No Tiene Género

Encuentros Fortuitos

La galería de arte era un refugio de calma y belleza, exactamente como Luna lo recordaba. Había elegido ese lugar con la esperanza de que fuera un punto de encuentro natural, un espacio donde las almas afines pudieran cruzarse sin forzarlo. Recorrió las salas, admirando las obras con una apreciación genuina, mientras su corazón latía con una mezcla de expectativa y un toque de ansiedad.

Y entonces, la vio. Sofía estaba absorta frente a un lienzo abstracto, su perfil iluminado por la luz que entraba por los grandes ventanales. Luna sintió una punzada de familiaridad y una oleada de ternura. Se detuvo a una distancia prudencial, observándola por un instante, maravillada por la forma en que su concentración se reflejaba en su rostro.

Respiró hondo, recordando las palabras del Dr. Ramírez sobre la autenticidad y la paciencia. No era el momento de grandes revelaciones ni de confesiones apasionadas. Era el momento de un saludo, de una conexión humana simple.

Esperó a que Sofía se moviera hacia la siguiente obra y, con una sonrisa amable, se acercó.

"Disculpa," dijo Luna, su voz sonando suave y melodiosa, con esa dulzura que ahora le era tan natural. "Es una pieza realmente cautivadora, ¿no crees? Me intriga la forma en que el artista juega con las texturas."

Sofía se giró, y sus ojos se encontraron con los de Luna. Hubo un instante de reconocimiento, una chispa de curiosidad en la mirada de Sofía. Una leve sorpresa, quizás, pero nada que Luna no pudiera manejar.

"Oh, sí," respondió Sofía, su voz cálida y amigable. "Completamente de acuerdo. Hay algo en la profundidad de los colores que te atrapa."

Se produjo un breve silencio, un espacio para que la conexión se estableciera. Luna sintió que la sinceridad de su interés era palpable.

"Soy Luna, por cierto," se presentó, extendiendo una mano.

Sofía sonrió, una sonrisa genuina que iluminó su rostro. "Sofía. Encantada, Luna."

El apretón de manos fue firme pero delicado. Luna sintió una corriente eléctrica sutil, una confirmación de que la atracción que había sentido antes no era solo una fantasía.

Comenzaron a hablar sobre el arte, compartiendo sus impresiones y descubriendo puntos en común en sus gustos. La conversación fluyó con una naturalidad sorprendente. Luna se maravillaba de la facilidad con la que Sofía se expresaba, de su inteligencia y de la pasión que ponía en sus palabras. Cada comentario de Sofía, cada gesto, era analizado por Luna con una atención casi científica, buscando señales, buscando esa chispa que indicara una reciprocidad.

"¿Vienes a menudo por aquí?", preguntó Sofía, mientras ambas se dirigían hacia la salida.

"A veces," respondió Luna, sintiendo una oleada de alegría ante la pregunta. "Me gusta la atmósfera tranquila. Y tú, ¿eres una habitual de las galerías?"

"Intento venir cuando puedo," dijo Sofía. "Es una buena forma de desconectar."

Justo cuando estaban a punto de despedirse, Luna reunió todo su coraje. "Sabes," dijo, con una sonrisa un poco más audaz esta vez, "estaba pensando en ir a tomar un café a ese lugar de la esquina, el que tiene terraza. ¿Te apetece acompañarme? Si no tienes prisa, claro."

El corazón de Luna dio un vuelco. Era un riesgo, un paso más allá de la conversación casual, pero sentía que era el momento.

Sofía la miró por un instante, una pequeña pausa que a Luna le pareció una eternidad. Luego, una sonrisa se dibujó en sus labios. "Me encantaría, Luna. Suena perfecto."

Mientras caminaban juntas hacia el café, Luna sintió una profunda gratitud. No solo por la invitación aceptada, sino por la valentía que había encontrado en sí misma. Era un paso pequeño, un café entre dos desconocidas, pero para Luna, era el comienzo de todo. Estaba ganándose la confianza de Sofía, una conversación a la vez, un encuentro fortuito a la vez. Y la esperanza de que ese amor soñado pudiera florecer, ahora se sentía más real que nunca.




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