Los días que siguieron a la ruptura con Ana fueron una mezcla de melancolía y determinación para Sofía. Las mañanas eran las más difíciles, cuando el silencio del apartamento se sentía amplificado por la ausencia de Ana. Los pequeños recordatorios de su relación estaban por todas partes: una taza que compartían, una canción que solían escuchar, el lugar en el sofá donde solían acurrucarse. Cada uno de ellos era un pinchazo en su corazón, pero poco a poco, Sofía empezó a aprender a navegar por ese dolor sin dejarse ahogar.
Luna se convirtió en su constante compañera. No la dejaba sola en sus momentos de debilidad, pero tampoco la dejaba caer en la autocompasión. La sacaba de casa, la llevaba a caminar por el parque, la invitaba a ver películas tontas o simplemente se sentaba a su lado en silencio, ofreciendo una presencia reconfortante.
"¿Sabes qué, Sofi?" dijo Luna una tarde mientras tomaban un café en una terraza soleada. "Creo que es hora de que te reconectes contigo misma. ¿Qué es lo que te gusta hacer? ¿Qué te hace feliz?"
Sofía lo pensó por un momento. Había pasado tanto tiempo enfocada en su relación con Ana que había dejado de lado muchas de sus propias pasiones. "Siempre quise volver a pintar," confesó, un brillo tenue apareciendo en sus ojos. "Hace años que no toco un pincel."
"¡Pues esa es la actitud!" exclamó Luna con entusiasmo. "Mañana mismo vamos a una tienda de arte y te compramos todo lo que necesites. ¡Vamos a llenar tu apartamento de color de nuevo!"
Al día siguiente, cumpliendo la promesa, Luna acompañó a Sofía a una tienda de arte. El olor a óleo y trementina, la variedad de colores vibrantes, todo ello comenzó a despertar algo dentro de Sofía. Eligió lienzos, una caja de pinturas acrílicas y un set de pinceles. Era un pequeño paso, pero se sentía como un gran avance.
De vuelta en casa, con todo preparado, Sofía sintió una mezcla de nerviosismo y anticipación. Se puso un delantal viejo, preparó sus materiales y, por primera vez en mucho tiempo, se permitió crear sin la presión de la aprobación de nadie. Al principio, sus trazos eran torpes, vacilantes, reflejo de su estado de ánimo. Pero a medida que se adentraba en el proceso, la concentración la absorbía. Los colores empezaron a fluir sobre el lienzo, mezclándose y creando formas que expresaban la melancolía, la confusión, pero también una incipiente esperanza.
Luna la observaba desde la puerta, una sonrisa cálida en su rostro. Ver a Sofía perdida en su arte, redescubriendo una parte de sí misma, era la mejor señal de que su amiga estaba en el camino correcto.
"Esto es... esto es bueno, Luna," dijo Sofía, mirando su obra con una mezcla de asombro y satisfacción. "Me siento... mejor."
"Lo sé, Sofi. Lo sé," respondió Luna, acercándose para abrazarla. "Estás sanando. Y vas a estar bien. Vas a estar más que bien."
Los días siguientes se llenaron de pintura, conversaciones profundas con Luna, y pequeños momentos de alegría redescubierta. Sofía aún tenía días difíciles, pero ahora tenía herramientas para enfrentarlos, y sobre todo, tenía a Luna a su lado, recordándole su fuerza y su valor. La reconstrucción de su presente estaba en marcha, lienzo a lienzo, conversación a conversación.
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Editado: 24.09.2025