El amor y sus formas

Capítulo 1

Estoy perdida. Ese es el primer pensamiento que salta en mi mente apenas levanto la vista para encontrarme con edificios antiguos ajenos a mi memoria. Mi desesperación no es la de estar en un lugar desconocido sin sentido de la ubicación, sino el de estar en un lugar desconocido sin sentido de la ubicación a una hora poco placentera para una mujer solitaria.

En mis adentros estoy rogando que la noche se haga esperar y me regale un par de horas más para obligarme a mi misma a recordar de nuevo el camino correcto hacia la posada donde me estoy quedando.

Mamá me advirtió que viajar sola no sería la mejor idea. Lo que en realidad quiso decir era que no era conveniente que yo viaje sola porque, como dije anteriormente, mi sentido de la ubicación es nulo, pero como cada vez que en mi vida me dijeron que no y yo dije si, esta no fue para nada la excepción.

Tampoco voy a decir que ella tenía razón, porque no. Bueno si. Pero no voy a admitirlo. Giro el mapa en mis manos otras tres veces convenciéndome a mi misma que sé exactamente donde estoy parada y de esa forma será fácil encontrar la salida de este laberinto llamado pueblo.

Aunque si me sirve de consuelo, prefiero estar perdida en un rincón de Italia a estarlo en ciertas áreas de Nueva York.

Si giro aquí a la izquierda llegaré a otra calle que lleva hacia…alguna parte. Maldigo para mis adentros por haber decidido tener un mapa de mano a un GPS. No pienso morir antes de ir a esa feria de quesos. Voy a comer todo el queso que mi cuerpo me permita, esa será la muerte perfecta, no intentando leer un mapa.

— Disculpe, ¿puede ayudarme?

Algo parecido a un balbuceo –o por lo menos eso es lo que me parece oír– sale de la boca de esa mujer.

— Lo siento, no hablo italiano. —Ahora que lo pienso bien, tal vez debería haber aprendido algo del idioma antes de aventurarme. Como dije, no suelo tomar buenas decisiones. No planeo cosas, simplemente sigo el curso de la vida de la manera más espontánea posible porque, ¿qué gracia hay en anticiparlo todo cuando puedes dejar que el destino te sorprenda? ¿Verdad?

Otras cuantas palabras salen de su boca con rapidez y empiezo a malhumorarme. No con ella, conmigo misma.

— Si… ¿alguien aquí puede entenderme?

— No vas a conseguir nada, —un muchacho de unos diecisiete años aparece junto a una puerta de rejas coloradas— debiste aprender algunas frases en italiano si venías de visita. —su fuerte acento italiano me resulta gracioso entonando frases en mi idioma.

— Gracias por recordarme mi ignorancia.

— Soy Pietro. —se acerca y tiende su mano en forma de saludo.

— Ava.

Es un poco más alto que yo y tiene rastros de tierra en las mejillas, seguramente estuvo trabajando en el jardín— ¿Necesitas encontrar un lugar?

— Si, —exclamo con una pizca de esperanza— esta posada. —le muestro el mapa que sostengo.

— ¡Ah! —Exclama— La conozco, ven, —me hace una seña para que lo siga— te acompaño.

— No debería confiar en desconocidos, —lo digo más para mí misma que para él— primera regla del viajero.

Una expresión de confusión mezclada con diversión cruza sus facciones— Creí que la primera regla era tener todos los documentos al día.

Lo miro con seriedad. Tiene razón y ahora me siento una tonta pero no voy a decirlo en voz alta.

— Bueno si. Muy importante. —finjo sacar una pelusa de mi camiseta blanca— Pero igualmente debería ser cautelosa.

— Y lo respeto. —Sonríe asintiendo— Bien, tú estás aquí, —me indica como si estuviera hablando con una niña— sigue este camino y llegarás a este vecindario, —su tono empieza a rozar lo burlesco y eso llega a molestarme, pero no digo nada porque lo único que quiero es volver al cuarto y tomar una larga ducha caliente— tomas esta dirección y encontrarás el edificio a unos pasos.

— Sabía que no estaba tan errada. —contesto entre dientes mientras empiezo a caminar.

— ¡Suerte! —grita detrás de mí. Volteo apenas y asiento una vez.

— ¡Gracias!

La próxima vez que intente salir a hacer algo de senderismo debería  seguir una ruta preparada y no tantear el camino al azar.

Como Pietro había predicho, la posada se encuentra justamente donde marcó y me alegro de ello porque mis pies no están en su mejor momento ahora, aunque la rodilla es lo que más me molesta.

Soy pésima para conducir, y lo admito abiertamente. Me pongo nerviosa y el estrés se apodera de mi cuerpo. Cuando tenía quince saqué el auto de papá a dar una vuelta acompañada de una vecina y buena amiga. Su idea era darme una clase antes de dar mi prueba y que papá no estaba en la ciudad y no podría ayudarme en eso.

Lo siguiente que pasó fue que terminé estrellada contra el garaje de una familia de la zona y mi rodilla derecha golpeo contra la palanca de cambios. No pregunten, fue horrendo y totalmente esperado. Cabe aclarar que no conseguí mi permiso para conducir esa vez, me castigaron dos meses y el sueldo de mi trabajo de medio tiempo en la cafetería fue directo a pagar la reparación de la puerta del garaje. Sin contar que estuve con la rodilla vendada unas semanas y dolía como la mierda.




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