— ¡Ava espera! —su acento británico aún sigue ahí. Me pregunto si luego de la graduación volvió directo a Manchester. Lo más probable es que si. Siempre fue así de predecible, es más, ni siquiera debería estar aturdida por el hecho de que tenga una casi esposa. Apuesto a que incluso ya tiene una casa lista para mudarse y estén planeando en qué año empezar a tener hijos. Así de predecible es. — Me sorprendiste.
Sonrío para mí misma un segundo sin dejar de caminar y lo miro de reojo cuando llega a mi lado.
— Si, lo de las sorpresas siempre fue lo mío. —contesto intentando ocultar el atisbo de desdén en mi tono.
Respira profundamente y corta mi paso colocándose frente a mi— No esperaba encontrarte aquí.
— Puedo decir lo mismo. —Cruzo mis brazos para evitar que la mancha de vino continúe a la vista— Vine a comer queso. —suelto sin pensar. Es lo más estúpido que dije hoy. Ayer tuve un inconveniente con una señora en el bazar. Su atuendo tenía plumas y era colorido. Se parecía a un pavorreal. Al parecer dije ese pensamiento en voz alta porque me miró de forma despectiva y juro que pude ver como las plumas de su abrigo se encrespaban como si fuesen una segunda piel que intentaban alertar a la presa de un posible ataque.
Intenté escudarme con palabras pero pareció empeorarlo todo cuando dije que los pavorreales están infravalorados y que deberían darles un poco más de atención por su belleza. Después me dijo algo que relacioné a las palabras “no me digas gorda”. Y le expliqué que su peso no es de mi incumbencia. Un hombre que se encontraba por el lugar decidió entrometerse en la conversación y empezó a traducir lo que le acababa de decir.
Lo cierto es que no tengo idea alguna de si realmente dijo mis palabras o terminó de hundirme al usar términos incorrectos. Aposté por la segunda porque la mujer me sacó de su negocio casi con la ayuda de una escoba.
— Viniste desde Estados Unidos a comer queso. —entrecierra los ojos intentado creer en mis palabras. Por supuesto no lo hace, ni siquiera yo lo haría.
— Está de moda. —me defiendo. Aunque no estoy equivocada y puedo mostrarle las fotos en mi teléfono de personas de todo el mundo que vino exclusivamente a este evento. No me gustan las redes sociales pero esta vez podrían ser de mucha ayuda.
— Oliver, ayúdame con estas bolsas, per favore. —La voz de una mujer mayor interrumpe nuestro diálogo y lo agradezco porque necesito un tiempo fuera. Siento como mis axilas empiezan a traspirar y mis nervios merecen un descanso.
El chico –ahora un hombre– corre de inmediato a su encuentro y levanta el peso en bolsas de tela ecológicas sin ningún esfuerzo.
Los ojos de la recién llegada se posan sobre mí o eso es lo que creo dado que también lleva lentes de sol. Lo confirmo cuando se los quita y su mirada me barre por completo como si fuese un pedazo de carne en exhibición. Es la segunda vez que me siento así el día de hoy y definitivamente no me gusta.
No tarda en volver su atención a mi rostro. Se acerca paso a paso con cautela y su forma de mirarme cambia rotundamente. El escrutinio de antes cambia a un repentino añoro, o tal vez melancolía.
— Vaya, siento como si hubiera tenido un encuentro con el pasado en un instante.
No tengo idea que decir y no lo hago porque sus manos viajan rápidamente a mis mejillas con un toque casi maternal. — ¿Te conozco de algún lado, querida? —su voz es cálida.
Me tomo un momento indagando en mis recuerdos más profundos pero no tengo nada.
— No lo creo. No soy de aquí.
— Su nombre es Ava Scott. —Interfiere Oliver desde un costado. La atención de ambos está sobre mí como si fuese un conejillo de indias y estuvieran esperando alguna reacción de mi parte.
— Ava Scott, Ava…, —repite la mujer con su fuerte acento italiano hasta que algo parece hacer click en su mente. — ¿La Ava de Melinda? ¿Sí sabes quién es ella? —insiste dando un paso hacia mí.
Mi mano se cierra con fuerza alrededor del asa del bolso que cuelga de mi hombro— ¿Melinda Lewis? —La mujer asiente— era mi abuela.
Su rostro se ilumina completamente y eso me entristece aun más por alguna razón.
— Cielo Santo, —niega volviendo a repasarme con sus ojos, esta vez de una manera más relajada casi fraternal—eres una copia casi perfecta de ella.
— ¿La conoció? —casi ríe ante esa pregunta.
— Claro que sí, pero —se pone seria de repente— ¿por qué hablas en tiempo pasado? No me digas que…
— Falleció hace unos meses. —Vaya, esas palabras aun duelen. He llorado su partida como ninguna otra, y el hecho de que la herida sigue aun al rojo vivo no lo hace más fácil.
Y al parecer para la persona frente a mí tampoco.
— Dios, no es posible. —Tambalea dando un paso hacia atrás y tanto Oliver como yo corremos para auxiliarla.
— ¿Quiere tomar asiento? —mi culpabilidad crece— Lo lamento, no pretendía decirlo tan abrupto.
— No, no, yo…—sus ojos, ahora un poco más claros y rosados alrededor, me miran con suma tristeza— lo siento mucho, querida. Si es doloroso para mí ni me imagino lo que debes sentir tú.