Los bazares siempre fueron mis favoritos. Me gustan las cosas únicas además de que todo es más barato aquí. En especial lo último.
Husmeo por un puesto donde ofrecen distintos brebajes naturales. Para la tos, para relajarte…distintos colores, distintos embases. Todo se ve muy bonito.
— No te recomiendo comprarlo a menos que quieras ir al baño en este momento. —la voz de un desconocido me hace saltar. Mis ojos se mueven de él hacia el frasco en mi mano y termino por devolverlo a la mesa. La vendedora le da un vistazo de molestia al recién llegado y dice unas cuantas cosas en italiano que no logro entender. El hombre se aparta del puesto y lo sigo por inercia.
Hago una mueca y sonrío. — No es mi plan por ahora.
— Ah, ¿americana?
Asiento acostumbrada a su reacción. — Si, todo el mundo se sorprende con eso.
Los vendedores atraen a la gente con versitos rebuscados, discursos simpáticos acompañados de sonrisas resplandecientes. El hombre a mi lado les sonríe de vuelta pero no se detiene a comprar nada.
— Siempre que hay turistas es bueno. —coloca sus manos en los bolsillos y bajo la mirada hacia su ropa. Está vestido con simpleza, una camisa acompañada de unos pantalones oscuros de mezclilla y unas sandalias. Coronándose con un sombrero de segunda mano.
— Linda camisa —digo en voz alta. Es blanca con detalles pequeños en verde musgo. Es original.
— Gracias, —pasa una mano sobre ella con cariño— me la regaló una amiga, es mi camisa favorita. —por como expresó las palabras “una amiga” intuyo que se trata de alguien especial. Lo dijo como si ella fuese alguien con quien se siente muy a gusto.
Me acerco un poco para mirarla más de cerca y distingo las pequeñas formitas estampadas— ¿Son dulces estampados en la tela?
Sonríe con orgullo— Eres la única que lo adivinó, —ríe— todos piensan que son puntos.
— Eso es porque sólo lo ven desde una perspectiva.
— En ese caso, tu perspectiva debe contener varias sorpresas.
Melinda solía decir que veo cosas que otros no, o distingo cosas que otras personas pasan por alto. Supongo que tenía razón. En una pintura lo primero que observo es el fondo y luego lo superficial, lo primero que el resto del mundo distingue en un solo vistazo.
Su teléfono suena antes de que pueda continuar con nuestra conversación y mira la pantalla expresando decepción.
— Trabajo. —Niega levantando sus ojos hacia mí— Lo siento, debería irme, —empieza a caminar lejos de mí— espero que tengas un lindo día.
— Tú igual. —me despido y continuo con lo mío.
Aprovecho mi visita a la ciudad y paso por el correo. Julia me envió unas cuantas cosas que necesitaba como dulces, cremas y una copia del New York Times donde sale uno de sus últimos artículos sobre el cómo las mujeres pasando los veinticinco preferimos la calidad ante la cantidad en cuanto a parejas.
— Buenas tardes, —un hombre alto y de lentes con marco grueso me recibe con una cara poco amigable— vengo por un paquete para Ava Scott. —Repiqueteo mis dedos sobre el mostrador— ¡Oh! y el correo de Virgilia Parisi.
Acabo de recordar que la dueña de casa hablaba esta mañana sobre retirar correspondencia del correo. Ya que estoy aquí debería retirarlo también. Apenas me entrega mis cosas salgo del local y me encuentro una cara conocida.
Realmente aun no me acostumbro a esto. Diez años y ahora paso a verlo a diario. Ese es un cambio para el que necesito cierta preparación.
— ¿Qué haces aquí? —pregunto mirando a Oliver. Odio cuando usa lentes de sol, me gusta mirar a las personas a los ojos y con ese vidrio polarizado eso es imposible.
—Vine a dejar el auto en el mecánico, —señala detrás de él— ¿qué haces tú aquí?
— Correo. —Le enseño los paquetes— Creí que estarías preparándote para esta noche. Parece que estás nervioso.
El chico duda un segundo y niega— Los padres de Alessandra tienden a ser algo…
— ¿Pesados? —suspira sin afirmar o negar nada.
— Les gusta decir cosas.
— ¿Estás preocupado por mí? —Yo lo estoy, a veces ni siquiera puedo decir una frase completa sin trabarme. — Puedo cuidarme sola, además le pedí a Nicola cenar en mi cuarto.
— No vas a hacer eso Ava. —su tono es serio y estricto.
Sonrío— Apuesto a que quieres acompañarme porque será más divertido que estar sentado manteniendo una posición perfecta.
— Hablo en serio. —No cambia su forma de hablar.
— Yo también.
Levanto la mirada hacia las nubes que nos rodean. El sonido de un trueno cruza el cielo y nos alerta de lo obvio.
— Parece que va a llover. —Abre el paragüas que estuvo cargando como una persona precavida que ve el pronóstico cada día. No como otras. — ¿Vas para la casa?
— Si, —contesto sintiendo mis pies pesados— esta mañana recorrí un poco el lugar, estoy algo cansada.
— Bien, —unas pequeñas gotas empiezan a caer sobre nosotros— ¿quieres compartir un taxi?