El amor y sus formas

Capítulo 6

Nicola me pidió que bajara a buscar una botella de vino tinto. Un Barolo Otin Fiorin Pie Franco del 2015 para ser exactos. Tuve que escribirlo en mi mano porque de lo contrario solo habría jugado al ta te ti rogando haber elegido uno bueno.

Aunque si se encuentra aquí debe de ser bueno.

Cuando Virgilia dijo que su difunto esposo se dedicaba a los vinos hablaba en serio. Esta bodega alberga lo que parece ser más de mil botellas diferentes. Si es que no me quedo corta.

Debido a que la cena terminó en tragedia, Virgilia invitó a los padres de Ali a un almuerzo de consolación. O así lo llamó cuando me lo comentó. Por supuesto me aseguró que el maní será el único que no tendrá participación alguna, inclusive quiso invitar a su doctor a la comida, sólo por si acaso.

Dios, que desastre.

Me tardo más de lo que debería. De todas formas aún es temprano y puedo permitirme divagar un rato. Más tarde caigo en la cuenta de que simplemente no quiero salir de este sitio, y no es sólo porque el lugar es hermoso y está lleno de alcohol en cada rincón al que miro, sino porque es solitario.

De vez en cuando, estar conmigo misma es lo mejor que puedo hacer cuando me siento ansiosa y definitivamente ahora es cuando más lo estoy. ¿Seré nuevamente hoy el tema de conversación emergente? ¿Me atragantaré con el agua? Espero que la velada transcurra sin complicaciones.

Husmeo alrededor admirando cada vitrina con delicadeza hasta que me encuentro con una en especial cuya inscripción colocada en la parte superior dice: I vini preferiti di Benedetto.

La selección es variada y está intacta, como si nadie la hubiera tocado en años. Incluso la cerradura tiene un candado, supongo que Virgilia es la única con la llave.

Me pregunto si viene aquí alguna vez y mira estos estantes con melancolía. O si toma una copa de alguna de estas botellas al azar sintiendo como el sabor la remonta a un recuerdo feliz.

¿Qué tantas memorias albergarán estas paredes?

— ¿Acaso te desmayaste o algo? —la voz de Alessandra suena desde el pasillo y mi paz se esfuma en un santiamén. — ¿Qué haces?

— Acabo de ver una araña, quería sacarla de aquí —apenas menciono la palabra araña puedo ver como su cuerpo se tensa apenas.

— Déjala en paz. —camina directamente hacia el sitio donde se encuentra el vino que Nicola pidió y lo toma con la elegancia que la caracteriza. A veces me pregunto si tiene un mal día de cabello o si su aliento huele apenas se despierta. La veo dudar un poco y toma una segunda botella.

Camina lentamente hacia la salida y se gira hacia mí.

— Ya puedes abrir la puerta. — ¿no puede hacerlo ella?

— No está con llave, —comunico sacando uno de los abridores de una repisa cercana— ábrela tu misma.

— No puedo. —contesta. Llevo mis ojos hacia donde se encuentra Ali y observo como pelea contra la puerta mientras ambas botellas yacen a un lado en el suelo.

— ¿Qué? —voy hacia ella y la aparto para intentarlo yo misma.

Fuerzo la cerradura, intento abrir la dichosa puerta de todas las formas que recuerdo pero esta no cede. No cede porque la madera es pesada y porque esto es parecido a un bunker donde seguramente se abre desde afuera y ahora estamos solas a nuestra suerte.

No debería haber mencionado eso de una velada sin contratiempos. Acabo de instalar una maldición.

— Está atorada. —le comunico a la chica cuya cara pasa del susto al pánico en cuestión de segundos.

— Maldición no, no, ¡no! —me empuja y empuja la madera haciendo presión con sus brazos. Al ver que no pasa nada empieza a golpear la superficie con efusividad— ¿Hay alguien ahí? ¡Oigan!

Me aparto de ese sitio y recorro la habitación con la mirada. Muchas veces estos edificios antiguos poseen otras salidas escondidas. Realmente deseo que Benedetto haya pensado lo mismo cuando la construyó— Se darán cuenta que no estamos y nos buscarán, —digo suspirando— no creo que tarden mucho.

— ¿Cómo puedes estar tan tranquila con esto? —su voz es de desesperación. Está enojada y tiene miedo. Mala combinación.

— Ya me ha pasado una vez y aprendí que lo mejor es no entrar en pánico y tratar de buscar alguna solución lógica.

Alessandra suelta una risita falsa y me lanza una mirada fugaz— No puedo no entrar en pánico, me pides mucho. —abanica su cara con las manos y se apoya contra la pared de piedra detrás de ella.

— ¿Estás bien? —Camino lentamente a su encuentro— Estás sudando.

— Soy claustrofóbica.

— Mierda. —maldigo por lo bajo— Eso lo cambia todo, bien, ah —divago pensando en qué hacer— cierra los ojos y respira profundo. —lo vi una vez en una película, no recuerdo el nombre porque mi mente eliminó esa información para concentrarse en otra cosa. Espero que funcione. —Intenta concentrarte en tu respiración.

Con la espalda aun pegada contra el muro se desliza hacia abajo hasta quedar sentada sobre el piso de madera— ¡¿Hace calor aquí o soy yo?!

— ¡Eres tú! —Exclamo— aquí está helado. —Evito tocarla pero la mantengo atenta a mis movimientos— Ahora relájate.




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