El amor y sus formas

Capítulo 13

Salgo temprano la mañana siguiente. Honestamente no estoy de ánimos para ver a nadie. Tampoco tengo un gran humor porque me pasé la noche caminando por la habitación sin poder conciliar el sueño.

— Así que lo besaste, —el tono de Julia suena a que está conteniendo una sonrisa— ¿qué harás ahora?

Eso mismo me pregunto.

— Correr lejos. —respondo formulando un plan de huída que me beneficie sin levantar tantas sospechas.

— No. —Ordena— Habla con él, Ava. El te besó esa segunda vez. —gruño y froto mi frente.

— Se va a casar, Julia, —comento lastimosamente— lo único que voy a decirle es lo siento e irme.

Hace un sonido de molestia con su garganta— No creo que él tenga mucha prisa por casarse o no te habría besado. —Afirma con convicción— Conocemos a Oliver, el no es de los que se van detrás de otras estando comprometido. Cuando hace las cosas sabemos que es por algo.

No quiero ilusionarme. Lo último que quiero es encender una pequeña llama de ilusión pero Julia tiene razón. Oliver no es para nada alguien que hace las cosas porque si, siempre sigue sus instintos, estudia la situación pero siempre sigue a su corazón.

— ¿Dices que lo hizo porque quiso? —pregunto como una pequeña niña.

Julia suspira— Digo que desde que volvió a encontrarte, mucho ha cambiado para él.

— No estás aquí para saberlo. —Reprocho.

— Pero te escucho en cada actualización, Ava. —Dice— Tú aun sigues enamorada de él, y él aun de ti pero ninguno parece verlo, —saludo a unos comerciantes con la cabeza mientras intento cubrir mi rostro del sol— siempre es la audiencia la que ve cosas que los protagonistas no. Si tú no lo haces entonces yo misma voy a ir ahí e interrumpir esa boda.

Pagaría por ver eso. Conociendo a Julia seguramente se inventaría una historia descabellada y luego robaría unos cuantos platos de comida de la mesa.

— ¿Lo harías por mí? —pregunto esperanzada haciendo reír a mi amiga. Una pequeña pausa se instala y puedo escuchar desde aquí las conjeturas de Julia sobre mi aventura italiana.

— ¿Qué sientes ahora? —Esa parece ser una pregunta tan sencilla sin embargo tan complicada de responder.

— Angustia.

Julia se queda un momento en silencio y vuelve a hablar. — ¿Saco un pasaje para Italia esta noche?

Sé que lo haría si le dijera que si. Sé que vendría sin dudar y se echaría todos mis problemas a la espalda sin importarle cuanto peso tendría que cargar.

Sé que lo haría porque me quiere tanto como yo a ella. Porque es una persona que doy gracias de tener en mi vida.

— Tienes un trabajo y una familia que cuidar, —replico ignorando la necesidad de recibir uno de sus abrazos— olvídalo, puedo lidiar con esto.

Gruñe por lo bajo— Deja de decir eso. —Exclama— Siempre lo dices, crees que puedes hacerlo todo sola pero no es así, a veces es bueno tener un hombro donde apoyarte cuando tus fuerzas se agotan.

Sonrío levemente secando una lágrima solitaria que baja por mi mejilla.

— Hablaré con él. —comunico finalmente. O al menos lo intentaré.

— Confío en que lo harás, —escucho una sonrisa en su tono—pero si necesitas apoyo moral llámame y lo solucionaremos como siempre lo hacemos.

— Gracias, —cierro los ojos un instante— te quiero.

— Yo más, cuídate y mantenme informada.

— Lo haré.

 

Julia se mudó a la ciudad desde Iowa para asistir a la universidad de Nueva York y nos conocimos un día que visitó la tienda de antigüedades en busca de un regalo original para el día de las madres. Nuestro primer encuentro bastó para saber que ambas gravitábamos en la misma sintonía y en un santiamén nos volvimos inseparables. Eso fue cuando teníamos dieciocho, sólo un año más tarde luego de que Oliver volviera a Manchester.

A veces me digo que su llegada a mi vida fue en un momento perfecto cuando necesitaba un respiro de mi soledad, aun teniendo a Melinda.

— Ahora vas a sentarte aquí —me empuja hacia un banco vacío— y vas a decirme qué es lo que está ocurriendo contigo o voy a torturarte hasta que hables.

— Déjame en paz, Julia. —replico con molestia. Intento levantarme pero soy arrojada nuevamente al asiento.

— No, —me señala como si fuese un cachorro desobediente— has estado de un humor de perros toda la semana desde que volviste del receso. ¿Qué diablos pasó, Ava?

Su tono es como un golpe a mi rostro. Está preocupada o molesta. Tal vez ambas.

Por un lado quiero que me deje sola. Que me permita estar enojada y romper todo lo que toque. Por el otro quiero que me consuele y me diga que todo va a pasar.

Evito mirarla y entonces pasa algo que no había hecho en mucho tiempo. Llorar. Me arrojé a los brazos de Julia como si fuese una niña pequeña buscando consuelo y ella me dejó desahogarme mientras acariciaba mi cabello con sus dedos.

— Lo siento, no quise…—sollozo intentando explicarme pero Julia me interrumpe.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.