El amor y sus formas

Capítulo 15

Si hay algo que aprendí en esta vida es no dejar pasar ni un momento por sentado. Disfruta lo que tienes, agradece cada segundo vivido, no te estanques en memorias que no valen la pena recordar y quédate con las que sí.

Cierro la maleta sobre la cama y antes de siquiera poder arreglarla Nicola toca la puerta.

— ¿Te vas? —pregunta en voz baja caminando hacia mí.

— ¿Vivi te fue con el chisme? —replico con las manos en los bolsillos de mi sudadera.

Niega — Me pareció raro que estuvieras despierta tan temprano.

Miro a mí alrededor. Al menos no hay mucho para arreglar— Quería dejar todo en orden.

— Yo lo haré, —mueve la mano restándole importancia— me dará algo que hacer para no pensar en ti y ponerme sensible. —suspira haciéndome sonreír.

— Veo que llegué a tu corazón. —digo usando una voz cantarina.

— Al de todos, querida Ava. Ahora no podré oír esa canción de Rod Stewart sin escuchar tu voz. — Una mañana la radio italiana pasó un mix musical de clásicos y Have you ever seen the rain fue una de las elegidas. Cabe remarcar que nuestras armonías al ritmo de esa canción fueron dignas de apreciar.

Acorto nuestra distancia y le doy un abrazo— Te visitaré.

— Ven las veces que quieras, sé que Virgilia me da la libertad de decir eso.

Vendría aun si no me quisiera aquí.

Camino hacia la puerta principal cuidando de no hacer tanto ruido. Son un poco más tarde de las siete, tal vez aun haya gente durmiendo. Antes de poder alcanzar el pestillo una voz me detiene.

— ¿Ibas a irte sin darme un último abrazo? —giro lentamente encontrándome bajo el atento escrutinio de Virgilia.

— No me gustan las despedidas. —susurro observando su ceño fruncido.

— A mí tampoco. —responde lanzándose a mis brazos. Me aprieta con fuerza haciéndome desear que este momento dure un poco más.

— No te pierdas por mucho tiempo. —Murmura con voz ahogada.

— Ven a visitarme, —la aparto para mirarla a la cara— te llevaré por una pizza neoyorquina y veremos un concierto de rock en un galpón.

Nicola aparece rodeando la pared — Llévenme con ustedes. —exclama haciéndonos reír. Aunque a esta instancia no sé si río por ella o por la tristeza que me abruma.

— Cuídate, mi Ava. —la cálida mano de Vivi acaricia mi mejilla. Me doy cuenta que lleva el pañuelo azul de Melinda atado a su muñeca izquierda y paso mis dedos rozándolo.

— Ustedes también. —Abro la puerta y me giro una vez más hacia ellas— Que nadie ocupe mi cuarto, ya lo reclamé.

Cuando por fin pienso que lo peor ya pasó logro ver a Theo esperándome junto al auto. No otro adiós.

— ¿Qué haces aquí? —intento evitar la molestia en mi estómago. Aun no hay mucho sol pero sus lentes negros no dejan su rostro.

— Yo seré tu chofer por esta vez. —Abre la puerta del copiloto regalándome su típica sonrisa de galán — Apagué la alarma de papá y le dejé una nota para que me mande a la mierda.

Mi tensión se aligera un poco y me acerco al vehículo. — Gracias.

Una vez que empieza a conducir un silencio se extiende en el ambiente a excepción por el tamborileo de sus dedos en el volante— ¿Tenemos que ir al aeropuerto? —cinco minutos y ya extrañaba esa voz— Vamos a emborracharnos. —resoplo reposando mi cabeza contra la cabecera del asiento.

— No voy a volver a hacerlo. —Me quejo— La última vez terminé en una playa casi vomitando encima de Oliver.

Al pronunciar ese nombre el silencio se propaga nuevamente y nuevamente es él quien lo corta.

— ¿Sabe que te vas? — Debe saberlo.

— No lo sé, supongo.

Ríe secamente. — No te enfades conmigo —me observa de refilón— pero eres una idiota.

— Lo sé. —Ni siquiera me ocupo en negarlo. Sé muy bien lo idiota que soy.

Y ahora soy yo quien abordará ese avión.

 

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El sonido de un trueno me espabila de mis pensamientos y luego de un segundo una espesa llovizna empieza. El cielo llora como si supiera que él se irá. No puedo culparlo, yo también me estoy desmoronando porque lo último que quería era una despedida sin un nos vemos luego.

— Las temperaturas están bajando —escucho detrás de mí. Seco el rastro de lágrimas que fue cayendo por mis mejillas y asiento volteando a mirar a Melinda con una sonrisa dibujada con pulso inestable.

— Al menos la lluvia le servirá a las plantas, —vuelvo a la tarea de ordenar la colección de joyería que acaba de llegar— no hemos tenido una desde hace un tiempo.

No la veo pero escucho el sonido de sus pasos alejándose.

— Una vez conocí a una pareja. —Sostiene el marco de madera oscura que adorna un rincón de la tienda y se acerca a mi lado para mostrarme aun cuando la he visto mil veces. — Fue en un viaje a México, me robaron el bolso y no tenía dinero a mi disposición salvo por un viejo volvo destartalado.




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