El tiempo se detiene,
la tristeza me invade,
el dolor me consume,
la oscuridad me envuelve,
la luz se desvanece.
En un recóndito lado del cielo dónde todo era sagrado, divino y respetado se encontraba un ángel que después de que peleaba con el miembro supremo, se sentaba en una nube, sacaba una navaja y la clavaba con tal fuerza en la misma herida, en cada palma quedaba una marca que después se borraba. Pero ese día como otros cuando se lastimaba esta vez el miembro supremo subió e intentó hablarlo con el ángel, el cual terminó marcando cada lado de su cuerpo.
Él lo castigo dejándolo ciego, pero eso no impidió que se siguiera cortando. El ángel exhorto en su sufrimiento encajo la navaja en sus alas rasgando una a una y llevándoselas a su paso.
El miembro supremo estaba preocupado, castigarlo era en vano. El cielo era sagrado y ese comportamiento no sería aceptado.
El ángel aunque fue exiliado y regresado al mundo humano se seguía lastimando. El miembro supremo bajo al infierno mandando un demonio al mundo humano, el cual si se acercaba al ángel su alma delicada se esfumaba, su propósito era ser un espejo en cada acto profano que había hecho el ángel, si el objetivo se cumplía sería perdonado por cada pecado que había cometido regresando al cielo.