Marca que no dejaba de quemar,
vena que no dejaba de sangrar,
no hay piel capaz de cicatrizar.
Dentro del sueño el ángel caminaba por unas escaleras, lo hacía con una agilidad de creer que no se caería, como jugando con su equilibrio. Saltaba los escalones con un pie, parecía que esas escaleras no tenían fin, se veía una niebla blanca hasta el final. Saltó lo más que pudo hasta alcanzarla y de tanto en tanto estaba en lo que parecía un precipicio, si saltaba ese último escalón no sabría lo que pasaría. Se resbaló y cayó, de ahí en más todo era muy blanco, se levantó asustado y agitado, era una prueba hacia la tormenta que se avecina.
Desde que llegó al mundo humano, algo en su cuerpo cambió por completo, cada vez que veía las marcas en sus muñecas, en sus alas rotas se preguntaba si serían curadas. La ceguera seguía, pero ahora sus ojos eran como pedazos de vidrios.
Volvió el dolor, volvieron las voces dentro de su cabeza, aunque haya dicho que ya superó el trauma de la infancia su mente le miente y su memoria le aclara que aún no sana. Nadie entiende porque lo hace, pero sólo sabe que el detonante de siempre orillarse a lastimarse es el exterior.