Lágrimas guardadas

Cada noche el ángel sentía que alguien lo seguía, guardaba distancia, nunca se acercaba y lo confrontaba, sólo veía su sombra estática y parada. No se movía ni hablaba, se asemejaba a su conciencia que sólo lo atormentaba con su presencia.

Un día el ángel sintió a una persona acercándose detrás de él, el corazón le latía a un ritmo acelerado, tenía miedo y por instinto comenzó a correr, su cuerpo le decía que alguien estaba siguiéndolo, aunque quería voltear y corroborarlo no lo hizo, sólo corrió sin cesar. Escuchaba unos pasos como de pisadas largas y concisas. Llegó a los barrotes dónde terminaba el muelle ya no había dónde correr o esconderse. Sólo quedaba el pasillo angosto lleno de barrotes.

Su corazón latía cada vez más rápido conforme la persona se estaba acercando a dónde se encontraba, todo su cuerpo pedía que saltará esos barrotes, aunque tenía mucho miedo de que pasaría no se reflejaba al que tenía si la persona lo atrapaba, agarró impulso y saltó sin pensarlo dos veces.

El demonio se quedó observándolo, calculando cada paso, no quería asustarlo, en cambio quería ayudarlo, pero si daba un paso en falso su cuerpo se haría polvo. -Sana la ceguera y tu alma no se esfumara. -Recordó lo que le había dicho el miembro supremo antes de dejarlo en el mundo humano.

El ángel miró su reflejo en el río y se preguntó a sí mismo.-¿por qué ocultaba siempre cualquier dolor sin permitir que nadie lo comprendiera?

El demonio le respondió. -Así cómo ocultas las lágrimas en las marcas de las navajas ocultas las heridas que te dejan las personas.

-¿Quién eres?-preguntó el ángel temeroso.

-Soy el ancla que te mantendrá con vida.