Hoy es domingo 2 de Mayo, casi son las diez de la noche. Abril murió y los días que pasaron fueron algo frustrantes.
Pasó el Concurso Intercolegial de Piano y no me fue tan bien como esperaba. He estado preparándome mucho para ese evento, pensaba que sería el indiscutible campeón y una vez más mis deseos no se cumplieron. Diana ha logrado opacarme otro año más. Aparte de eso, hubieron otros asuntos que me han perturbado mucho.
Para el festival, el colegio contrató a un experto para afinar el piano y lo limpió cuidadosamente hasta la última tecla. Muchos maestros del Conservatorio de Música vinieron a ver el recital debido a que era un evento intercolegial. Habían varios aspirantes en mi colegio, se decidió a los mejores de acuerdo a la calificación del Departamento de Música. Las pruebas se realizaron un día antes del festival. Desde luego, Diana y yo fuimos los primeros en ser convocados a participar. Mi mayor rival, Diana, fue elegida por voto unánime, aunque no demostró nada genial como suele hacerlo en este tipo de eventos. Por mi parte, di lecciones de precisión a mis contendores tocando una Polonesa de Mozart.
Vestí de azul entero para mi presentación, ese color me trae algo de suerte. A las cinco de la tarde salí acompañado de mi familia, llevando a cuestas un manojo de nervios. Sabía que habría mucha gente, la expectativa por los participantes era una presión casi palpable y, a pesar de toda la preparación que tuve, realmente me sentía estresado. Además estaba intrigado por lo que Diana tocaría ese día, se mostró muy relajada toda la semana, estaba totalmente confiada y eso me causaba más ansiedad.
Eran como las seis y media de la tarde, el atardecer empezaba a mostrarse hermoso. Como es mi costumbre, fui en busca de soledad para concentrarme. Estaba sentado en uno de los patios del colegio, meditando sobre mis interpretaciones para el festival. Como no existe turno vespertino, nadie suele habitar las canchas a esas horas, en verdad son desiertas. La muchedumbre se encontraba en la puerta del auditorio, habían muchos padres entrando y saliendo, además de vendedores de rollos para cámaras fotográficas y filmadoras.
Supe que varios de los muchachos de mi curso fueron al concurso para darnos porras, aunque sus verdaderas intenciones fueran ver a Diana.
A mí alrededor podía oír los cantos de los grillos que estaban saliendo de la tierra. Si bien ya no era época de lluvias había llovido bastante y ese día hizo mucho calor, lo que se mezcló con la humedad haciendo que los insectos salgan de sus escondites. Estaba finalmente relajado, solo la penumbra de los focos de los pasillos alumbraban mi oscura morada cuando alguien se apareció para interrumpir mi descanso.
—¿Por qué tan solo? —me preguntó un muchacho que jamás en mi vida había visto antes.
Era de abundante cabellera rubia y de piel clara. Sus ojos eran de color cobre, casi rojos, y de cejas espesas; su mirada tenía una expresión bastante extraña. Vestía pantalón rojo, camisa blanca y llevaba una singular medalla dorada colgada del cuello en la cual se podía distinguir unas extrañas figuras: una estrella de David dentro la cual se hallaba un trébol de cuatro hojas y un fruto que, sin duda, correspondía a una granada. Bajo ambas figuras habían unas extrañas letras.
—Me tomo un descanso —respondí, algo sorprendido por su invasión.
—¿Eres uno de los que va a tocar? —preguntó con suspicacia, antes que pueda preguntarle su nombre.
—Sí —respondí de mala gana.
—¿Cómo te llamas?
—Rodrigo, y tú eres...
—Oh, lo siento, no me he presentado. Me llamo Go... Ikker.
—¿De qué colegio eres? —pregunté, tratando de identificar a mi interlocutor.
—Del Calixtino.
—Ya veo...
—También me enteré que en este colegio existe una diosa capaz de hipnotizar a las bestias con sus melodías. Me dijeron que se llama Diana...
—A la... no me la creo —murmuré entre dientes—. Esta changa se hizo más famosa que el Papa. ¿Llegaron los rumores de ella hasta tu colegio? —pregunté sorprendido.
—Ya ves que sí. Nunca la escuché, pero la vi hace poco.
—Cómo, ¿ya está aquí?
—Sí, estaba vestida de blanco. Un conocido me la mostró. ¿Conoces a Sergio?
—¿Qué si lo conozco? Es el pinche presidente mi curso.
—Ah, entonces tú debes estar en el curso de Diana.
—Así es.
—¿Y desde cuando la conoces?
—Desde que éramos esperma —respondí bromeando.
—¿Cómo?
—Es largo de explicar. Ella y yo somos amigos desde el nacimiento.
—Pero qué afortunado eres, amigo. Conocer íntimamente a una chica tan hermosa debe ser verdaderamente emocionante. ¿Y solo son amigos? —preguntó con picardía.
—Bueno, por ahora sí, pero no del todo —respondí, cambiando de tema. Por alguna razón, me resultaba muy difícil ser cortés con él—. Oye, luces un poco mayor, ¿cuántos años tienes?
—Miles..., no..., mejor este año cumplo quince.
—Ahh..., interesante —contesté extrañado por su respuesta—. Entonces me imagino que vas en primero medio.
—En teoría —respondió, dudoso.
—Y... ¿qué significa esa medalla que llevas puesta?
—Es un recuerdo de mi padre —respondió—, me hace recordar, siempre, el propósito de mi vida.
—Suena interesante —comenté, observando la medalla con cierta aprensión.
—Debo irme, espero verte luego —se puso de píe, y antes de alejarse, me hizo una extraña pregunta— Ah sí, lo olvidaba. ¿Diana tiene novio?
—¿Qué?, vaya pregunta. Pues no —respondí algo indignado.
—Qué bueno. Realmente me gusta, estarán muy felices mis superiores cuando termine mi trabajo —dijo y se fue. Solo entonces me pregunté: "¿superiores?", aún no comprendo qué rayos habrá querido decir.
Me inquieté mucho al saber que Diana llegó, así que decidí regresar a la civilización. Realmente había mucha gente en al auditorio. Aunque a pesar de ello no tardé en encontrarla, estaba con Rocío.
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Editado: 22.05.2022