El Arco de Artemisa - Primer Episodio, Prefacios de Batalla

INTERLUDIO

"La comunión de los santos, que en otro tiempo era representada por los pintores dentro de un cielo de oro, radiante, hermosa y apacible, no es otra cosa que lo que yo antes he llamado la «eternidad». Es el reino más allá del tiempo y de la apariencia. Allá pertenecemos nosotros, allí está nuestra patria, hacia ella tiende nuestro corazón, lobo estepario, y por eso anhelamos la muerte. Allí volverás a encontrar a tu Goethe y a tu Novalis y a Mozart, y yo a mis santos"

Hermann Hesse, Lobo Estepario

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Un cambio de óptica...

Otra vez yo, Gaburah Lycanon. Lo que empezó con un vaso de vodka pronto se convirtió en una botella de Tovarich, vodka importado, tradición en Moscú. Nieva afuera, ¡nieva en La Paz!, es un panorama tan bonito. El vodka me mantiene caliente. Después de todo, si existen expertos en pasar inviernos crudos, esos son los rusos.

Es paradójico que escriba ebrio, tenía toda la intención de narrar una novela para adolescentes cuando empecé a escribir este mentado libro, ahora parece una novela para viejos seniles cuyo único consuelo en la vida es quejarse de todo y de todos; mezclar lecturas de Schopenhauer, Camus, Nietzsche y Bauman con alcohol no es sano para el optimismo juvenil, me siento senil.

Y hablaré de Alemania, claro, Alemania. ¿Qué sé de Alemania?, nada a excepción de algunos datos del holocausto judío, un ejemplo de cómo algo que ocurrió de determinada manera se infla y exagera al punto de convertirse en política de estado para justificar atrocidades aún peores; ¡al cuerno con el sionismo!

Y hablaré sobre Francia. ¿Qué sé de Francia?, ¡nada en lo absoluto!, solo que soy un maldito franco descendiente con profundo desprecio por los valores de la Revolución Francesa; el tipo de democracia que inventaron es una puta mamada que ahora debemos soportar en América Latina solo porque somos muy débiles de cerebro para inventar nuestra propia versión de democracia. Francia solía ser cuna de profundos valores de honor, hoy es una madriguera de masones y banqueros usureros; ¡al cuerno con la Revolución!

Y hablaré de Egipto. ¿Qué sé de Egipto?, nada de nada, a excepción que Isis era una señora mucho más digna y leal que el "Alá" que ahora gobierna esa tierra; menuda teocracia se deben comer los islámicos, sufrida a fuerza de dictadura. Era lógico que un día la furia popular les estallaría en la cara, tuvieron su primavera árabe y ahora resulta que occidente les regaló el mismo juguete inútil: democracia universal representativa; vaya estupidez. ¡Al cuerno con el Islam!

Y, por supuesto, hablaré de Bolivia. ¿Qué sé de Bolivia?, todo y nada. Habito una linda tierra gobernada por un enjambre de incompetentes. Se quejan del neoliberalismo, como si tal cosa existiera, y pretenden solucionarlo con gobiernos de pseudo-izquierda light, socialistas y comunistoides. Este país está tan estreñido de caudillos y demagogos que hasta ahora no podemos defecar, es un mojón gordo y duro que se pudre por dentro. La única conclusión que saqué tras tantas cavilaciones es que la clase política apesta como las ratas. Ellos son ratas, siempre pugnando por el poder: «¿Cerebro, qué vamos hacer esta noche? Lo mismo que hacemos todas las noches, Pinky: ¡tratar de conquistar al mundo! Son Pinky, son Pinky y Cerebro, bro, bro, bro, bro...narf». ¡Al carajo con el mundo entero!

En fin, realmente me he vuelto senil. Mucha filosofía quizá, mucho absurdismo, mucho hartazgo de postmodernidad. Me cansan las personas extremadamente sensibles a los puntos de vista contrarios a los suyos, que responden con susceptibilidad a cualquier comentario considerado un agravio, que reaccionan agresivamente porque creen que tienen el derecho a hacerlo y que exigen disculpas por sentirse ofendidos. La gente ahora tiende al victimismo con mucha facilidad y poca resiliencia, con nula capacidad de tolerar el fracaso. O quizás solo soy yo odiándome a mí mismo por ser tan similar a aquello que desprecio. Eso dicen de los millenials, ¿cierto? ¡Pues noticia! Ninguna generación anterior fue, precisamente, mucho mejor. Nadie fue especial, nadie fue diferente, nadie fue merecedor de nada, ni en el futuro tampoco nadie lo será.

Bueno, basta de tanta palabrería mía, no quiero generarte dolores de cabeza con mi caca mental, regresemos a Rodrigo y sus amigos.

La caja que Rodrigo me dejó tenía muchas más cosas que solo sus pertenencias, también habían otros diarios. Entre los grandes tesoros que encontré está el diario de Diana. Es muy interesante hacer el contraste entre las percepciones de Rodrigo y las de Diana. Hasta la cosa más insignificante se factorizaba en polos opuestos, pareciera que se contradecían en silencio pero se amaban de forma obsesiva. La imagen de "bichos raros" que mostraban a los demás la tenían también en el aspecto íntimo. No pensaban ni actuaban de manera predecible, eran una constante del principio de incertidumbre. Sin embargo, ese detalle se queda corto al lado de las cosas que les tocó vivir. No lo comprendí al principio, pero luego lo entendí todo.

Al leer el diario de Diana recordé la razón por la que la amé tanto. Muy aparte del aspecto físico, que ya de por sí era por demás remarcable, y su propia firma de personalidad, ella era un ser excepcional gracias a la suma de sus partes y no así por sus elementos individuales.

Su cuerpo era, pues, lo que Rodrigo contaba en su diario, ya la imaginas; pero existen muchas chicas así en Instagram en la actualidad, por lo que no es nada tan especial. Era muy tierna, aunque a veces podía parecer algo estúpida por andar siempre con pajaritos en la cabeza; aunque eso solo era una apariencia. Diana estaba en otro canal. Lo que en los 90 fácilmente podía confundirse con poca potencia mental, ahora es más conocido como "troleo cínico". ¿Era Diana un trol? No. Pero tenía maneras muy únicas de reírse de la vida. Sin embargo, eso ahora lo hace cualquier chica con facilidad para reír y hacerse bromas a sí misma. Lo que sí era muy de ella era el olor. ¿Cosa rara, no? Esa fragancia a frutas era un aroma que tenía impregnado en su piel. Ese elemento particular es lo que hacía a uno perderse de amor y pasión por ella. Finalmente, su música; la música de Diana podía ser hipnótica. Oirla tocar el piano llenaba el alma de mucha paz, casi era una caricia auditiva.




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