El Arco de Artemisa - Primer Episodio, Prefacios de Batalla

18. La Fiesta de Gabriel (II)...

"Somos reflejos caídos, proyecciones de Espíritus revertidos y encadenados a la substancia animada por almas, y éstas sostenidas por la voluntad de un espíritu animalesco..."

Lupus Félis, La Serpiente I

______________

Caminaba por el pasillo desierto, deseando encontrarme con Rodrigo, casi buscándolo. Me sentía muy confundida por lo que acababa de pasarme con Alan. ¿Qué fue aquello que sentí? Por unos segundos, percibí sus brazos como los de mi príncipe, era esa misma sensación.

Regresé al patio posterior donde el papá de Gabriel nos habló. Mi mente se resquebrajaba por momentos. Mis sueños volvían a mi memoria, el recuerdo de "dos Rodrigos". Miré al cielo plagado de estrellas brillantes. Cada una era como una persona, todas tan lejanas y flotando a la deriva, como plumas que se lleva el viento. Yo estaba sola y luchaba por seguir siendo "yo misma", como una brasa caliente a la que apartaron del fuego. Un buen día comprendí que no tenía porqué estar sola, que Rodrigo era la única persona que necesitaba a mi lado. Mi hermano me abandonó y mi papá siempre está tan furioso. Me dejaron sola. De pequeña solía creer que mi papá siempre sería bueno y que mi hermano jamás se iría, pero me equivoqué, ahora ambos son dos militares fríos. Mi papá se enfurece rápido y me pega mucho. Siempre que algo pasa, me pega, me lastima; él dice que así me haré fuerte, pero sus golpes me hieren el alma. Y mi hermano no está ahí para defenderme. Amo a mi papá, no importa cuánto me pegue, lo seguiré queriendo. Pero me gustaría que me dé cariños en lugar de cinturonazos.

Cada vez que pienso en Rodrigo siento miedo que me deje como lo hizo Edwin, incluso ahora estoy llena de dudas. Por años él ha sustituido a mi hermano e incluso a mi papá, se había convertido en mi todo. ¿No suena raro acaso?, me pregunto cuántas chicas podrían decir lo mismo que yo de sus novios. Pero esa es la verdad, Rodrigo es mi todo; y ahora, en ese todo que me llena entera, aparecen todavía más dudas y confusión. ¿Qué me ha hecho Alan? Quería apartarlo de mi mente, pero me costaba mucho hacerlo. Pensaba y pensaba, hasta que me dolió la cabeza.

Así, mientras mi mente relataba mi vida, las estrellas se burlaban de mí ¡Qué pena puede tener alguien como yo! La chica perfecta, la que siempre sonríe, la que nunca se queja; ella no puede tener problemas, y no los tengo, ¡no tengo problemas! Lo que tengo es un pequeño librero, repleto de cuentos y novelas rosa de autores que ya no recuerdo. Todos me los compraba mi mamá o mi tía Magui, la mamá de Rodrigo. Entre ellos siempre resalta el "Alicia en el País de las Maravillas" que Rodrigo me obsequió en mi cumpleaños. Tengo un montón de partituras que estudio para olvidar las ganas de llorar cuando extraño a mi hermano. Tchaikovsky y yo nos entendemos muy bien. Tengo una mamá alocada que no me entiende ni una pizca. Tengo un papá que parece que me odia porque es incapaz de decirme: "te quiero"; y me pega, y me hiere a pesar de que yo lo quiero. Tengo el recuerdo de un hermano que parece un extraño, me resuelve los problemas pero jamás me abraza, y necesitaba sus abrazos. Tengo una hermana que parece sentir compasión por mí, ella cree que soy una boba sin cerebro, nunca me toma en serio; a veces no sé si realmente me quiere o me tiene lástima. Los únicos que están conmigo de verdad son mis amigos. Más allá solo está el dolor de la hipocresía y la indiferencia, nadie me lo dice, pero yo lo sé, la gente piensa que soy una decerebrada; sé que hay quienes me odian.

—Pensé que estarías en la fiesta —era Rocío, caminando hacia mí e interrumpiendo mis pensamientos.
—¡Chío! —de un salto me acerqué y la abracé con todas mis fuerzas— ¿dónde te pierdes? —estaba asustada que se haya ido sin decirme qué le sucedía, sin despedirse siquiera.
—Fui a la tienda —sacó de su chamarra una lata, gran sorpresa la mía al ver que era de cerveza—. Tenemos que hablar —se puso muy seria, más de lo que nunca fue.
—Antes, dime para qué compraste eso —mi amiga me miró con malicia.
—Para beber, ¿para qué más creías? —abrió la lata y tomó un sorbo.
—No deberías hacer eso —no recibí respuesta alguna, la situación empezaba a espantarme. Sin echarme una ojeada, Rocío sacó unos cigarrillos y, con la otra mano, unos cerillos. Encendió uno.
—¿Alguna vez te has preguntado qué de malo tiene fumar y beber?

Algo muy raro le pasaba a Rocío. Prendió el cigarrillo, pero no sabía fumar, lo supe porque se atoró al encenderlo. Yo estaba paralizada por la escena que tenía en frente. A los pocos segundos, Rocío estalló en un llanto muy profundo, como nunca había visto.

—¿La vida será siempre así de horrible?, o solo mientras seamos niñas —trató de fumar de nuevo, se atoró.
—Ya te dije que no deberías hacer eso —recriminé con una lástima que intentaba camuflar de molestia.
—¿Hacer qué? —respondió Rocío con cinismo y bebió un poco de cerveza de su lata.
—Eso de beber y fumar, te vas a enfermar.
—Yaa, changa, no me digas que tú nunca has tomado o fumado —comentó con sarcasmo.
—Paso, quiero mis pulmones y mi cerebro funcionando.
—Entonces, no-me-molestes —dijo lentamente, agresiva, jamás había sido así conmigo.
—No dejaré que te friegues la salud en frente mío. No me importan tus excusas, si quieres hablar conmigo, lo harás sobria —no tuve más que regañarla.
—Changa, ya qué importa, igual y no tengo remedio. Además, mi viejo siempre anda borracho, ni cuenta se dará. Creo que le heredé ese gusto suyo por andar ido... ja, ja, ja.
—¡Calláte, burra! —grité casi fuera de mí, no podía soportar que diga tal cosa—. No uses los problemas de tu casa como excusa para arruinarte, Rocío. Yo sé que debe ser difícil, pero...
—¡No lo sabes, Diana! ¡No tienes ni idea del infierno que me tocó vivir! —me gritó Rocío, furiosa. Mi corazón se partió—. Tú lo tienes todo, jamás sufriste. No sabes cómo se siente que un padre te golpee y manosee creyendo que eres su mujer. No sabes lo que es tener una madre débil, incapaz de defenderte —empecé a lagrimear, me estaba lastimando—. No sabes lo horrible que se siente saber que eres mala amiga. ¡No sabes nada! —concluyó, sin dejar de llorar, me contagié de su amargura, también lloraba, pero en silencio. Sus palabras me hicieron añicos. Será que ella...
—Por favor Rocío, dime que tu papá no... —tenía terror por escuchar su respuesta.
No respondió, agachó la cabeza y se tapó la cara.
—Oh por Dios —repliqué, incapaz de decir otra cosa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.