El arte de mirarte sin poder hacerlo. ©

Capítulo 3

Cuando mi papá llega lo saludo y le pido permiso, el acepta y le aviso que Aaron traerá a sus amigos y me da un poco de dinero. Abre una lata de refresco y se sienta en el sofá para ver la televisión y yo subo. Me alisto al ver que muy pronto serán las siete, cepillo mi cabello y termino de ponerme mis zapatos. El claxon suena, tomo mi cartera y toco la puerta del ogro. – ¡Ya me voy! –recibo un solo gruñido de su parte, bajo y me despido de papá, salgo y entro al auto.

[…]

Nos sentamos en nuestros respectivos asientos y el lugar se sume en oscuridad, escuchamos quejarse a Dylan ya que mi querida amiga cambió nuestros planes de ver “Tortura siniestra” por “Amarte siempre” demasiado cursi, lo sé, intenté convencerla, pero no pude, es muy terca. La película empieza y hacemos algunas bromas de vez en cuando, luego todo se hunde en un silencio sepulcral. Volteé a ver a mis amigos, se tomaban de las manos y se abrazaban. Conforme pasaban los minutos y la película transcurría me du cuenta que ellos no era la única pareja en la sala, había muchas más, se sonrían, acariciaban sus nudillos y compartían las palomitas. La película era romance puro  y apuesto a que no era la única en notar la conexión de los protagonistas tenían más allá del dialogo y su papel. Entonces todo recayó en mí y es que no había nadie a mi lado, nadie sostenía mi mano y nadie compartía las palomitas conmigo. Nadie me abrazaba y por supuesto no había nadie sonriéndome. No había nadie…

Luego de la película me trajeron a casa le marqué a Aaron y él dijo que sus amigos seguían en casa, me hizo brincar la cerca del patio, mancharme un poco de tierra y entrara a hurtadillas por la puerta de la cocina. Fue un desorden pero conseguí llegar a mi habitación sin ser vista, me acosté y empecé a divagar y a torturarme por todos esos pensamientos No me urgía tener novio, el problema era que no había conocido a alguien que me atrajera tanto como para querer conocerlo más a fondo. Yo soy de amar a la antigua, quiero conocer a alguien que me haga reír y que ambos nos entendamos, todo paso a paso, sin prisas. Pero ahora todo era muy rápido y directo, siempre con menajes, peleas por “likes”, celos por quienes comentan alguna foto tuya, embarazos por aquí y por allá. Sin siquiera amarse un poco. Talvez por eso estaba sola, nade quería lo que yo… Admito que sentí una conexión con Alex, pero por más que intente hablarle él siempre me evito y no sé por qué. No sé si debo dejar de molestarlo o solo esperar como Danielle me dijo. La cabeza empieza a dolerme así que me meto bajo las sabanas y pongo mis audiófonos, cierro mis ojos y tarareo un par de canciones hasta quedarme dormida.

| Narra Alex |

Despierto al sentir una lamida en mi mejilla, acaricio la cabeza de Dante y le sonrío. –Ya desperté, ya voy. – me levanto y él sale corriendo para hacer sonar su plato. Despeino mi cabello y salgo de mi cuarto, bajo las escaleras y estiro mi mano, Dante me da su plato y yo le sirvo cuatro puños de croquetas, lo dejo en el suelo y camino a la cocina para tomar agua. Me detengo al identificar el olor a tocino junto con el perfume dulce de mi progenitora.

-Eso huele bien.

-Y sabe bien. Buenos días cariño. ¿Dormiste bien?

-Sí, ¿y tú?

-También. –besa mi mejilla, desayunamos juntos en la barra de la cocina y platicamos un poco sobre lo que nos pasó en la semana.

-Hoy Ali me invito a su casa a comer, ¿puedo ir?

-Está bien, solo recuerda cargar tus llaves y estar pendiente del teléfono, ¿Ok?

-Ok, mamá. –hace un movimiento el cual puedo apostar que es ver la hora en su reloj y su grito me lo confirma.

-¡Voy retrasada, te veo en la tarde! –besa mi mejilla y sale corriendo a la puerta con su adorada bolsa de mano. –Pórtate bien, Alex. Igual tu Dante. –sonrío al escuchar la puerta abrir y cerrarse. Termino de desayunar y recojo los platos, los lavo y los pongo a secar. Subo con cuidado y mi teléfono suena. Por el sonido sé que es Alice. Busco el teléfono entre la cobijas, lo encuentro y atiendo.

-¡Despierta! ¿Ya estás listo?

-Aun es temprano, mujer. –río y niego.

-¡Ya date un baño! Pasaré por ti a las once y ya son las nueve. ¡Corre! –cuelga y yo niego divertido. Me doy una ducha, salgo y me visto con la ropa que dejé lista en mi closet. Tiendo mi cama y una vez lista me dejo caer sobre ella. Que silencio…

No me gusta estar solo mucho tiempo, eso solo provocaba que mi cabeza se invadiera de cosas demasiados tristes y melancólicos. Abro los ojos e imagino ver el techo. Ni si quiera recuerdo que color era mi habitación o el color de mi cepillo dental. Todo era oscuro. Me pregunto cómo está el cielo hoy… si está inundado de nubes o despejado. Si las rosas del jardín de la vecina siguen sin marchitarse o si el color de mi piel ha cambiado por el sol. Me pregunto si el color de cabello de Lauren es negro, si es pelirroja, rubia o tiene algún color fantasía. Apuesto a que todo en su mayoría ha sufrido un cambio, por más mínimo que sea. Si… tan solo pudiera ver, todo sería más fácil. Y antes de que pueda seguir con más daño psicológico el timbre suena haciéndome levantar, salgo del cuarto y bajo las escaleras. Tomo mi teléfono y llaves.



#45279 en Novela romántica

En el texto hay: amor, dolor, discapacidad

Editado: 08.10.2018

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