AKINA.
Veo a Seth saludarme con la mano y esperarme en la entrada del callejón para ir juntos a trabajar y siento el pánico comenzar a tensarme los músculos del cuello. No quiero pasar por allí, tengo miedo.
Sé que es muy poco probable que a las diez de la mañana salga un loco de allí a asesinarme con un cuchillo o navaja, pero es la primera vez que vengo a trabajar después de cuatro días y no me siento lista para enfrentarme a la realidad. Veo personas detenerse y echarle un vistazo al callejón o tomar fotos, cosa que me pone más de los nervios por lo sádicos que podemos llegar a ser.
En los canales de televisión, periódicos y redes sociales no han dejado de dar la noticia del homicidio y no puedo dejar de pensar en lo mal que la deben de estar pasando los padres de Hanna (así se llamaba la chica que fue asesinada), en su dolor y en la impotencia que deben de sentir porque el responsable no está tras las rejas pagando por el crimen cometido.
Sacudo la cabeza para deshacerme de esos pensamientos y me arrepiento al instante, dado que aún puedo sentir los efectos de la resaca a pesar de que ya han pasado más de veinticuatro horas desde que los tres hermanos Kimura nos pusimos muchísimo más que ebrios.
—Hola, Seth —saludo a mi amigo y compañero de trabajo y estrechamos nuestras manos, nos sonreímos o al menos yo hago el intento de hacerlo—. ¿Cómo estás?
—Estoy bien, linda —responde, evaluándome con ahínco el rostro. Supongo que ya notó las enormes ojeras que tengo y lo rojos que se ven mis ojos—. Pero tú no luces muy bien, ¿siquiera has dormido algo?
—Para serte sincera, anoche quizás dormí tres horas como mucho, no puedo conciliar bien el sueño sin escuchar sus gritos y los míos —no hace falta que le dé más detalles porque él de inmediato entiende de lo que hablo—. Anteayer caí como muerta por más de ocho horas y desperté ayer después del mediodía, porque mis hermanos y yo bebimos hasta casi desmayarnos.
Seth silba y alza las cejas con asombro, supongo que no esperaba que le dijera que me emborraché, je. Pero como diría Valentina, una amiga latina que conocí cuando estudiaba en Hattori, «eres toda una cajita de sorpresas, Akina».
—¿No has pensado en tomar algún té para dormir? Ya sabes, algo para relajarte —Inquiere con curiosidad y genuino interés, Seth es un muy buen amigo—. Me dejaste bastante sorprendido con eso de que se emborracharon los tres, no me lo esperaba. Sin ánimos de ofender, Akina, pero ustedes los nipones son bastante conservadores.
Comenzamos a caminar hacia el callejón y trato con todas mis fuerzas de hacer el intento de no mirar al suelo, no deseo ver la mancha oscura que de seguro quedó en el suelo por más que la lavaron.
—No quiero preocupar más a mamá contándole que no puedo dormir, suficiente ha tenido con escucharme llorar o verme haciéndolo —murmuro y retuerzo con fuerza el pañuelo que tengo entre mis manos—. Y cuéntame, ¿cancelaron las reservaciones que estaban programadas para estos días? ¿Ha venido más gente?
—No las cancelaron y sí, ha venido más gente de lo normal supongo que atraídas por el morbo de estar muy cerca de la escena del crimen. Así como también ha habido presencia policial en la zona al caer la noche —hace una pausa y toca el timbre de la puerta que da al callejón para que nos abran—. Aunque paseando cerca del restaurante no van a dar con ese criminal y tú lo sabes, él no va a simplemente aparecer y confesar su crimen, eso puedes tenerlo por seguro.
No respondo nada y él tampoco hace el intento de retomar la conversación, así que nos quedamos calladitos esperando que se dignen a abrirnos. Saco el celular de uno de los bolsillos de mi abrigo y lo desbloqueo, voy a ver las historias de las personas que sigo en Instagram, tal vez y termine viendo algo interesante.
Por ejemplo, a mi amado Jackson Wang.
Suspiro sonoramente y busco su usuario en dicha red social para ver si ha publicado algo nuevo, estoy enamorada de él y no me avergüenza decirlo. Ojalá Raiden llegase a hacer una colaboración musical con Jackson para pedirle que me lo presente.
Unos brazos me jalan con rapidez y suelto un chillido por el susto provocado, pero me relajo al ver que es Asa, mi compañero el escandaloso, quién me está abrazando.
—Te extrañamos muchísimo, estrellita Michelin —musita y nuestros demás compañeros se unen al abrazo, al parecer estaban esperándome.
Siento mi corazón hacerse enorme de la alegría que estoy sintiendo en este instante, que unas cuantas lágrimas de me salen. Tengo a los mejores compañeros de trabajo del mundo y no tengo ninguna duda ni queja.
—Yo también los extrañé un montón, ya me acostumbré muchísimo a ustedes, a sus bromas, chistes y demás ocurrencias que hacen mi día más ligero y divertido —me quedo en silencio unos segundos y respiro profundo antes de continuar—. Ya los siento y quiero como a una segunda familia y me hace muy feliz saber que tengo a los mejores amigos y compañeros de trabajo del mundo entero.
Me apretujan más como si fuese una muñeca de trapo y comienzo a bromear medio quejándome de que van a partirme como si fuese una galleta de soda y ríen, para luego romper el mega abrazo.
—Ve a cambiarte, para que vengas a comer algo que hemos preparado para ti —me ordena Daiki y yo asiento con rapidez, estos seres cocinan como si fuesen los mismísimos dioses de la gastronomía que me es imposible no empezar a chillar y dar saltitos de alegría mientras me alejo hacia los vestidores de damas.
Fue una buena idea haber venido a trabajar y no me arrepiento, al menos no ahora cuando mi equipo de trabajo me está haciendo sentir tan bien. Es verdad lo que nos decía uno de los chefs instructores de la academia, que en una cocina todos nos volvíamos una familia y formábamos lazos súper fuertes que difícilmente lograban romperse y yo estoy dispuesta a luchar para conservarlos, porque por primera vez me siento aceptada tal y como soy, nunca han intentado cambiarme y eso es algo que valoro por sobre todas las cosas.
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Editado: 03.08.2023