El asesino está entre nosotros

Capítulo 2

CAPÍTULO 2.

Amores reprimidos, noche de ansiedades.

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Las risas no paran. Somos dos pelotudos, literal. Parecemos dos criaturas colgadas en Narnia. Estamos tirados en mi cama con los ojos vidriosos y el alma liviana.

—Me escribió Dante —dijo Baco, con el teléfono en la mano y esa media sonrisa que le sale cuando ya sabe que el mensaje no va a traer nada nuevo.

A mí ya me duele la cara de tanto sonreír. Pero es ese dolor lindo, ese que te confirma que la estás pasando bien de verdad.

—¿Y qué quiere ahora? —pregunté, dándole otra calada al porro, que estaba glorioso.

Dios mío, está tan bueno que me dan ganas de abrazar al dealer. O de hacerle un monumento, mínimo.

—Lo de siempre, Alba —respondió él, mirándome de reojo—. Estás tan loca que ya ni te acordás que es viernes.

Baco se echó a reír como un boludo, de esos que se ríen con el pecho, sin filtro. Y su risa era contagiosa, me hizo reír a mí también.

—¡Tenés razón! ¡Es viernes! —grité de la nada, poniéndome de pie arriba de la cama con los brazos en alto, como si hubiese ganado algo—. Qué tarada, ¿cómo me voy a olvidar?

Los viernes y los sábados eran sagrados. No sé si decir que llevo una doble vida, porque no lo siento así. Es más bien que tengo capas. En el colegio soy la chica que cumple, que entrega todo a tiempo, que escucha, que toma apuntes prolijos y saca buenas notas. La hija que no da problemas, la que sonríe en las fotos. Pero en la noche, cuando las luces bajan y el volumen sube, me transformo. Me convierto en la versión más libre de mí. Soy atrevida, soy intensa, me gusta coquetear, bailar sin pensar en nada, dejarme llevar. No es doble vida, es simplemente... todo lo que soy.

Y bueno, nadie es perfecto, ¿viste?

—¿Qué mierda hago? —suspiró Baco de golpe, poniéndose serio, como si el bajón hubiese querido asomarse entre tanta risa—. Tengo que volver a mi casa para bañarme y ver qué me voy a poner.

Lo señalé con el dedo, medio en broma, medio en serio.

—No dejes de reírte, boludo —lo reté—. Te vas a malviajar y no da. Ahora estamos tranqui.

Baco sonrió, de esa forma medio torcida que tiene cuando le da vergüenza mostrarse vulnerable.

—Acordate que esta es como tu segunda casa —le dije, sentándome otra vez a su lado—. Te podés bañar acá y usar la ropa de mi hermano. Sabés que se viste re bien.

—Seee, tiene estilo —admitió él, rascándose la nuca—. Pero me da cosa usarle la ropa…

—No seas estúpido —le pegué suave en el brazo—. Mi hermano no vive acá y a esa ropa ya ni la toca. Según él, repetir outfits es una falta de respeto a su propia imagen. Así, con esas palabras, re narcisista.

Baco fingió pensar, haciéndose el misterioso como si tuviera que consultar con su comité interno de moda.

—Bueno, dale, está bien —se rindió, dejándose caer sobre la cama—. Pero bañate vos primero porque sos la que más tarda. Yo con cinco minutos estoy.

—¿Qué decís? Si yo no tardo nada…

—Dale, Alba, no te hagas la loca —me miró con cara de “te conozco más que a mí mismo”—. Tardás como tres horas fácil.

Y tenía razón. Tres horas era tirando a poco. Me encantaba estar bajo el agua, dejar que me corriera por la espalda, pensar en la nada. Y bueno, entre la ducha, depilarme, ponerme cremas, peinarme... sí, era todo un ritual.

—Voy a tardar una hora, te lo juro por lo que más quieras —dije.

—Y eso sigue siendo una banda igual… —respondió, alzando las cejas.

—¡Dejame de joder, Baco! —le tiré una almohada en la cara, y él se la bancó como si nada, muerto de risa.

La almohada le cayó de lleno y él ni se inmutó. Siguió riéndose como un nene. Me encanta cuando se ríe así. Aunque no se lo digo, porque no quiero que se le suba.

—Sabés que te quiero, ¿no? —le dije justo antes de meterme al baño de mi habitación, con la mano todavía en el picaporte.

—Yo también te quiero —contestó enseguida.

—Pero yo te lo digo en serio, Baco —insistí, girando un poco para mirarlo—. Sos el mejor amigo que pude haber tenido. Hasta siento que sos como un hermano perdido que apareció tarde… pero justo.

A Baco se le achicó la sonrisa, como si esa palabra —hermano— le hubiera pegado justo donde más dolía. Fue apenas un segundo, una grieta mínima que intentó tapar como siempre.

Con una broma que lo salve.

—Ni en pedo sería tu hermano, ¿estás loca? —dijo, con una sonrisa forzada queriendo sonar relajado—. Es joda… yo también te quiero en serio, boba.

Me devolvió la sonrisa, esta vez más tranquila, más suya.

—Bueno, andá a la habitación de mi hermano y fijate qué te vas a poner —le dije, con un gesto hacia el pasillo.

—Y vos andá a bañarte, dale, que estás perdiendo tiempo al pedo —tiró él, en su versión más canchera.

Nos reímos. Esa complicidad nuestra era un refugio. Siempre lo había sido.

Aunque en el fondo… yo sabía que él sentía cosas que nunca decía.

Y yo también.

Porque nunca le conté que estaba enamorada de uno de sus mejores amigos.

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Después de que salí del baño, con el pelo todavía húmedo y la piel perfumada, Baco me miró con cara de enojo fingido.

—¡Dos horas, Alba! Te juro que conté cada minuto —me retó, divertido.

—No seas exagerado —le dije, mientras me secaba el pelo—. Con suerte fueron una hora y media.

—Una baaanda —arrastró las palabras mientras agarraba la ropa y se metía al baño.

—¡De nada por dejarte el agua calentita! —le grité antes de que cerrara la puerta.

En cuanto cerró la puerta, puse música suave y me acerqué al placard. No era una noche cualquiera. Lo sabía. Sentía esa electricidad en el pecho que sólo se siente cuando sabés que algo va a pasar.

Me encantaba la parte de elegir qué ponerme, sentir que cada detalle era una armadura, un juego, una forma de mostrar o esconder quién soy. La ropa tiene eso, ¿no? Te protege, te da poder, o te delata si no la sabés llevar.




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