Capítulo 1
En un pequeño pueblo, donde los campos de flores danzaban al ritmo del viento y los arroyos cantaban melodías frescas bajo el sol, vivía un hombre conocido por todos como El Avaro. Este pueblo, resguardado por la majestuosidad de una montaña que se alzaba como un vigilante silencioso, estaba lleno de risas y susurros de la naturaleza, una sinfonía de vida que resonaba en cada rincón.
Sin embargo, el nombre del Avaro no evocaba la candidez del éxito basado en la humildad, sino la extravagancia de quien nunca conoce la saciedad. No se le recordaba por gestos de bondad o palabras sabias, sino por su insaciable deseo de acumular riquezas. Cada vez que se mencionaba su nombre, una sombra intangible parecía descender sobre el pueblo, silenciando las risas y apagando momentáneamente la luz en los corazones de sus habitantes.
El Avaro no siempre había sido así. Hubo un tiempo en el que se sintió muy pobre porque su familia era humilde. Creció con una preocupación creciente que opacaba la magia de la vida, incapaz de ver que sus manos vacías eran fuente de inspiración para su corazón lleno de sueños. Su hogar, colmado de amorosa sencillez y humildad, era un tesoro que él no podía apreciar. La falta de comodidades materiales lo consumía, haciéndolo sentir indigno y despreciado. Cada mirada que interpretaba como lástima, cada gesto de caridad que recibía, era como una daga en su alma, recordándole lo que él creía que le faltaba.
Cada día se despertaba con el peso de la vergüenza, y cada noche se acostaba con la determinación de cambiar su destino. La calidez de su familia y los pequeños momentos de alegría se desvanecían ante su deseo insaciable de ser reconocido y respetado. Un día, decidió que jamás volvería a sentirse así. Juró que acumularía monedas hasta que su valor fuera incuestionable, hasta que su dignidad estuviera asegurada por el peso del oro.
Esta resolución se convirtió en su obsesión, una llama ardiente que consumía sus pensamientos y acciones. El recuerdo de su vida humilde y las sonrisas de su familia se desvanecieron, reemplazados por el brillo frío y distante del oro. La riqueza material que tanto anhelaba se convirtió en la medida de su valía, dejando atrás los verdaderos tesoros de la vida: el amor, la compañía y la paz interior.
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Editado: 08.06.2024