El Benefactor vivió muchos años más, siempre al servicio de su comunidad. En su lecho de muerte, rodeado por su familia y amigos, compartió sus últimas palabras de sabiduría con aquellos que habían llegado a amarlo y respetarlo.
- "Mis queridos amigos," dijo con una voz débil pero llena de convicción, "me voy de este mundo con el alma llena de paz y gratitud por haber aprendido y compartido estas verdades con todos ustedes. Nunca olviden que la humildad es la única moneda que verdaderamente enriquece la vida. Es en la humildad donde reconocemos la inmensidad de nuestro ser. La escasez material es simplemente una oportunidad para despertar y hacer florecer nuestro poder interior. Los mayores tesoros residen en lo profundo de nuestro espíritu y solo adquieren su verdadero valor cuando se comparten generosamente con los demás. Recordad siempre que dar es recibir, y que el corazón que da es el más rico de todos. Que la generosidad ilumine siempre vuestro camino, como una luz que nunca se apaga.”
Con estas palabras, el Benefactor cerró los ojos por última vez. En ese momento, el espíritu que había sido su guía y guardián, aquel ser etéreo que se le apareció en aquella trascendente noche de oscuridad, se manifestó nuevamente a su lado. Con una voz suave que hablaba directamente a su alma, el ángel que siempre lo había acompañado tomó su mano y juntos se elevaron entre una nube de pétalos dorados rumbo al paraíso de la eternidad.
Su espíritu de generosidad continuó viviendo en cada acto de bondad realizado en el pueblo. Su historia se convirtió en una leyenda, un recordatorio eterno de que la transformación y la redención son posibles para todos. En cada flor, en cada hálito de vida, el espíritu de la generosidad y del amor se hacía presente, trayendo consigo prosperidad y vida.
El pueblo, ahora un oasis de prosperidad y armonía, siguió floreciendo. Cada año, en el aniversario de la transformación del Avaro en Benefactor, los aldeanos celebraban su legado con un festival de luces y flores, simbolizando la luz y la vida que él había traído a sus corazones. En cada hogar, hacían ofrendas florales al espíritu de generosidad que impregnaba sus hogares, llenando sus calles de pétalos con un olor delicioso que evocaba la belleza de la abundancia.
Así, la historia del Avaro convertido en Benefactor trascendió generaciones, dejando una huella indeleble en cada corazón. Los niños crecieron aprendiendo que la verdadera riqueza se encuentra en dar desde la abundancia interior, y los ancianos, con sus rostros marcados por la sabiduría del tiempo, narraban con orgullo cómo la humildad desde la grandeza del amor había transformado su mundo.
En este pequeño pueblo al pie de la montaña, la historia del Avaro que se convirtió en Benefactor siguió inspirando a generaciones enteras, enseñándoles que la vida, en su esencia más pura, es un reflejo eterno de generosidad e infinito amor. Y así, en cada acto de compartir, el espíritu del Benefactor revivía, llevando a todos aquellos que tocaba a flotar en el paraíso de la bondad y la sabiduría.
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Editado: 08.06.2024