Muevo el vaso de café que le he solicitado a mi secretaria, sentado solo en la sala.
Estoy cabizbajo, mirando en el cristal el reflejo de esa fotografía que ya no está en casa.
No solo hicimos un acuerdo para no tener nada de ninguno de los dos a la hora de dejarlo todo. Es decir, aunque ella me amaba, trataba de no aferrarse a mí.
Hicimos el acuerdo mancomunado a la hora del matrimonio, con posibilidad de poder disolverlo si llegaba la separación.
A lo mejor todo estaba predestinado a eso.
Pero lo hablamos como adultos y no dejamos que las cosas ocurrieran en tanto vivíamos el momento, porque no había nada malo en tener parches de seguridad para cualquier circunstancia.
La tarde ha caído en el tiempo que estoy aquí.
Paso el dedo por la imagen invisible, recostado del espaldar al vernos plenos en ese día.
Fuimos a esquiar siguiendo una de esas listas de cosas para hacer antes de morir.
La pasamos tan bien que antes de bajar por tercera vez, nos tiramos esa fotografía en la cima.
Su sonrisa siempre ha sido genuina, pero ese día parecía brillar bajo el sol y sus ojos marrones.
Me pongo de pie, agradecido de que no tengo trabajo pendiente, aunque no es porque no quiera, sino porque nadie puede verme desde las ventanas y esa es una señal para no ser molestado.
En verdad, no es molestia, porque es mi labor como jefe de esta compañía, sin embargo, aún hay personas que creen que tengo alguna forma de imponencia o habilidad para ser el malo.
Quizás por venir de otros lugares donde no tienen el mejor trato, creen que soy así.
La única que se atreve a tocar en mis momentos de reflexión es Maeda o algo así, es su nombre y esta vez, no lo ha hecho.
No cuando hay una llamada de por medio entre Jess y yo.
Suspiro, de pie al tomar el café en la mano, abriendo el bote de basura.
Pienso que fue mucho sacrificio para la esa mujer traerme el vaso, teniendo que dejar su trabajo para atender un pedido caprichoso del que no tomé ni un trago.
Decido dejarlo sobre el escritorio al regreso al tomar la chaqueta que cuelgo de mi antebrazo.
Recojo mis pertenencias y la veo concentrada en una llamada mientras busca algo en el cajón bajo su mostrador, siendo complicado encontrarlo.
—Que tengan una buena noche—hablo, cercano, espantada mientras lleva su cabeza hacia arriba, golpeando el dorso de mi mano con la madera, luego de evitarlo un golpe en el área.
—Señor—murmura, con sorpresa, pasando el maletín a esa mano en lo que se levanta.
Pone el teléfono boca abajo y en silencio, viendo la pluma y el montón de clips que siguen en el piso.
—Pediré que te pongan un teléfono inalámbrico como el de todos—lo señalo—. Eres la única en este piso que aún los usa con cordón.
—Es que aunque se estire, no pierde la señal—enuncia con picardía al guiñarme el ojo—. ¿Necesita algo?—Recojo con la mano que carga el saco el vaso de café, mirándolo un instante—. Déjelo ahí, yo lo llevo a la basura.
—Nop—hablo—. Termina y ve a casa. Puedes cerrar esa llamada—indico, caminando a los escalones.
—¿Y su mano?—Frunzo el ceño, encogiendo los hombros para verla.
No se queda muy convencida de que estoy bien, a pesar de que presionó duro la cabeza en el espacio.
Si no hubiera sido porque me di cuenta antes, tendría un dolor de cabeza bastante fuerte o alguna contusión.
Camino relajado por el espacio, mirando en el móvil lo relevante.
Contesto los mensajes al llegar hasta el estacionamiento, quitando el seguro de mi auto.
Atrás, dejo todo acomodado, subiendo al vehículo en lo que recibo un mensaje.
Es Mae... mi secretaria, quien envió la lista de mis asignaciones para mañana y el reporte de lo que hizo ante mi indisposición.
El vaso sigue en mi palma izquierda, por lo que cierro la puerta y lo coloco en el reposo, encendiendo el motor.
Doy reversa mientras veo a algunos encaminarse a sus diferentes medios de transporte, saliendo en lo que vuelvo a observar el café.
Lo acerco para tomar un trago y me sorprende que el sabor del café frío no sea tan malo.
No me gusta amargo, aunque la azúcar que tiene no parece azúcar, sino algo en sabor caramelo.
Si ella buscaba subirme los ánimos con eso por enfrentar la situación de ese acuerdo, supongo que lo logró.
Nunca había probado nada así, y la verdad es que se lo agradezco.
—¿No lo había tomado, cierto?—Levanto la vista al verme detenido más adelante de la empresa, con ella de pie, supongo que habiendo reconocido el auto—. No me culpe, moría por ver su cara. No me lo hizo fácil.
—¿Y tu vehículo?
—A veces lo usa mi padre para ir al trabajo. Pasa por él—admite—. Lo siento, sé que es para la utilidad del empleado y va contra las reglas, solo que es la única cosa que..., uhm, nos une por decirlo así.