El bebé del Jefe

• El animal más peligroso del mundo •

Por la mañana, no tan de mañana para el trabajo, me visto con un suéter de mangas largas en color blanco, un saco beige oscuro y un pantalón del mismo color.

Uso zapatos oscuros cerrados y no me preparo para el día.

Generalmente, lo hago en las noches para saber a lo que voy a enfrentarme y estudiar lo que él día trae, solo que no tuve oportunidad por la frustración que la situación me causaba.

Aún me lo causa, aunque no me siento de lo peor hoy.

Cierro tras de mí mientras la vecina sale llevando a su perro al ascensor.

Como me ha orinado encima un par de veces, lo deja tras ella lo más que puede, mientras me quedo frente a la puerta que se abre y respiro bien.

Al quedarme en el pimer piso, llego por fuera al estacionamiento, viendo a Grey acercarse, desesperado con una dona en su mano.

—Lo siento mucho, señor, ayer le quitaron el puesto. No pude hablar con la persona, había ido al baño y usted sabe..., no tengo descanso—habla rápido, solo que eso no me quita el sueño.

—Está todo bien—hablo.

—¿En serio, señor Briggs?—Abro la puerta de atrás, dejándolo acomodado.

—Sí, Grey—lo tuteo—. No es como que tenga más opción que pelear por un lugar.

—¿Y es verdad que ya tiene novia?—Lo miro—. Ya sabe que no me tocó turno cuando llegó.

—¿Estabas en el baño o no te tocó turno?—Encoge sus hombros al negar—. Mentiroso.

—Pero señor...

—Y no te pares todo el día en mi supuesto lugar para guardar el auto—advierto—. Ten—le paso unos dólares—. Buen día.

—Pero, señor Briggs—subo, mientras camina cuando doy reversa con el vehículo.

—No tengo novia, ni vine con una, Grey—farfullo, hastiado al partir, viéndolo en negativas por el retrovisor—. Dios, ¿cuánto me va a costar esto?—Exhalo sobre mis manos antes de seguir.

Me tomo el tiempo para mentalizarme, tamborileando los dedos en el volante.

Esmirna llama, lo que me hace saber que está en la oficina y seguramente han llegado los encargados de los periódicos.

Suspiro en calma, encendiendo la radio hasta llegar, cargando el maletín y las cosas hasta la oficina.

Por un momento se siente raro no cargar el vaso de ayer, lo que hace que sacuda la cabeza con extrañeza al poner seguro en cuanto cierro.

La alarma suena indicando que está activada, camino al ascensor que siempre tomo en las mañanas.

Al salir, no me gusta hacerlo tomando la cabina, puesto que me permito ver a los demás y despedirme de todos, lo que les hace saber que ya es hora de irse.

No soy partidario de que hagan horas extras, que de igual forma, pago, ni tampoco de que se preocupen demasiado por el trabajo que van a dejar sin terminar.

No se va a acumular con el que venga o tal vez sí, pero tampoco van a salir agotados mental y físicamente de aquí.

Camino a los escalones del último piso al haberme quedado en el anterior para subir.

Miro el lugar desolado, caminando por cada escritorio en lo que vuelvo al de mi asistente.

Noto que los clips siguen en el suelo, aunque la pluma que dejó caer no. Al parecer, fue lo único que logró levantar, antes de salir de aquí.

Detengo los pasos antes de llegar, inclinado para recogerlos mientras veo lo rojizo en los nudillos.

Por un momento, la cabeza me hace un clic y me lleva a Jessica, que a veces los besaba con su labial rojo.

Era su costumbre para intentar marcarme, aún si ella ya estaba en mi alma.

Niego, terminando el trabajo en lo que busco en el archivo la caja de utensilios donde está el reposa clips.

Los mismos, se quedan pegados alrededor luego de ordenarlos, al término de mi labor para ir al despacho.

Los pasos de Esmirna se detienen en la sala de Juntas en cuanto me ve.

Parece estar más estresada de lo normal y yo lo estoy, aún si trato de tomar esto con calma.

Además de todo, olvidé quitar el blindaje de los vidrios, dejándolo puesto en cuanto veo que la mujer vuelve a hacer señas para que pase.

Tomo aire y avanzo, abriendo mientras el asistente de ella hace las llamadas a los que faltan.

La mesa se acomoda, sin mirar demasiado a los hombres y mujeres que parecen intentar sacar algo para sus publicaciones, lo que hace que me incomode más.

—Bien, ya estamos todos en la sala—estoy al lado de ella, juntando los dedos en frente—. La razón por la que estamos aquí...

—No, por favor, nada democrático, lo haré sin rodeos; quiero que dejen de hostigarme como si fuera un pedazo de carne o un producto al cual exprimir hasta que se cansen. Respeten mi privacidad.

—Usted es una figura pública, señor Briggs, no se moleste por simplemente estar en las portadas. Otros darían su vida o la de otros, hasta por eso—insta la primera mujer, la única que no me defiende.

—Soy una persona, por si lo ha olvidado—posa sus ojos de filo sobre mí—. Merezco no estar todo el tiempo en las portadas de sus revistas, periódicos y páginas de entretenimiento. No soy una cosa—refuto—. A ver, solo, ¿pueden dejar de hacer leña del árbol caído? Mi matrimonio se acabó, estoy solo. Perdí...—Sacudo la cabeza, alzando los brazos—. ¿Saben qué? Yo no les importo como ser humano—quedo de pie, intentado salir de ahí.




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