El bebé del Jefe

• Líquido negro •

Esa mano suave y un poco fría sobre lo caliente que estoy por la ira, logra que lo suelte, queriendo no ver ni al frente, ni atrás, aunque ya seguro que han subido esto a las redes sociales.

Lo sé porque el móvil empieza a vibrar y solo me imagino el montón de información que saldrá: "¿Chica misteriosa con el nuevo ogro de las publicaciones en Internet?" "¿El ataque a un fotógrafo en plena calle de la Ciudad?" Eso es lo mínimo para lo que pasará de aquí en adelante.

Mi otra mano es alejada de él, fijo en el gesto que Mivi hace al arreglar su ropa.

Habla con él de algo, solo que estoy aturdido para entender, recibiendo lo cálido de su mano cuando se encierra en mi palma y me lleva dentro otra vez.

Pide una mesa nueva al encargado y aunque esté algo ido por esta situación tan penosa, puedo ver a los demás verme con sorpresa, incredulidad y otros sentimientos que no puedo descifrar.

La mesa que nos dan está al final, cerca del pasillo a cada baño.

Hay paredes en tipo ladrido que parecen tener diferentes colores o tonalidades, dándole un toque, quizás bohemio y relajante al dejar mi espalda ceder, pegando la cabeza contra la mesa.

—Lo siento, lo siento tanto—me disculpo al encontrar la voz, con las manos estiradas en el sitio.

Siento sus dedos en mi cabeza, dándome consuelo como si fuera un cachorro.

Levanto la vista y la veo, sonriendo en lo que sacudo la cabeza, enderezando la espalda.

Giro un segundo y la mayoría deja de vernos en cuanto hago ese movimiento.

A lo lejos, veo que el joven habla con el encargado, a quien trata de explicarle la situación.

No parece ser que el hombre lo entienda, porque quiere correrlo de forma sutil, cosa que me hace quedar de pie, con Maeve deteniendo lo que hago.

—Evítese otro problema, señor—pide, solo que no le hago caso.

Camino allá bajo su escrutinio, interrumpiendo la discusión con mi presencia.

—Señor Briggs, en serio, le pedimos disculpas. No sabíamos que este joven iba a causarle molestia ni un daño moral.

—No pasa nada—suelto, con la voz más grave al tragar la saliva—. Es su trabajo y también es algo del local; me hubiera gustado estar informado antes, eso sí—aclaro—. No hay ningún problema en que continúe su trabajo, ¿verdad?—Miro al encargado.

—No, para nada—habla, bajando los humos—. En todo caso, ¿prefiere estar en un sitio más privado a la hora de las tomas?

—No, yo... voy a ordenar—decido—. Quiero un pastel de queso para dos, dos croissants, un vaso de leche de almendras y un flan pequeño para dos—hablo.

No sé qué come esa chica, aunque espero que nada de esto le caiga mal.

—Un sándwich completo, solo sin tomate—emite, tras de mí—. Y un café de caramelo—la observo.

El joven continúa en su labor y no sé porqué giro con el instinto en la nuca para que no tire esa bendita foto de los dos.

La advertencia parece surtir efecto inmediato o quizás fue mi expresión de fastidio, tomando en mano lo ordenado al tardar un poco más la solicitud de ella.

—¿Está bien si tiene pepinillos?—Mivi encoge los hombros, estirando las manos para llevar su pedido, sacando la tarjeta para pagar.

—No, señor, ¿qué hace?—Me detiene—. Esa no es la de color 'lo paga la empresa'—señala.

—Porque esta vez, estoy pagando yo—apunto en su parpadeo.

Se queda sin argumentos, a pesar de que hay muchos en su mente que rechisto con la mirada, cediendo mientras muerde el pan.

Con su figura, no parece que el gluten le haga nada.

En cuanto pasa la tarjeta, guardo la factura y el medio de pago, camino a la salida.

Lo que saco primero es el pastel de queso, dándole un mordisco santo mientras caminamos de regreso al estacionamiento.

La caminata va a ser corta, por eso me detengo mientras ella sigue, probando de nuevo.

—No debió de haber pagado eso—habla a lo lejos.

—La reunión empresarial ya había terminado, relájate—para en seco. No entiende el tono alto hasta que me ve, abriendo los brazos con obviedad, yendo a una pared a recostarme.

—¿Le pesa ese 1,80-90 de estatura o qué?—Vuelvo a sonreír, mirándola.

—No, Mivi—hablo—. Solo respira, yo sé que tienes trabajo atrasado, pero tómate este tiempo después de ese desastre—exhalo—. Me disculpo de nuevo.

—¿Quienes eran los que salieron de su despacho?—La curiosidad la carcome como amantes del chisme, tomando la otra cuchara para comer la parte que le saqué.

—De la prensa física y digital—como otra vez, mientras prueba el pastel.

Por su expresión, pareciera que no había comido nada de esto nunca.

Alza las cejas y vuelve a comer, siendo ese momento solo suyo.

—¿Y qué querían?

—Yo los cité—me mira y baja la vista—. Mi abogada habló con ellos—trato de quitar esa expresión de sus ojos de que no la puse al tanto para la ayuda—. Era algo legal.




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