Permanezco de pie en la oficina, terminando de revisar los últimos detalles del documento.
Esmirna me hizo llegar lo mismo que le pasó a los directivos de esta mañana, quienes, sé, han tratado de maquillar su contenido con las nuevas noticias.
No es de extrañar que parezca dar miedo por el video y lo que hice antes, pero he tratado de no pensar demasiado en eso.
Me exalté más de lo normal. No sé si fue porque no quería volver a pasar lo mismo de ayer cuando subió subió mi auto o simplemente fue el hecho de querer protegerla.
¿Por qué la quiero proteger de eso? Bueno, tal vez porque el mundo es cruel y me ha hecho demasiado daño.
No me siento cómodo con lo que ha pasado, con esa exposición y tampoco me gustó la forma en que mi abogada la acusó.
Sé que trabaja para mí en términos de relaciones públicas y se encarga de llevar algunas cosas de la empresa, aunque también tengo otra persona haciendo el resto del trabajo que no lleva.
Ambas se dividen entre la vida empresarial y la personal, siendo la última la que ha tenido más auge.
Si bien es algo que trae clientes a la compañía, no quiero que solo sea por mí, sino por lo que hago en el mundo laboral.
Maeve toca la puerta, girando en lo que abre y quito el bolígrafo de mis labios.
Frunzo el ceño por lo inconsciente del gesto, viéndola seguir adelante.
—¿Ya terminó?—Niego—. ¿Qué sucede?
—Nada, solo no me cuadra—señalo el boceto contable de esa obra—. ¿Puedes pedirle a Ramón que haga una investigación sobre esta persona?—pido—. Nada de esto tiene sentido.
—A ver—lo toma, concentrada, solo mirando sin analizar.
Sospechoso que no se le dan bien los números por su cara.
—En verdad soy una bruta de las matemáticas, pero me defiendo, señor—aclara, tragando mi risa de inmediato—. ¿Qué son todos estos gastos? No hay un control—la capto al dar en el clavo—. Qué raro.
—Llévale todo esto a él y cuéntale de lo que hablamos esta mañana—se lo entrego—. Ah, y disculpa por haberlo dejado para la última jornada, solo que si no lo hago así, pierdo la información retenida para mañana.
—Me ahorró mucho hoy—comenta—. Cosas que trabajo, las trabajó usted.
—A veces no quiero ser mal jefe—sonríe.
—Claro, señor Briggs—golpea en su manita el material—. También lo voy a escanear para una auditoría forense.
—No da tiempo—miro el reloj.
—Jacobs me debe un favor—sale, bajo la burla, yendo a acomodar lo demás.
Suspiro al ver el escritorio con las carpetas de trabajo ordenado, sintiendo una satisfacción extraña por dentro.
No sé si es el efecto de que algo cambió o simplemente es porque no tengo nada pendiente para mañana, a excepción de la reunión con ese hombre raro.
Me tomo el atrevimiento de salir con todo y guardarlo en el archivo, abriendo el último cajón.
Los coloco por el orden en que ella lo ha puesto, enderezado mientras vuelve con otro documento.
—¿Más trabajo?
—Ya resolvió—enarco la ceja—. Me debía un dulce de tres leches y se lo cobré con esto—defiende—. Hicimos una apuesta—ahora suelta información de más que no le he solicitado. Seguro piensa que mi mirada la insta a eso—. No le diré sobre qué.
—No quiero saber—levanto las manos, sintiendo miradas sutiles entre los dos—. No trabajes tanto.
—¿No le gusta pagar horas extras?—Hace que me ría, llegando a la oficina donde escucho que el teléfono suena.
—¿Sí?
—Farouh, al fin contestas.
—Ah, hola papá—descanso en la silla—. ¿Cómo estás?
—Bien, mirando las noticias—paso la saliva—. Esmirna también me ha puesto al tanto, dijo que no es tu culpa, que es la prensa la que te ha estado atosigando—pregona—. Sabes que puedo echarte una mano con eso aunque me haya retirado para jugar golf a una isla caribeña.
—Estoy bien—digo—. Gracias, papá, es bueno escuchar tu voz—hablo—. Te amo.
—Te amo, hijo—escucho a lo lejos la emoción de mamá. Parece que anotó en un hoyo.
—Me saludas a mamá, nos vemos.
—Espera—me para—, ¿qué hay de Jessica? ¿Cómo van las cosas?—Suelto el aire al mirar hacia abajo, paseando los dedos por la madera.
—Las cosas solo van, papá—enuncio—. Ya estamos divorciados, ella está viajando; sigue con su agenda.
—¿No pueden tan solo arreglarlo? No creo que eso haya sido a nivel de hasta no querer lo que le pertenecía como esposa en el matrimonio—me recuesto de la silla, poniendo el altavoz.
—Fue su decisión.
—Pero la sigues amando; aún estás enamorado—señala.
—¿Y mi amor debe sobrepasar las decisiones de ella?—indago—. Papá, nunca he sido un hombre de... rogar...—Hago una mueca.
—Eso no es ruego.