No... No esperaba esa respuesta de su parte, a decir verdad.
La forma en que mi entrecejo se hunde ante su respuesta, debe haberle parecido como de molestia o incomodidad, pero no es así; es más el hecho de estar incrédulo que otra cosa.
La realidad es que cuando la contraté, no quise husmear en su vida.
Había pasado como una buena candidata que se llevó el agrado de todos, incluso de mi papá, que no es alguien que se impresiona por cada palabra o cosa escrita.
Dejarla ahí fue mi decisión, pues la joven caminaría conmigo desde la posesión en adelante, lo que acepté, viendo su mejoría constante, incluso al sol de hoy.
No sé porqué se me cruzó por la cabeza el ofrecerle ayuda a su padre; entiendo que hubo algo personal ahí, no obstante, también lo contemplé por lo sucedido con la gasolina.
El hecho de ofrecerle ayuda y que esté en este lugar, se salió de mis manos y no era mi deber pasar esa raya.
No la conozco del todo, no al cien; Maeve es mi empleada, por lo que debo guardar las distancias en cuanto a ver las cosas, ya que las relaciones familiares en un mismo lugar, no siempre se dan bien y que ella haya respondido tan rápido, también lo indica.
Estoy decidido a buscar unos minutos para hablar con ella cuando volteo a ver la ventana.
El hombre con el que hablamos ayer, ha llegado, pero no le he avisado a mi amigo de la policía la hora en que debe llegar.
Blindo los cristales al presionar el botón, oyendo los toques del señor desesperado en la puerta que no cede.
Me levanto de la silla, con Maeve atenta a mis pasos, los que me llevan a poner el código en el panel para que nadie pueda pasar, dando la vuelta hacia ella.
—¿Vamos?—La invito a la sala, estirando el brazo que acepta en cuanto avanza hacia el lugar, privatizando la estancia para que no salga el sonido ni se grabe esta conversación.
Tomo asiento luego de bloquear la puerta, quedando a su lado mientras descansa en una de las sillas del cabezal, atento a lo que dirá.
—Hace poco salió de rehabilitación—responde a cuestiones que se quedan en el aire—. El programa lo lleva a estar trabajando para que los impulsos y deseos de beber, no influyan en él, sino que obtenga una mejoría—explica—. Toma el auto porque hay días en que debe trabajar más lejos y no le queda para echarle combustible.
—¿Y tú que piensas?—Sacude la cabeza como si no le importara.
—Ni me asomo a hacerlo, señor Briggs—expone—. Lo único que sé es que si bebe, oculta bien el olor y si no lo hace, gasta el dinero en otra cosa como comida, quizás apuesta o alguna que otra mujer que lo acompañe en las noches—pregona, mirándome tranquila.
—¿Hace cuánto no vives con él?—Piensa si decirme eso o no.
A lo mejor entiende que debe hablar porque es el interrogatorio que no le hice cuando tomó su lugar.
Hasta este tiempo, no había necesidad, aunque siempre llega un punto que lo libere todo.
—Desde los veintiuno—bajo la vista de forma sutil para notar ese movimiento de sus brazos; se cubre en señal de incomodidad. No quiere hablar más de esto o por lo menos, de esa parte de la historia.
—¿Y tu mamá?—Levanta los hombros y los baja, liberando el agarre para abrir sus dedos sobre la falda en cuanto estira sus manos—. Bien—me mira de forma significativa, casi aliviada por no continuar, buscando un vaso de agua a pesar de que tiene su vaso de leche cerca—. No le daré trabajo, pero mántenme al tanto del tanque de gasolina—la veo desde mi sitio, de pie al beber despacio el líquido.
Oculta la sonrisa en el reposo, dejando los vasos en la basura, después.
—Eso no es necesario—musita.
—¿Crees que te pago bien?—Salimos del lugar reducido, con ella avanzando al sostener entre sus dedos el objeto.
—Perfecto, aunque, si por mí fuera, trabajaría hasta obtener su sueldo—burla, captando un pequeño tinte rosa en su mejilla.
—¿Estás nerviosa por querer robar toda mi fortuna?—Maeve suelta una risa, enderezando la cabeza al estar cerca de la salida.
—En realidad, porque dejé perder la tarjeta—se cubre el rostro, bajo mi burla que no ve—. Perdóname, Farouh, es que...—La sonrisa en mis labios se ensancha—. La dejé caer, creo, o se cayó de mi falda, no lo sé; solo recuerdo estar dormida en tu auto y luego llegar a casa y caer en la cama, nada más—detalla, seguro de cuán agotada estaba a pesar de la caminata donde comimos pastel al aire libre, como si nada—. ¿Me perdonas?—Bate sus pestañas, teniendo que contener el trago de saliva al asintir despacio en su presencia.
No quiero ni pensar lo que eso acaba de causarme ahora mismo.
—Te perdono—decido, en un respiro—. ¿Alguna otra cosa que deba saber?—Niega, tomando de su obsequio un instante.
—Llamaré al banco—decide, quitando la seguridad del panel y de la puerta para dejarla salir.
—¡Oiga!, ¿quién se cree que es para dejarme esperando casi toda la mañana, cuando usted fue quien me citó aquí?—El hombre exaltado viene a nosotros, o en todo caso, a ella, golpeando su cuerpo en lo que el vaso derrama el contenido sobre su pecho y me salpica en la cara por la cercanía.