Cierro la llave después de unos minutos en los que he obtenido la calma.
La sensación debajo ha menguado un poco, pero sigo pensando qué está mal conmigo como para que me sucediera algo así en su presencia.
Debo ser un fresco o algo por el estilo, aún si fue un hecho involuntario que ni siquiera estuve esperando.
En cierta parte, lo entiendo; Maeve es una persona linda, claro que sí, también es una mujer llamativa, sin embargo, no es el tipo de mujer que está lista para lo que tengo o me rodea; apenas puedo explicarlo, la verdad, es solo que entiendo que no le gustaría estar bajo cosas mediáticas todo el tiempo.
Tampoco es una candidata amorosa en medio del duelo que paso, pero he de admitir que muchas cosas que no creí posibles volver a sentir o experimentar, se han desatado con ella.
Esto... Esto no me hace sentir bien, ni orgulloso, sino avergonzado, por lo que solo salgo cuando estoy bien, nada incómodo por lo que me pasa y sin rastros de esa presión.
—¿Se encuentra bien?—Pregunta, al verme dejar el espacio.
La miro suave, asintiendo de inmediato, agradecido de que no vuelva a pasar.
Me sorprende que parece que lo controlo, porque lo de hace un rato, fue más de tipo corporal.
—Sí—murmuro—. Tenía una incomodidad—emito, invitada a ir delante, bajo las miradas de los presentes, quienes nos ven llegar a la cabina—. Nos vemos mañana, chicos.
Nadie disimula el escrutinio que nos hacen. En cuanto subimos al ascensor, deciden no guardar lo obvio mientras nos ven, dándole un vistazo desde el rabillo del ojo a Maeve, quien solo sostiene su bolso en frente, cerrándose al fin las puertas.
El tiempo bajando me dice que debo preparar mi mente para el día de mañana, cuando nadie pare de hablar sobre esto.
No es una cita lo que tenemos, ni vamos a ir a algún sitio sospechoso, lo único que sucede es que jefe y secretaria están más cercanos, lo que les ha creado una novela fantasiosa en la mente.
No va a pasar una semana, como mucho, para que todo vuelva a la normalidad, y además, no creo que sea tan malo el tener que salir con ella, puesto que es la persona que me echa una mano cuando no estoy.
Podría decirse que la considero mi mano derecha.
Llegamos al parqueo donde reviso que no nos estén siguiendo.
Saco el vehículo primero, y luego salgo para abrirle la puerta, viendo que de inmediato se pone el cinturón.
Lo hago por igual en cuanto vuelvo, poniendo la marcha en el avance.
—Te ves muy bien—ese cumplido me sale del alma, sin pensarlo dos veces.
De todos modos, admito que se ve bien, deseable..., digo, bastante interesante, porque lo primero es inapropiado para la ocasión.
—Gracias, señor. Usted también—habla, despacio al tener las manos sobre su bolso.
El trayecto hacia la Policía no es largo ni corto, aunque sí se mantiene la sensación de que hay algo en el ambiente, lo que continúa en cuanto abro la puerta para ella y pongo seguro.
Debido a que no es momento de enfrentar esos comentarios e interrogantes, pasamos dentro, donde saludo a algunos de los conocidos, viendo en la sala de espera a la que nos llevan, la fila de personas que van a pasar al pequeño cuarto para testificar.
Ambos nos miramos y en sus ojos veo sorpresa y resignación, porque lo otro va acorde a lo que pienso, si había necesidad de hacerlo hoy o dejarlo para después.
Ninguno lucha contra lo inevitable, tomando las últimas dos sillas que restan de la sala y que seguro estuvieron ocupadas antes de llegar, descansando en el espaldar con desgarbo, porque no hay forma de mantener la compostura si esto va a ser largo.
Al principio, pensaba y esperaba, uhm, esto de ser llamado antes que todos por motivo de privilegio, pero ahora que lo pienso, es darle cabida a una práctica ilegal.
De más está decir también que todos los presentes tienen derecho y son más importantes que yo en estas circunstancias o que la misma Maeve, quien descubrió lo que pasaba.
Decido cerrar los ojos un instante, lejos de las miradas curiosas de las personas, quienes tratan de entender porqué estamos aquí.
Claro, es normal ver así a dos personas vestidas de forma profesional, cuando ellos llevan una ropa casual y bastante cómoda para el calor que hace en el sitio.
Miro al techo un momento.
Mi cabeza está pegada a la pared y mi espalda suspendida, aún cuando sigo sentado.
Mis brazos están caídos sobre mis piernas al ver el techo, aunque mi acompañante sigue atenta al teléfono desde hace un rato.
Supongo que espera el mensaje de alguien o de la persona que iría a ver, si salía temprano, lo que sigue dándome lata, al arrepentirme.
No siento que haya sido considerado por no consultar cómo iba todo esto, para así determinar si dejarla irse.
Podía tener algunos otros planes como dormir o recuperar el tiempo en lo que sea que hace cuando llega a casa, solo que la espera ya no puede evitarse, haciendo que me desespere un poco al mirar también que algunos se han ido del lugar.