—¿Cómo te has sentido últimamente?—Pregunta el hombre frente a mí.
No sé qué decirle al respecto; si ser sincero por el motivo que llegué o ignorar la situación para que sea solo algo de rutina.
La verdad, no pensé que iba a hacer esto, y ni que tampoco tendría una consulta de esta índole.
La única razón por la que estoy aquí, es porque necesito respuestas a todas mis cuestiones, ¿y quien mejor que un doctor? Aunque no de los que ayudan a los corazones, pero sí uno que me ayudará a entender todo lo que me sucede.
Ayer fue... diferente, importante, e igualmente, un escenario nuevo para mí.
Estaba lleno de impresión por lo sucedido, por lo atrevido que fui al besar a esa mujer. No una mujer cualquiera, mas bien, mi empleada a quien le tengo una alta plenitud en confianza.
Creí, por un instante, que las cosas se saldrían de control o que al menos, se iba a enojar, no obstante, su reacción me dejó una pequeña sensación en el pecho, algo que no pude, ni he podido identificar del todo, aún si acepto que se siente bien.
Todavía sigue ahí, haciendo un pequeño cosquilleo en cada paso que doy, en cada cosa que veo como un recuerdo.
Lo experimenté de regreso en la mañana, puesto que en la noche, la sensación se asentó, supongo que quedándose ahí para que pudiera asimilar lo sucedido, habiendo tomado asiento en la cama, luego de colgar el saco y las llaves en el pedestal.
Lo siguiente que hice fue llevar mis manos al rostro, inclinado hacia delante. Quise arrepentirme, solo que no hubo oportunidad. Yo quería eso y ella por igual, el punto era que hacía no mucho me había separado, además de que el medio laboral, podría generarnos conflicto.
La noche fue diferente, incluso puedo decir que a pesar del clima frío, el lugar me generó calor; la atmósfera se hallaba caliente y la sensación de cosquilleo no se apartó de mis labios ni habiendo lavado mis dientes.
No quise preparar nada para comer, lo que pude hacer fue ordenar la ropa en donde iba la usada, tratar de hacer un poco de ejercicio antes del baño y luego tomar asiento en el balcón, dejando mi pecho al descubierto, cruzado de brazos.
A la hora de dormir, cerré los ojos para cuestionarme lo que había hecho; mis manos sostuvieron el teléfono, viendo ese contacto que aumentó el sentimiento de ausencia dentro de mí, dejándolo boca abajo al pensar en lo tonto que fui.
O así me sentía, por estar atravesando ambas cosas, lo que me llevaba a querer ordenarlas.
Jessica fue para mí, la mujer de mi vida. La persona con la que nunca creí que podría congeniar a la hora en que nos conocimos.
Fue cruzando miradas en ese evento con mi padre; él hablaba con él suyo, así que por más amable que se vio su sonrisa al verme, supe de algún modo que estaba harta.
Cuando él concretó el proyecto del aeropuerto con su padre, nuestras vidas ya estaban sutilmente entrelazadas; íbamos a las juntas para vernos o bien, éramos los representantes de nuestros mayores cuando alguno no podía estar.
Las opiniones que teníamos eran diferentes, sin embargo, al paso del tiempo, cada una siempre encontraba el lugar para llegar a casa y ser una sola, lo que hacía que nuestros ojos se cruzaran siempre y en esa oportunidad, no hubo modo de ignorarlo.
Ocurrió en la fiesta de gala donde se celebró el comienzo del proyecto; estábamos siendo presentados a personas de altos mandos como los asistentes del trabajo que se haría. En un momento, por fin nos quedamos solos y cada uno tomó la decisión de ir a una de esas habitaciones del lugar.
Cuando la encontré, porque me hizo buscarla, estaba en uno de los pisos de arriba, escondida en el baño privado que fue el último sitio que husmeé.
Los dos nos vimos, riendo, habiendo grabado el tono de su risa en mis sentidos, puesto el seguro en cuanto rodeé su cintura.
Su vestido rojo y con brillo le quedaba ajustado, aunque no se detuvo en medio del beso apasionado, con su espalda en la pared.
Jessica fue la primera en ceder, en alejar mi saco y permitir que elevara esa prenda para que pudiera sentir lo terso de su piel.
De más está decir que no hubo retroceso, que no quiso parar, ni siquiera cuando la oí quejarse sobre mis labios, bajo el escrutinio que obtuvo en el instante en que supe que me dio algo valioso de ella.
En retrospectiva, no hubo diferencia esa noche, porque aunque yo no tenía experiencia, el punto era dejarse llevar.
A pesar de lo que había en su rostro, su decisión se mantuvo al querer continuar, entregados bajo la luz de ese reducido sitio en donde ninguno dejó de entregarse.
Al volver, tomamos la salida trasera, sin que nuestros padres se dieran cuenta y la retuve en un abrazo mientras el chófer nos dejó en mi apartamento.
Esa noche no hicimos nada distinto a darnos un baño por separado, luego la recosté en el colchón y así vino el periodo en que estuvimos por dos años.
Su decisión fue clara, no quería a nadie más; se había enamorado de mí, tanto como yo de ella, el punto estaba en que el amor no era como los negocios; a veces un punto de partida, no se cruzaba con el del otro en tan poco, sino que tomaba tiempo volver a conectar.