—¿No quiere que trabaje o cómo?—Inquiere, bajo el escrutinio de mis ojos.
—Lo que quiero es cambiar el modelo de ese teléfono, pero a ti te gusta demasiado—resalto, en el pequeño exaspero.
—Bueno, lo importante es que acatas mis órdenes—revira.
Sonrío, en medio de su respiro despacio, desinteresada en el tema, bajando los hombros para seguir mirándola, en lo que llevo un par de sus mechones tras su oreja.
Se ve distinta, quizás s mis ojos porque la besé, no obstante, también porque no ha dejado de ser la Mivi de siempre que conocí desde el primer día.
Llevar esas hebras a tras ella, hace que el gesto se vuelva personal, demasiado, y aunque no sé lo que estoy haciendo bajo la lógica, ni debería estar así, aquí, con ella, por el trecho laboral, sigo siendo atendido por su mirada, al igual que ella lo hace al estar bajo la mía.
Es mi secretaria. No hay nada más allá de lo que ocurra en la empresa y si bien lo de ayer no fue nada empresarial, me doy cuenta que estoy llevando a la borda ciertas reglas; las de este sitio y las mías, que no tengo, en lo absoluto.
No he sido un hombre de regirme por cosas o por prohibir otras, por eso, esto solo logra aumentar lo que se supone que debo menguar con respecto a los dos, aunque no quiera hacerlo, en lo hondo, por cuenta propia.
Tal vez no sea buena idea que siga con esto; no puedo darle tregua a lo emocional, si no quiero lastimar lastimar esta mujer, si tengo poca capacidad para enfrentar situaciones en ese entorno, que no hagan más que herir a las personas a mi alrededor.
Fallé en lo que pensé sería para toda la vida, con Jessica, y aunque no haya nada sobre la mesa entre Maeve y yo, no quiero hacerlo de nuevo.
Ella no ha dicho nada relevante a la orquesta romántica, a eso que ha tomado control en mi cabeza, no obstante, no creo estar listo para ser el hombre que alguien necesita, sin importar si es Mivi o no; si puedo lastimar más de lo que alguna necesita, no puedo ser un buen hombre en la vida.
Por ello, no quiero meterla en esa ecuación, aunque todo mi cuerpo la haya puesto ahí. Mi mente debe dejar de contemplar lo que debe ocurrir, porque sólo fue un beso entre los dos, uno que yo empecé.
—A veces no puedo evitarlo—susurro.
—Es que me recuerda algunas cosas de mi época—se burla, sumido en el balde de sus palabras y en sus ojos que me envuelven, llegando a la realidad.
—¿Te sientes vieja?—Se ríe, dándome una negativa en el instante.
—Aún no—ahora soy yo quien sonrío.
—Muy bien—no sé qué otra cosa decirle, aunque es divertido compartir esas pocas frases con ella.
He logrado reír más de lo que pensé estos días, igual que en las otras ocasiones donde mantenía el cable a tierra para que no pudiera sumergirme en lo que ha sido esta pérdida.
Maeve ha hecho todo su trabajo de la manera perfecta, siempre cumpliendo con sus objetivos, solo que, al parecer, mi bienestar es parte del suyo; quizás porque es más fácil para ella ver a su jefe en buen estado, que dejarlo seguir en esa ola depresiva.
Exhalo, llevando la mano hacia su muñeca para elevarla, queriendo tirar de su palma para irnos a la sala.
No tengo idea de qué haría ahí, sin embargo, ninguno de los dos se mueve, solo tocando sus dedos con los míos, quedos en el escondite.
Este muro nos da privacidad, tal vez por eso no quiere moverse del sitio, aún si desde afuera, sus amigos y mi personal experto en chisme, no pueden vernos u oír lo que sucede bajo la construcción de esta oficina.
Inspiro, pasando el pulgar por su mejilla, sin dejar de verla, asentando ahí lo dicho por Omar, al tenerla tan cerca.
Puede que no logre detenerla de entrar más en mí, porque no sé en qué parte de mi vida empezó todo esto, lo que sí tengo claro es que no es nada adecuado, porque apenas solo podía emitir bien su apellido.
Él no estuvo equivocado, pero tampoco puedo darle largas al asunto, por más desconocido que sea el camino a las emociones.
A lo mejor, algo en mí conectó con su forma de hacer que ponga los pies sobre la tierra, solo que no le había prestado atención y ha sido lo que le dio cabida a lo que siento.
Si tan solo pudiera cambiarlo, es decir, quisiera, aunque no lo deseo por lo que experimento en el fondo.
No es tan malo sentir, volver a creer que alguien tiene la oportunidad de alumbrar mi camino, después de esa oscuridad que atravesé; lo que está mal es que sea en tan poco tiempo, que no lo pude controlar, al punto de no ser capaz de seguir afrontando lo que pasa.
Tal vez, hoy es diferente, porque asienta un poco lo de ayer, no obstante, mi deber es dejar todo sobre la mesa, para saber, por lo pronto, a qué me puedo enfrentar.
—Ven, siéntate—musito, ronco al conducirla hacia la silla donde la acomodo para ir al escritorio—. ¿Cómo estás?—inquiero.
—Bien—declara—. ¿Y usted?—Me mira.
—Bien—medio sonrío al verla.
—¿Y dónde estaba?—Pego la espalda del reposo, sin poder ignorar que veo pasos por debajo de la puerta, lo que significa que todos están expectantes, que ninguno tiene idea de lo que sucede y lo que, en cierto punto, me divierte al saber que no tienen remedio—. ¿Por qué la sonrisa?—Sacudo la cabeza, dejando de ver ahí para atenderla.