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Reviso la agenda digital, en la aplicación del teléfono para abrir el enlace enviado por Enrico, a mi correo personal.
Me mantengo de pie frente al mostrador de la recepcionista, quien verifica la habitación disponible para mí, no sin dejar de verme de forma repetida para comprender bien quién soy, o tal vez, darme un lugar de acuerdo a mi porte.
—Puede ser sencilla—le digo, al notar que descubre que hablo bien su idioma, girando a la espera del primer vehículo que salió.
Scarlet y su novio no han llegado, lo que me preocupa al recibir la llave de acceso de la joven, quien hace que ponga el pulgar sobre el objeto para el registro de la huella, indicando que soy yo.
Agradezco la cordialidad para dejarla seguir trabajando en lo que avanzo con uno de los conductores, quien me observa un segundo.
—¿Sabe qué ha pasado con el primer vehículo que salió?—indago, guardando mis cosas en lo que los demás esperan el equipaje para llevarlo arriba.
—Me informaron que su secretaria pidió una parada en un sitio turístico para comer—lo miro, atrapado en el apretón de mi mandíbula, sin poder decir o hacer nada por la vergüenza que me asalta de solo escuchar eso—. No se preocupe, ya están de camino, señor Briggs.
—Lo siento, pero no me alivia—confieso, manteniendo la vista en frente al descansar el hombro contra el concreto a un lado.
Suspiro, algo resignado por la situación en lo que saco el aparato para ver en la pantalla su nombre; lo único que hago es poner esa orden de la leche de almendras con una pizca de café y el sabor caramelizado, antes de siquiera marcar su número personal que puede dirigirme a ella.
Evito marcarlo a toda costa, puesto que no deseo ponerla en alerta, ni informarle sobre lo que estoy viviendo con su aprendiz, a quien no culpo de nada, aunque sí tendré que dejarle en claro que debe poner los pies en la tierra.
Lo que quiero ahora es poder atravesar esta situación de la mejor forma posible, salir adelante y quedar bien con los demás, solo que, esta chica, me lo está poniendo algo difícil, aunque no niego que moldea algo de mí.
Hago una mueca, despacio al pasar los dedos por la pantalla luego de enviarle la compra, sencilla, aunque me permitió colocar en la etiqueta digital su nombre para que sea impresa y lo pongan alrededor de su vaso.
Aprecio haber dejado la huella de mi letra ahí, no tan perfecta como al colocarla sobre el papel, pero la trama me deja verla por más tiempo al querer sostener ese objeto, o por lo menos, guardarlo como tengo los demás en la encimera.
Sin duda, Maeve hace de mí algo distinto cuando estoy a su lado y aunque no lo haya notado, sino que haya ocurrido de forma inconsciente, no puedo negar que soy diferente cuando trabajamos.
Lo confirmo al salir de la página para ver las aplicaciones de correo, tanto personal como empresarial, notando el avance que lleva en lo último y la actualización no esperaba que ha hecho en el calendario.
Apenas puedo leer por encima las etiquetas, las horas y los detalles, pero sonrío al ver lo dedicada que es con el trabajo, lo que me deja en claro que no me equivoqué en dejarla, aun cuando la extraño en su área.
Por mi decisión, debo aceptar lo que pase, al igual que tengo que adaptarme a esta chica, porque cuando Maeve no esté ella es quien va a hacerse cargo de los procesos administrativos y si debo pulir su capacidad aquí, entonces no voy a ignorar la tarea.
Con un exhalo, la veo llegar en el vehículo que al fin se detiene frente a nosotros, deteniendo al conductor quien se dirige a la puerta trasera.
Me encargo de abrirle, para encontrar a la pareja en el espacio, mientras la joven gira a verme con un poco de premura en la mirada.
El chico nos observa, solo que él me da lo mismo, impuesto en una expresión de regaño en la que se cohíbe, encogida en su espacio al ver todas las formas y modos posibles en los que la desapruebo por lo que hizo.
—Scarlet—no tiene que hacer mucho para comprender que no estoy contento con su cambio en el viaje—, sal—ordeno, a la par que se mueve sobre su compañero, instados a la privacidad en lo que nos aleja del resto—. Escucha, lo que Enrico dijo no es para que te aproveches de su buena voluntad—la paro de hablar cuando abre la boca—. Vinimos a hacer algo y eso es trabajo, nada más. Cuando haya tiempo de salir de vacaciones o de mirar el paisaje, yo te indico, ¿entendido?
—Perdón, señor Briggs, lo entiendo—acepta, bajando el rostro—. Es que íbamos en el camino contando el efectivo, hablando sobre el hambre y solo... pedí ese desvío para alimentarnos—sostengo la piel de mi frente durante unos segundos, inspirando ante esa confesión que me inquieta un poco, aunque es igual de inocente.
—¿Y porqué no me dijiste?—sonsaco al ver su expresión, contrariada—. ¿Sabes qué? Lo mejor es que subas a tu habitación—decido, cansado—. Y no salgas de ahí a menos que sea para el trabajo. Si no lo es, me pides permiso.
—¿Me está castigando?—Asiento, serio al enderezar mi postura frente a ella.
—De algún modo, sí, lo estoy haciendo—hablo, lo más 'estilo jefe' que puedo, para que no se dé cuenta que soy un blandengue que no quiere hacer eso—. Y si no vas a salir o se te presenta algo, pasaré a buscarte—no puede objetar, aceptando bajo la mirada que le doy, la misma que sabe, no me convence ni a mí de lo que he hecho.