El bebé del Jefe

• Y tú eres cupido •

Cuando la sala se llenó con los respectivos empresarios, inversionistas, otros arquitectos, ingenieros y presentes del gobierno, así como personal importante de la Aduanas, dimos comienzo a la reunión que presentaba el proyecto moderno que Enrico deseaba impulsar.

No era nada menos que un proceso algo modernizado para los puertos adyacentes, puesto que Perú contaba con distintos puertos, claro que no todos tenían capacidad en los aeropuertos para recibir a las personas en vuelos ilimitados de forma comercial, pero sí estaban al compás del recibimiento de cargas y demás, y era con ellos que deseaba hacer un mejor trabajo.

Aparte, algunas conexiones debían hacerse por el tema de los ferrocarriles, infraestructura en carreteras y otros hechos que también se aunaban al tema energía y la forma de comunicación que podría lograrse en el camino.

Poco a poco, la estancia se fue liberando en ideas; Scarlet intervino de vez en cuando con algunos temas legales que se analizaban, sin embargo, convergían las aprobaciones en cada uno de esos sentidos, quedando el detalle del plano en mejoría y algunas otras cosas que se fueron agregando al paso de las horas.

Para lo que iba de la conversación, ya había tomado tres vasos de agua, sin dejar de analizar los acuerdos en cuanto llegaban a mí, solo por protocolo, cuando se decidía que iban a ser puestos en marcha con los presentes más cercanos a los intereses del gobierno.

En el proceso, no pude dejar de notar que Enrico dominaba muy bien el tema; su trabajo como empresario era impecable, y como el arquitecto que también era, me dejaba en claro que no tenía competencia; él no le temía a ninguna de ellas y por lo que vi, terminó aliado con personas de su misma área que no confiaban en sus ideas, hasta que empezaron a trabajar a su lado.

Como quizás diría Scarlet, él 'le había dado vuelta a la tortilla', una de esas expresiones que a veces se le escapaban de forma no profesional, aunque hacían reír a los presentes que parecían encantados con su presencia.

Admito que pensé, por un instante, que todo iba a ser diferente por las imprudencias que se le escapaban, sin embargo, pareció haber recobrado una fuerza extraña que guardaba dentro de sí, lo que le dio la oportunidad de hacer sus labores de un modo en que decidí dejarla en su puesto para que se puliera aún más.

Una hora después, tomamos un receso, o al menos ellos lo hicieron, puesto que no me detuve, sino que aproveché la libertad de ese instante, para colocar el material de diseño sobre la mesa, donde pude emplear de a poco lo que tenía anotado en la libreta.

En la aplicación, fui dando instrucciones sobre lo acordado para que se materializara en un boceto que luego perfeccioné, tomando solo algunas cosas relevantes por la vida que había en mi cabeza e iba transmitiendo a través de mis dedos en el papel.

Fui libre de ignorar a Scarlet cuando se me hizo necesario y en otras circunstancias, pedí que me asistiera con sus manos o que me pasara algún objeto que se hallaba fuera de mi alcance.

La concentración estuvo presente durante el tiempo en que los demás fueron recreándose, volviendo todos apenas enderezaba mi espalda, con un lápiz en la boca, que era sostenido por la mordida de mis dientes.

—Perdón—hablo, girando, al verlos en la puerta, a la espera de poder pasar para acomodarse en sus asientos.

—No es problema—Enrico observa lo que he hecho, bajo el escrutinio y la impresión que surca su rostro en el silencio, posando despacio sus ojos en mí—. Te lo tomaste en serio.

—Solo tengo una semana—una sonrisa se muestra en sus labios ante la verdad de los hechos, dejando a los demás pasar, sin que quite lo que he diseñado de la mesa.

En todo caso, su asistente se lleva los vasos y los recipientes con algunas semillas comestibles, mientras los hombres observan lo que he hecho en tan poco tiempo.

—Creo que yo no podría agregarle nada a eso—señala uno de los arquitectos, descansado en su reposo—. Ya que el señor Briggs tendrá tiempo limitado con nosotros, sería bueno que su diseño sea el que prepondere para todo el trabajo—aclara el joven, mirando a uno de los ingenieros en su reposo—. ¿Qué opinas, Daniel?

—Eso dependerá de lo que los demás quieran—ataja, mirando a cada uno—. ¿Enrico?

—Por ahora podríamos ver si hace falta alguna cosa de las que han pensado poner—pregona—. Después de eso, podríamos descansar otro poco y hablar en la cena que tendremos en el hotel.

—Me parece perfecto—uno de los señores de la Aduana, habla, calmado.

—Muy bien—accede, puesto de pie para acercarse a mí—. Los dejamos un momento—no tengo que interpretar demasiado que me invita a dejar la estancia bajo la compañía de mi secretaria, quien al salir, se entretiene un poco con la mesa servida de la que come todo lo que hay—. Vaya, Farouh, sé que no alardeas sobre tu trabajo, pero eso fue increíble—me observa, caminando por el entramado de madera mientras vemos el mar—. Estabas muy inspirado.

—De alguna manera, sí—resalto—. Creo que me dejé llevar.

—Tiene unos tintes parecidos a lo que hizo tu secretaria—giro a verlo un segundo.

—¿Scarlet?—Él sonríe.

—No, Maeve—ataja, con los brazos cruzados al ver el frente—. Aunque eso fue solo un garabato para lo experto que somos.




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