El bebé del Jefe

• ¿Alguno de ustedes volvió a hacerme una ofrenda? •

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Maeve despertó un poco más temprano de lo normal, sin esperar la alarma que le indicaba el inicio de preparación para la jornada laboral, habiendo conciliado el sueño después de unas horas en el reposo.

Se había sentido en el aire luego de que obtuvo las llaves con ese pedido, atenta a las palabras constantes y escritas por Farouh en su mente, como una clase de apoyo a su decisión, aunque en lo hondo, la culpa interna la estuviera asfixiando.

Después de la cena, asidua en soledad, dejó un poco de leche en el vaso que guardó en el refrigerador, para luego darse un baño que alejó la tensión de todo el día de su cuerpo, tirasa en la cama donde vio el techo, con las manos juntas sobre su pecho.

El clima parecía frío a pesar de su pijama que la llenaba de un poco de calor, no obstante, la sensación era soportable para la temporada, lo que la hizo dormir después de un rato en que sus ojos se cerraron, cansados de ver al cielo blanco.

Cuando supo que era hora de levantarse, no pudo evitar quedarse un rato en la cama; hundió su brazo debajo de la almohada, de lado y en una posición casi fetal, con los ojos abiertos para alejar la sensación de sueño.

Todavia estaba oscuro, por lo que una ducha de agua caliente no le vino mal, tomando lo que quedaba del líquido en ese recipiente, después de secar sus pies, vestida con una falda de esas negras y una camisa blanca, sin llevar un saco por encima.

Como era temprano, entre sus planes estaba dar un paseo por la casa del ingeniero, el jefe de Tania, con quien debía tener una conversación importante; no podía dejar que su situación continuará así, y si bien Farouh no osaba poner resistencia o límites en cuanto a la situación de su vida, no estaba dispuesta a lidiar lo que le restaba de la semana con sus bromas de mal gusto y su desfachatez.

Haber visto esa suma le pareció una burla hecha en frente de su rostro, sin razón alguna, después de un encargo como el empleado que era.

No se sentía cómoda con el modo en que usaba el descaro para obtener sus beneficios y por mucho que no tuviera el permiso necesario, dentro de su rango no estaba hacer de la empresa un chiste constante.

Eso no era lo correcto dentro del cargo y del trabajo que hacía, desde hace tiempo con su jefe y no porque fuera 'la jefa' en ese momento, significaba que iba a tomar las mismas decisiones que su subordinado cuando tenía que tratar con él.

Tampoco esperaba que Tania sufriera las consecuencias, porque a pesar de tener una buena carrera y una trayectoria interesante que de vez en cuando la podía llevar a estar en la sala de juntas para cerrar acuerdos importantes, lo que menos buscaba esa mujer era recibir la ira de su jefe o tomar su puesto cuando no era lo correcto el opacarlo.

La conocía bien en torno a su trabajo y eso no era algo que a ella le gustara.

En todo caso, prefería usar su puesto en algún otro proyecto donde la eligieran como la cabeza, pero mientras su jefe estuviera delante del trabajo del hotel, ella iba a estar a su disponían en lo necesario.

Por eso quería que continuara siendo un buen empleado, no alguien al que solo le importaba el dinero o la comida que podía llevar a su boca; su deber restaba en ayudarlo a ver la realidad en lo que necesitara, sin sumas que sobrepasaban las usuales en las compras de los materiales o en cantidades altas para proveedores con los que luego iba a tener una confusión para quedarse con lo restante del cobro.

Su plan estaba en darle una mejora a su vida y la capacidad de optimizar su salud, para que viviera un poco más del tiempo que le restaba en el mundo.

Cuando terminó de arreglarse, salió con un par de carpetas que debía acercar al trabajo, sin embargo, no pudo evitar buscar en los alrededores a su padre por si hubo cambiado de opinión, por si deseaba interceptarla o no le fue suficiente el dinero que le pasó por debajo de la puerta.

Al verse en soledad, abrió la puerta trasera, pero no puso nada en el asiento al notarlo sucio, con el móvil impregnado de un olor inusual que la hizo buscar con qué limpiar el sitio al poner sus cosas encima del tablero del asiento de atrás.

Cuando hubo término de su labor, impregnando el espacio del aromatizante que tenía en el baño, guardó el objeto en uno de los compartimentos para subir al piloto e ir a esa casa.

No sintió nervios al tocar con los dedos y luego el timbre en la entrada; si algo sabía era que no podía quedarse de brazos cruzados, que necesitaba empezar con él para hacer cambios significativos y que por supuesto, iba a dar cuentas de lo mismo a la llegada de su jefe, lo que tampoco la immutaba.

Levantó la vista en cuanto el hombre la vio, con el ceño arrugada, como recién despierto al tener alrededor de ella, todavía esas carpetas.

—¿Qué haces aquí, muchacha?—Miró dentro, para que la invitara a pasar.

—¿Cuánto pesa?—Dijo, luego del hombre haberse resignado, cerrando tras ella en lo que Maeve observaba su alrededor.

Para tener el puesto y ganar como lo hacía, su casa era pequeña, como reducida, con la cocina frente a ella, la sala con muebles detrás suyo y casi al fondo de donde estaba, una puerta y un pasillo que seguro era la habitación.

—¿Disculpa?—La voz la trajo a su mirada—. No tengo idea.




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