El bebé del Jefe

• En esta vida, uno nunca puede ser feliz •

Las puertas del ascensor, se abren, caminando junto a ella para llegar a recepción, dejando la firma y los datos en el libro, declinando de los servicios a la habitación durante lo que reste del día; Scarlet sigue toma su tiempo, siendo específica en algunas cosas que pide, lo que hace que la observe de brazos cruzados al descubrir que su novio no tendrá salidas el día de hoy.

Lo más probable es que disfrute del servicio del hotel, por lo que no se preocupa en pedir tantas cosas, aunque a mí me parece que exagera un poco.

—Esto, no sé dónde conseguirlo por aquí, pero quisiera que me lo hagan llegar a donde voy a estar con uno de los chóferes del señor Enrico, o, en todo caso, me lo entregan cuando llegue de la reunión; me puedes hacer una seña para que pase a buscarlo, ¿sí?

—Está bien—la joven asiente, aunque no sé si lo hace porque no le molesta en lo absoluto la solicitud o porque mencionó a Santander en la oración.

—Gracias—gira, dándose cuenta que sigo ahí, un poco colorada al verme, lo que hace que nos dirija a la salida, seguido de sus pasos.

—¿No crees que fuiste muy exigente?—inquiero, abriendo su puerta para darle un poco de descanso al joven, entrando con ella en el móvil.

—Bueno, pero ese es su trabajo; yo también hice de recepcionista alguna vez y por cosas así, me fue muy bien. Me daban propinas—enuncia, pasando el cinturón a su alrededor.

—Eso no es muy legal de ambas partes.

—¿Qué es legal para los poderores, señor Briggs? Mientras se tiene dinero, se puede tener todo—apunta—. Con eso me compré mis primeros zapatos de tacón, después fueron los trajes y así; mi sueldo no era una maravilla—comenta, recordando un poco al ver su expresión de nostalgia—. A veces tenía que cubrir a algunos que eran infieles, pero, cuando cambié de trabajo, envié información anónima a las esposas y nada, ellas ganaron la pensión.

—¿Y nunca te descubrieron?

—No crea que era la única que les hacía esos mandados, me confundían hasta el nombre y nunca usaba mi placa cuando notaba sus intenciones—promulga—. Ex esposa feliz, hombre divorciado infeliz que paga por su daño.

—Recuérdame poner en tu carta de recomendación, que es mejor tenerte de amiga; mucho gusto, soy Farouh, gracias a Dios, no tengo esposa.

—Pero sí ex—la oigo reírse en medio de su guiño, al punto de la carcajada en lo que estrecha mi mano, divertida al ver el frente.

Aprovecho para sacar el teléfono en lo que estiro los labios, para escribirle a Francis, al quitar el modo de desconexión en lo que saltan las notificaciones de los medios y algunos mensajes, que termino de pasar por alto.

Me centro en la conversación para indicarle, de forma específica, cómo debe pedir la leche de almendras de Maeve; no he declinado de hacérsela llegar las veces que pueda, por lo que le indico el lugar al que debe ir, además de verificar que la preparación esté bien hecha.

La verdad, me conformo con que lo haga en el sitio donde lo ordenó la primera vez; me es suficiente para estar satisfecho, además de dejarle el recuerdo de que no he olvidado ese momento, ni lo que compartimos, lejos del espacio laboral; le dejo la tarea de entregarlo en sus manos, pensando en que puedo añadir un mensaje, que decido obviar, al solo indicarle cómo debe llamarla para que le preste atención, más rápido, en cuanto la vea.

Sé que puedo poner algo más en el vaso; el entramado tiene disponibilidad para escribirle que es hermosa, pero me quedo con la capacidad de pensar en que podré llamarla cuando tenga un receso, si no lo hago en la noche, para poder decírselo.

De todas formas, no es algo urgente, así que no pierdo tiempo en eso, al guardar el aparato en cuanto termino, viendo a Scarlet que parece enfrascada en algo que ronda su cabeza, durante todo el trayecto.

Parece más ensimismada de lo normal ahora, por lo que no me inmuscuyo demasiado, puesto que el día será un poco pesado, lo que me hace imaginar que se está preparando para afrontar lo que viene, al menos, desde la capacidad de su cargo.

La pantalla resalta con algunos correos, aparte de los titulares en los noticiarios, que ignoro por completo al soltar el aire, prendado al paisaje que me recuerda un poco la soledad.

No me había sentido tan lejos de mí, en años; quizás es más porque no estoy donde quiero estar, o porque he pasado estos días, lejos de la oficina, donde acostumbro a pasar la mayor parte de mi tiempo, sintiendo el peso de la falta de la rutina.

Pero no me quejo por lo vivido esta semana; ha sido grato estar aquí, compartir lo diferente con este proyecto, además de la presencia de Scarlet, quien ha hecho las cosas más divertidas, a pesar de haber sentido un poco de recelo por la elección que hice, la primera vez.

Ya no es algo que pueda cambiar, por lo que he acomodado en lo interno la situación, pensando en pedirle disculpas de frente a Maeve en cuanto tenga oportunidad; y no porque no haya podido lidiar con ello, sino porque eso no debió pasar, al menos no así, por el pánico de creer que todo se iría al retrete al estar cerca de ella.

Libero el aire en cuanto el vehículo se detiene en la entrada; el edificio es enorme, sus vidrios parecen relucir con el sol que los llena, dándole un aire de poder al saber que estaremos en una reunión del mismo estilo, por lo que salimos bajo la reverencia del chófer, quien le tira el brazo a la mujer a mi lado.




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