El bebé del Jefe

• ¿Acaso ella es diferente a todos o, simplemente, te gusta meterla en problemas? •

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—¿Por qué?—La demanda me sale ligera, cosa que ella no se espera por la mirada inquisitiva que intenta ocultar en el segundo.

Cruzo los brazos sobre el regazo, ni siquiera alrededor de mi cuerpo, puesto que no siento ninguna incomodidad con su intervención, al menos en este momento.

Sus ojos se posan en los míos, partiendo de allí para darme un vistazo sutil, aunque lo suficiente curioso como para comprender que no me conoce del todo.

Esmirna no sabe lo que pasa por mi cabeza, ni lo que pienso de ella, si no se lo demuestro o suelto algún comentario que no le haga bien; ese día en que hizo las cosas mal con mi secretaria, traté de ponerla en sobreaviso de lo que no me gusta y parte de ello es, que crea que tiene un poco de poder sobre mí, cuando no hay nada en serio que haya ganado.

La contraté para el área de las relaciones públicas, nada más; no maneja lo privado, lo que entiendo que debería ser o no en la compañía, si no compete en su área, pero creo que eso no es algo con lo que se sienta familiarizada, por el hecho de que ahora parezco casi inmune a esas palabras, que en el fondo analizo para saber lo que pasó y de dónde viene su pedido.

—No pareces afectado o molesto por lo que pido sobre tu protegida—ruedo los ojos en el esquivo; si algo sabe de mí, desde hace un tiempo, aunque no de toda la vida, es que no me gusta que se refiera de ese modo a personas que trato con el mismo respeto que le ofrezco a ella.

Por su parte, es una prueba y por la mía, es solo algo que no tiene que remover demasiado lo que sucede dentro, porque debo mantener la neutralidad en medio del instante.

—No es mi protegida, Esmirna—reviro, soltando el aire al verla removida en el sitio, bajando las manos que quedan a cada lado de la mesa—. Si esta conversación no va a ningún lado, déjame ir a casa.

—No, pero...—Intenta tocarme en el mover, dejando la palma suspendida sobre mi dorso en lo que me detengo—. Déjame procesarlo, ¿bien?

—Es...—Sacudo la cabeza, mirándola de lleno, sin comprender cómo es que no ha ordenado su argumento—. Me convocaste a esta reunión, a la que, para ser sincero, no quería venir—murmuro, dándole el frente—. Estoy cansado, me bañé mientras el Jet iba sobrevolando y para que veas que no quiero ser grotesco o indiferente contigo, usé tal recurso con tal de llegar más rápido, porque sé que no te gusta la gente impuntual y a mí tampoco—atajo, despacio—. Si quieres que hable en serio, lo único que quiero es dormir, no escucharte. Podemos hablar mañana en la oficina.

—No, Farouh, en serio, espera—pide en lo que me sostiene con un apretón que aleja de inmediato.

El flechazo de las palabras de Scarlet regresa por un instante, pensando en que si de verdad esa mujer sintiera algo por mí, entonces no apartara el contacto tan rápido de lo que lo ha hecho.

De todos modos, no lo descarto, aunque no reparo demasiado en ello, porque ese no es el punto de las circunstancias.

A decir verdad, la petición me parece más algo suyo, que un problema laboral, no obstante, voy a optar por la espera de su argumento, al menos para determinar si en serio vale la pena que tome su pedido en cuenta.

—¿Y vas a decirme qué es lo que sucede?—inquiero, devuelta al frente al enderezar el cuerpo, sin pegar demasiado la espalda en la silla.

—No sé cómo explicarlo de lleno—enarco la ceja; el joven reposa los platos de comida con delicadeza frente a cada uno, lo que hace que vuelva la vista al plato que no me abre para nada el apetito.

—Esmirna...

—No es grave, solo creo que debería estar en otro lado donde sí encaje, por lo menos su personalidad, ¿entiendes?—Niego bajo su mirada, viendo que empieza a comer, despacio—. Me parece una persona poco empática y además, es insoportable—la observo, extraño.

—¿De qué hablas? ¿En qué sentido?—indago. Levanta los brazos a media mesa, como si fuera algo obvio lo que no dice con palabras, aunque sí lo piensa.

—Farouh...

—Debe haber algo que te esté molestando para que me digas y termines pidiendo algo así—apunto, ante su regaño de olvidado—. Mi trabajo no es hacer las cosas que tú digas, Esmirna.

—¿Podrías dejar de atacarme?—Alzo la ceja, considerando su tono molesto y exasperado—. Ya sé que es mi culpa que te hago perder el tiempo y que eres el jefe, por supuesto—señala—. Si lo que necesitas es un masaje para sentirte más tranquilo y esperar a que ordene mis ideas, puedo...

—No, basta—detengo, en la negativa—. No te ataco, no quiero hacerlo, solo te pido un argumento válido; una simple explicación para que pueda analizar la propuesta y si acaso, proceder.

—De acuerdo, ella es una persona que no parece tener sentimientos, ¿me explico?—una risa se me atasca en la garganta; no puedo soltarla, porque no sería prudente y menos después de detener su discurso de contacto físico a mi favor—. Su actitud es rara; debiste verla cuando la confronté esa mañana, estaba..., seria, demasiado y calmada, como..., como si no le generara ningún sentimiento lo que le decía—farfulla, vaga.

—¿No habrá sido un sueño inconsciente por lo del lunes?—Suelto, guardando en el fondo la broma que la hace rodar los ojos, bufando.




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