El bebé del Jefe

· Ya no lo estás ·

El trayecto a casa nos envuelve en un silencio raro, extraño, algo que nunca había sentido así; como si se tejiera en el instante una sensación que nuestros dedos juntos no han evitado demostrar en ese juego único que llevan, mientras avanzo por la calle.

Me..., cuesta demasiado aceptar que esto está pasando otra vez; en esta ocasión, tengo su compañía a un lado, pero ya no hay ningún problema de por medio, ni dudas que en la noche de ayer se apagaron por el deseo del que no pude correr al estar frente a ella.

La contemplo un segundo necesario, aceptando que sigue conmigo y que los hechos no son parte de mi imaginación, aunque sé que no estoy alucinando.

Estallo el suspiro despacio, todavía fijo en cómo Maeve mira al frente durante el avance, al tiempo que trato de deducir qué es lo ocurre o lo que pasa por su cabeza, en medio de los minutos que nos envuelven.

A decir verdad, no tengo idea de si piensa en lo que pasa por mente o si presta atención a los escenarios de lo que pueda pasar, aun si las cosas terminan por cambiar en un segundo.

Tal vez, y solo tal vez, lo más probable es que se pueda estar arrepintiendo; el hecho no viene como una percepción mía, interna, sino por el miedo de lo que esto pueda traer a su vida, considerando que es alguien a quien le gusta estar en un perfil bajo.

No importa si se está acostando conmigo, que soy su jefe; creo que, en todo caso, su visión de mí, se transforma a verme como un hombre en los escenarios donde no se involucre la oficina, porque separa demasiado bien los ámbitos, aún si no lo pude hacer esta mañana, cuando me despertó su ausencia.

Definitivamente, Mivi no es una mujer a la que le guste estar bajo el radar, ni en el medio de las circunstancias; sus decisiones siempre han sido firmes y si no fuera porque lo quiere, creo que, no habría aceptado nada de lo que he propuesto, considerando que no hay formas correctas de llegar a su casa.

Respeto mucho su reputación, mucho más cuando sé que su alrededor es sagrado y tiene forma de justificar sus ausencias, en caso de que alguno le pregunte; por lo demás, no se ha mostrado inquieta ante las asignaciones que le he dado, ni los halagos que ha recibido a favor de su trabajo y desempeño, lo que en un instante me hace bajar la guardia, pisando el freno, a pesar de que no hay nadie delante, ni he causdo revuelo alrededor.

El jugueteo se detiene al sentir su mirada sobre mí; la atención, puedo interpretarla como algo de curiosidad y preocupación, recostado del asiento al echar un segundo la cabeza hacia atrás.

—¿Estás bien?—No emito nada, pero aún la tengo conmigo al acariciar sus dedos uno por uno, mirando adelante.

Me pregunto, en el regaño, ¿qué es lo que estoy haciendo?

La fémina a mi lado, no se merece esto, sino mucho más; y no es que no pueda dárselo, claro que sí y es algo que haré, sin embargo, no quiero que piense que no es alguien para mí, y tampoco que crea que solo es una persona de un rato, porque no es así.

Ella pertenece al grupo de las mujeres que deben recibir más que la atención o el deseo de un simple hombre, aunque el mismo ya esté en su vida.

—Sí, yo..., no—sacudo un poco el rostro—. Mivi...—suspiro, sin saber bien cómo empezar o decirlo, teniendo el roce de su palma sobre la mía.

—¿Lo podemos hablar en tu casa?—Formula, suave, girando la vista para encontrar en su mirada esa determinación que me sacude en medio de la tranquilidad en su gesto; no puedo creer que su simple gesto me deje noqueado, tan solo por el modo en que descubre que he dudado durante todo el rato, y aunque no quiero echar atrás, de cierto modo busco detener lo que pasa, debido a que no deseo hacerla sentir mal, ni mucho menos un objeto con el que crea que puedo saciarme.

—Lo siento, yo...—Inspiro, removido un poco en el asiento—. Es que me siento mal, incómodo.

—¿Por mí?—La enfoco.

—Cariño, por lo que hago—hundo mis dedos con los suyos, a pesar de que no me acoge con la misma fuerza con que yo sí—. Esto de..., tu casa, la mía.

—Pero yo lo quise—afirma, sincera.

—Pero no es como debo de tratarte—exhibo, viendo adelante.

—Si te sientes mejor, dame un anillo—una carcajada viva abandona todo mi sistema, captando ese sostén de sus dedos en cuanto la veo, yendo por un beso con el que me siento mucho más cómodo.

Para mi sorpresa, Maeve no se lo toma en serio, en todo caso, busca calmar lo que ando experimentando durante estos minutos, afirmando el agarre que llevo a mis labios para asentar la unión allí.

No le digo lo que quiero responderle, aunado a ese pronto que converge en mi sistema, mientras exhalo en la pausa, todavía aparcados en una esquina.

Mivi respira; sus dedos han dejado de moverse en el jugueteo que estuvo disfrutando hace unos minutos, antes de que nuestras palmas colisionaran en esa detención que la hace soltar la unión para llevar su mano hasta su regazo.

Libero el aire, pasando el trago bajo las sensaciones del instante donde pienso que, por un segundo, va a salir e ir a su casa, aunque solo mira afuera, hundiendo los hombros en cuanto vuelvo la vista hacia ella.

—¿No estarás pensando en una joyería, verdad?—Vuelvo a reír, sacudiendo mi cabeza.




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