El bebé del Jefe

• No tienes que fingir que no tienes a una mujer esperándote en casa •

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Suspiró, acomodando cada recipiente según los pasos que le correspondían; al descansar un rato en el colchón, fue leyendo otra de las obras que había ganado, mientras comía de nuevo algunas frutas que sacó para sí, acompañada de una ensalada verde y el aderezo que hizo minutos antes.

Cuando terminó de comer, observó la hora, descubriendo que no había sido tan mano pasar tiempo a solas, aunque tuvo que buscar cosas que hacer, para no perder la cabeza en medio de esas horas.

En la mesa, abrió el correo para ver algunos recados que Esmirna le envió, revisando que nada tuviese que ver de forma directa con la vida privada de Farouh, antes de hacer un ajuste en la redacción y enviarle devuelta el texto.

Su celular vibró en un mensaje, lo que hizo que revisara los cambios que indicaba la notificación, donde pudo encontrar un reajuste en la agenda de su jefe, que seguro él se había encargado de hacer, para tener un poco más de descanso.

No supo cómo sentirse; de una manera u otra, ese era su trabajo y ver que estaba deshaciendo lo que había elaborado, asentaba una sensación extraña en su pecho, donde se mezcló un poco de duda y resignación, como el día en que tenía preparado los viáticos del viaje.

Decidió que no iba a darle demasiada importancia, tomando en cuenta que era un tema de trabajo y no de lo que estaban haciendo en su casa; quería tener la cabeza libre, así que apagó la carne que se iba cocinando a fuego lento, dejándola lista en un recipiente, para el momento en que empezara a llenar el objeto con los ingredientes.

No tuvo otra cosa que hacer, distinta a querer calmar su ansiedad, por lo que buscó su contacto en el móvil personal, llamando a su número, en caso de que pudiera contestarlo.

Al principio no supo bien cómo actuar; se sentía extraño tener su voz tan cerca y a la vez tan lejana, eso la hizo posar una sonrisa en su rostro al paso de los minutos, sonrojada ante los pinchazos de la conversación que se iba empleando de a poco.

No tuvo miedo a ser sincera; en serio quería saber sobre él, sobre su bienestar; le agradaba la forma en que ella también era primero, seguramente porque sabía que no había sido nada fácil pasar el tiempo a solas, lejos de la oficina.

Pasó el trago en medio del cambio de lo que hablaban; estaba segura que ambos extrañaban la cercanía de la mañana. No podía negar, que aunque el silencio en esa casa no era malo, ni incómodo, ya se había acostumbrado a estar rodeada de los llamados, de las voces de sus compañeros, el toque de sus dedos en el teclado, al igual que estar atenta a cualquiera de sus llamados, donde necesitara su atención.

Estar ahí no era lo mismo; su presencia no la acompañaba de la misma forma, por eso apreció verlo en la pantalla, casi queriendo pasar sus dedos por cada destello suyo que veía, encantados por el rumbo de lo que hablaban.

Si bien, no le pareció extraño que se quedara en silencio tanto tiempo, sí supo que esa confesión lo había hecho sentir importante, al inicio; lo más probable era que su jefe no estaba acostumbrado a recibir ese tipo de consultas, aún cuando cada día se preguntaban cómo se sentían al inicio de la jornada.

Estaba claro que ninguno de los dos compartía más de lo necesario, no obstante, ahí ya estaban tocando otro mundo, a pesar de lo lejos que ambos estaban.

No echó a un lado lo que hacía, prestando atención a lo que podía ver desde su ángulo; no estaba demasiado estrenado, pero tampoco tan relajado. Podía verlo, aún si no le daba la información que quería pedir, porque no era momento de llenar su curiosidad, al verlo cambiar por la necesidad imperiosa del personal de saber qué hacía su jefe, encerrado esos minutos en el despacho.

Apenas iba asimilando sus cambios, al igual que sus palabras y lo que menos estaba esperando era el hecho de hacerle esa sugerencia, que la había dejado sin habla.

Maeve se detuvo de todo lo qud hacía, rígida por cada frase que empleaba, sin poder alzar la vista hacia lo que descubrió, de algún modo que no quería saber.

No tenía idea de si vio las cosas que compró, pero no podía saber lo que eran, al menos no con respecto a la ropa, porque había verificado en la factura que todo aparecía con un nombre genérico, para no levantar sospechas innecesarias, de lo que quería entregarle con sorpresa.

Debía admitir que entendía la situación, por mucho que la hiciera sentir expuesta, en cierto modo; las cosas eran diferentes en la empresa cuando ocupaba su sitio. Las conjeturas se hacían apenas por debajo, sin necesidad de tener que oírlo pedir que le siguiera la corriente, lo que hacía evidente la falta de control de sus compañeros ante la ausencia que iba a tener para esa semana.

Seguro que no sabían que estaban juntos, a pesar de eso, no pudo dejar pasar que, si no fuera por cómo el escenario la hizo callar, le habría dicho que sus palabras ocupaban espacio en la realidad.

No iba a colocarse un pedazo de la cena sobre su cuerpo, sabía que Farouh no llegaba a esos extremo, no obstante, no pudo evitar volver sus ojos a la boca en la cama, siendo esa la única que había dejado sin acomodar.

Las otras ya estaban en una esquina del clóset, alejada de su ropa masculina y para ser sincera, todavía no sabía cómo sentirse al dejar que sus prendas ocuparan ese espacio ahí, por encima de haberlas comprado con su tarjeta.




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