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Llego al ascensor, revisando el teléfono al haber dejado el suyo en el bolso, llegando al estacionamiento donde veo a uno de los chicos.
—Buenos días, señor Briggs.
—Buenos días—lo veo de reojo.
—Se ve muy joven hoy—poso la vista en él—. Se quitó unos buenos años de encima con esa chica.
—¿Qué chica?—Su sonrisa se borra de inmediato, puesto de frente para confrontarlo.
—Hicimos como que no vimos nada—el bochorno no lo deja quieto al ver a todos lados.
—Y no la viste—apunto, al haber olvidado que la cámara tiene un sensor para identificar a las personas; en todo caso, podría salir en el sistema como una desconocida y por el momento o hasta que ella quiera, así se quedará—. Ninguno la vio—lo enfoco—. Tal vez salga dentro de unas horas, quiero que estén a su disposición—asiente, repetitivo—. Consíganle el mejor chófer de taxis, si lo requiere; si desea caminar, desaparezcan de su presencia.
—De acuerdo, señor—musita—. Mil disculpas.
—Y es una mujer, no es una cosa—guardo el material en la parte trasera—. Ve a tu lugar.
—Sí, señor; lo siento—exhalo, recostado del vehículo al cubrir mi rostro.
Esperaba cualquier cosa, menos ese abordaje a esta hora de la mañana; tampoco me siento cómodo con que lo sepan, solo que no tienen oportunidad de decir otra cosa, a pesar de que debí prestarle más atención al sistema de seguridad.
A veces se me olvidan algunas cosas, otras, es difícil que lo hagan, como el querer tenerla a mi lado al subir en el lado del piloto, hundido en el reposo donde libero la respiración.
Definitivamente, no hay forma de que eche atrás; después de compartir el tiempo con Mivi, todo se siente como si fuera otra cosa, otro mundo, otra situacin; no puedo decir que solo es alguien y ya, porque en realidad, no voy a encontrar a esa mujer dos veces en la vida y a decir verdad, deseo hacer todo bien, al menos hasta donde me deje o me diga, porque quiero quedarme con ella.
Sé que atravesar la incertumbre de lo que pasará entre ambos, es algo con lo que puede estar luchando en este instante, sin embargo, no busco presionar, sino escucharla cuando sea debido, olvidando cualquier cosa que me haya dicho, sin necesidad de haber liberado tales palabras.
Conduzco en calma, al tiempo que voy poniéndome al día con las noticias que, de alguna forma u otra, debo conocer, aligerando el sostén de mis manos en el guía cuando nada parece tener que ver con mi vida privada.
El alivio me envuelve al llegar a la oficina, detenido al notar que su auto sigue aquí, problema que no he resuelto y del que muchos van a tener dudas al no verla en su espacio, a pesar de que su móvil sigue aquí.
Inspiro, saliendo con mis cosas al ver que anoche dejó algunas suyas en el lado del copiloto, por lo que me atrevo a abrir, encontrando que no le puso seguro.
—Buenos días, señor Briggs—saco el material pegado a mi pecho, girando la vista para ver a Jacob avanzar hacia el ascensor.
Parece que no me mira con curiosidad, ni le molesta que haya hecho esto en el móvil de su mejor amiga; en todo caso, atiende el teléfono al darme un vistazo furibundo mientras prueba una golosina, pidiendo el ascensor.
—Buenos días—emito, aunque no me escuche, sin escribirle a Francis para que me saque del apuro.
Decido hablar con la verdad en lo que la cabina va subiendo hasta el piso indicado; anoche tomamos el ascensor. No quería levantar sospechas en otros departamentos, en caso de que hubiese alguien trabajando hasta tarde en alguno de ellos.
Además, fue la mejor idea, considerando la privacidad del instante, pudiendo saldar las ganas que tenía de sostener sus manos al bajar, habiendo apreciado cada unión que llenó de calidez mi palma.
Levanto la vista, dando un paso fuera del conducto metálico, atento alrededor, donde los chicos se mueven, haciéndose responsables de su jornada laboral.
—Buenos días—todos se detienen, incluso el muchacho que espera a su amiga en su silla, tocando teclas en el escritorio, a ver si puede desbloquear su computador—, Maeve no estará con nosotros.
—¿Qué?—El alboroto no tarda en llenar mis oídos, al tiempo que veo a Scarlet en su puesto, tratando de no ver demasiado arriba, si acaso no quiere vomitar.
—Scarlet, te mandé a tomar el día libre—sus ojos se entrecierran, de pie al alisar su falda—. ¿Qué haces aquí?
—Tomé un taxi porque Maeve me dijo que no venía, y no quería que fuera a visitarme; ¿sabía que las mujeres se contagian la una a la otra, para que la que no está embarazada, lo logre?—Hundo el entrecejo, sacudiendo el rostro—. Si la dejo ir a mi casa, tal vez termine, ya sabe, con deseos candentes de acostarse con un, cualquiera, hombre y luego salga embarazada por eso.
—¿Ah sí?—Inquiero, bajo la vista de todos—. De acuerdo—abro la boca para decir algo más y la cierro, todavía confundido por sus palabras. Carraspeo—, ya que eso no tiene sentido para mí, ni tiene nada que ver con la oficina, está bien. Pasa a mi despacho—pido, sintiendo un retortijón extraño en la parte baja de mi vientre, al señalar la puerta—. Bien, les decía que la señorita Darbney no vendrá; su auto está estacionado, porque anoche la llevé a casa. Le pedí que se tomara estos días de descanso—murmuro—. Como saben, su jefa, se estuvo haciendo cargo de mis cosas en el viaje y no me pareció lo correcto no darle un tiempo fuera ante eso. Su compañera necesita descansar, recrearse; chicos, no todo es trabajo—enuncio, sincero—. Nos vemos en un rato.