El bebé del Jefe

• ¿Te gustan los besos de tus secretarias? •

—Scarlet, vete—asiente, temerosa en lo que pasa como un palillo por esa puerta, sin rozar a la rubia, que vuelve a verla.

—Esos no son comportamientos que deberías tener con tu superior—le señala, antes de que desaparezca en su totalidad.

Ruedo los ojos con algo de exaspero, sintiendo en el fondo que me quitó algo que de alguna forma me estaba haciendo sentir bien por lo divertido, aunque no es el comportamiento que ella deba tener conmigo.

Si bien, para Scarlet, soy su jefe, también parece que soy un pequeño experimento de su laboratorio mental, lleno de fantasías de amor entre Maeve y yo, del que seguro quiere obtener alguna cosa que no estoy listo para hablarle.

Por ahora, lo más importante es que sepa que me gusta Maeve, lo que tiene bastante claro, aunque no pienso dejarle saber lo que ha pasado, ni las muchas otras cosas que quiero con ella.

—Esmirna, cierra la puerta—ordeno, de pie, en el suspiro, sin dejar pasar por alto ese tono que trató de hacerla sentir abochornada frente a todos, cuando salió, si no es que lo logró en el segundo.

—No es para tanto—musita, cruzado de brazos.

Quiero negar, sin embargo, lo evito al saber que si algo sé de mi segunda, es que no ha dejado de ser una chica bastante sensible.

Es bastante diferente a mi compañera; Maeve puede afrontar la situación e incluso enfrentarla, si no opta por hacer como que sus palabras no importan; Scarlet, por su parte, podría no hacer lo mismo ahora que se encuentra en un estado más vulnerable, con el que debo lidiar, si quiero que su embarazo ocurra en calma.

Es por eso que no pienso dejarle pasar las cosas que haga en su contra, porque si antes podía saltar y ser diferente, ahora puede afectarle su alrededor.

—¿Por qué tan nervioso?—enuncia, sin más—. ¿Te gustan los besos de tus secretarias?—Demanda, avistando el espacio, supongo que buscando a la persona que no está—. Ya vi que la auxiliar está aprendiendo de su jefecita.

—Esmirna—bato las manos en frente, en cuanto cierra, sin seguro, dando un paso adelante.

—Por cierto, ¿dónde está? No la vi afuera—señala, llegando al frente del escritorio, casi a punto de tomar asiento, hasta que miro demasiado ese objeto.

—No te sientes—advierto, moviendo la silla a otro lado, quedando frente a ella—; Scarlet está embarazada, se te puede pegar—hace una mueca de rechazo y asco, llevando el material a un lado, para traer el buró de la mesa hasta el frente del escritorio—. Y no vuelvas a dejar en ridículo a mi personal.

—Pero... —Me mira, con extrañeza, apenas sentada en el sitio.

—Nunca—indico, duro, obteniendo su vistazo de duda al bajar la guardia—. No te lo voy a permitir otra vez.

—Te estaba besando, Farouh—justifica, sin más.

—¡No me estaba besando, me estaba agradeciendo, porque así de... única es ella!—Duro mucho para decir esa palabra, habiendo pensado algunos otros sinónimos que si escucha, no creo que le puedan gustar, a pesar de que lo diga de buena gana—. Necesitaba unos permisos por su estado de gestación, se emocionó, nada más.

—Ya veo, y supongo que tu secretaria también se emocionó en la cama o decidió renunciar, porque no la veo; ya te pregunté por ella—libero el aire, todavía sin sentarme en cuanto poso la vista en sus facciones.

Descanso mi parte trasera contra el escritorio, cruzado de brazos y piernas al verla de lleno.

—Vuelve el lunes—emito, serio.

—¿Cómo?—Mueve la cabeza, incrédula—. ¿Qué clase de cosas están pasando aquí? Imagino, claro está, que al menos estará revisando el trabajo que le mandé, ¿no?—exhibe, tocada.

—Sí, hablé con ella sobre eso—murmuro—. Le di hasta el lunes por el tema del trabajo que hizo mientras estaba de viaje—rueda los ojos, exasperada—. ¿Eso era todo?

—No, en todo caso, vine porque tengo información filosa que quiero que revises—enarco las cejas—. Todo lo que has hecho en estos días no tiene sentido para mí, así que vine a sacarte del trance en el que estás metido. Por favor, toma asiento para comenzar.

—¿Eres consciente de que dos de mis empleadas no están, verdad?—Asiente, sin poder echar atrás y descansar la espalda.

Lo mejor que hice que alejarle el asiento, para que tampoco se acomode y busque tomar de mí, tiempo que no tengo.

—Debo hacer trabajo de campo hoy—emito—. Déjame hacer otra cosa—levanto el dedo antes que diga nada—, ¿te parece si nos vemos el sábado a las siete, en el mismo restaurante del otro día? Mis domingos no son negociables—recuerdo, severo. Parece que le gusta la propuesta, puesto que baja la guardia, elevada de su espacio, luego de deshacer el cruce de sus piernas, al estirar la palma hacia mí.

—De acuerdo, bien. Nos vemos el sábado—asiento, recibiendo el contacto de su palma al dejarla partir, negando unos minutos en cuanto me quedo de pie en el lugar.

Me acerco a la puerta, viendo que aguarda por el ascensor, yendo a su lado, lo que hace que apriete el objeto contra su pecho, entrando a la cabina para quedar a solas.

—¿Puedo saber qué te pasa?—Suelto, debido a que aún me cuesta aceptar el cambio de actitud que ha tenido estos días, deteniendo el aparato para verla de lleno.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.