Narrado por KEREM
Papá está en su estudio, delante de papeles que completa, los revisa, pasa de uno y otro con el entrecejo fruncido. Me lo pienso varias veces una vez. Otra más. Y otra. He perdido la cuenta de cuánto tiempo llevo considerando la idea hasta que mi cabeza sigue procesando la situación hasta el cansancio sin una opción correcta.
He llegado hasta acá, he preparado el discurso mil veces, lo he considerando con todos los escenarios posibles hasta bien consideré la alternativa por la cual papá, en mi imaginación, define de una vez por todas un “está bien, tienes la razón, te daré lo que pides” porque lo único que necesito es su permiso. Nada más que eso.
Mamá no me ha visto venir, a ella no le gusta que la molesten mientras está en su estudio trabajando. A veces simplemente está leyendo o escribiendo en su diario, pero él también le llama trabajar a eso. Cosas de grandes.
Me adelanto por fin, empujando la puerta. Él ha reparado en que estoy aquí, pero no dice una sola palabra, esas carpetas y papeles parecen ser muy importantes.
Me aclaro la garganta como hacen en las películas las personas que quieren hablar, pero no se atreven a hacerlo.
—¿P-papá…?—digo con apenas un hilo de voz, tratando de vencer todos los temores que me invaden con agresividad—. Por favor, ¿puedo decirte una cosa?
—Ahora no, Kerem. Papá está trabajando. Y ya hablamos que cuando papá trabaja…
—...no hay que molestarlo. Sí, lo sé.
Pero papá siempre trabaja, a cada rato, no hay manera de que haga otra cosa que no sea trabajar, a veces ni siquiera podemos comer juntos y cuando eso sucede, su móvil no para de sonar o tiene que viajar, o rara vez estamos juntos y es labor obligatoria tener que ir donde él indica para comer, para hacer lo que corresponde.
Y no portarme mal.
No hay que hacer algo que esté por fuera de sus reglas como la principal de “No molestar a papá cuando está trabajando” y papá siempre está trabajando, esa es la parte que no habíamos hablado antes.
—Es que—empiezo con voz tímida, tratando de avanzar un poco apenas—, tengo algo importante que debo hablar contigo.
—Kerem, piensa de nuevo. ¿Realmente es importante lo que vas a decir?
—Pues…yo creo que sí.
—¿Lo crees?
—Supongo.
—Entonces no es completamente importante. Pero ya estás acá y ya me distrajiste, por favor, sé breve—. Deja un momento de lado sus cosas, acomoda sus gafas fuera del puente de su nariz y se incorpora con un largo suspiro en posición a mi dirección.
Me siento agitado como si hubiese corrido una carrera de esas que nos hacen hacer en la escuela, mi pecho se agita, la garganta comienza a dolerme. Pero tengo que decirlo y él está esperando.
—Es que…la maestra de…de la escuela…me ofreció una beca…para estudiar en otro lado llamado academia y necesito saber si tú y mamá me dan permiso.
—¿La maestra?
—Sí.
—¿Maestra de qué?
—Una de mis maestras de asignaturas…especiales.
—Arte.
—S…sí, papá.
Qué suerte que él ha sido quien lo ha dicho, no he tenido que afrontar yo solito la parte difícil. Miro al suelo, mis manos sujetas una con la otra.
—¿Qué hablamos ya de esto, Kerem?
—Es que es una oportunidad importante, dice la mestra que de ahí salieron los mejor artistas visuales que hoy trabajan con…
—¡¿Qué hablamos, Kerem?! ¡¿No que sería algo importante?!
Sus gritos comienzan a perforarme las orejas.
Sí, lo hablamos.
Se pone de pie como un animal salvaje y ante sus gritos me siento completamente pequeño, me faltan fuerzas, me duelen las rodillas y me cuesta mantenerme de pie.
Mi garganta se cierra aún más, me duele. Me duele mucho.
—Es que, papá…
—¡¿Acaso no ves que estoy trabajando?! ¡¿No ves que me estoy distrayendo en medio de algo que exige que tu puedas ir a la escuela y tener todos los gustos que tienes?!
—Lo siento, lo siento, lo siento—. Ahora me arrepiento de haber dicho lo que dije, de haber hecho lo que hice, me arrepiento y odio a la maestra de arte por haberme metido nuevamente la idea en la cabeza de que puedo llegar a ser bueno en esto. No lo soy y si lo soy, no es algo que haya estado hecho para mí.
—¡¡Vete ahora mismo a pensar en lo que acabas de hacer, Kerem!! ¡Porque el tiempo perdido es dinero perdido, por eso mismo es que tienes escuela, deporte, actividades extracurriculares de idioma!
Yo no pedí nada de eso.
Nada.
No quiero deporte, no quiero esta escuela que solo busca temas vinculados a los números, no quiero actividades de idioma.
—Sí, papá. Lo siento—digo, retrocediendo, antes de que él llegue hasta mí una vez que empieza a avanzar.
Me cuelgo de la manija de la puerta y abro.
Cuando estoy saliendo, siento el golpe que me da en la cabeza, empujándome hacia adelante y caigo de rodillas al suelo.
Detrás, percibo su portazo cerrando con fuerza.
Levanto la mirada y mamá está ahí. Observándome. Con vergüenza. Lo sé, ella está avergonzada de mí, pero también de sí misma porque no se atreve a defenderme de papá. Nunca tendrá la fuerza necesaria para enfrentar a papá. Está claro eso.
—Kerem—murmura apenas y, en lugar de ayudarme a ponerme de pie, me dice con su voz cargada de broncas—. ¡Vete ahora a tu habitación!
Con las lágrimas y la furia brotando dentro de mí una vez más, hay muchas palabras que quiero decir, pero se quedan atoradas todas juntas en mi pecho, en mi boca, no consiguen salir. Solo me encierro en mi habitación y empapo la almohada con un llanto cargado de bronca.
Narrado por JULIET
Algo me despierta. ¿La cama se mueve? Casi. El colchón.
Estoy de costado, observando una parte de la habitación de Kerem que me cuesta al principio ajustarme a la realidad para saber una vez más que soy yo quien está acá y debo ajustarme a lo que hay a nuestro alrededor.