El calor de tus alas.

"El ángel es una sombrilla"

 

Iniciemos con un amanecer ¿Si? Un amanecer frío, lleno de bruma que desaparecía apenas el sol tocaba las tejas llenas de moho. Espejos de agua que se hacen en los techos a causa de las lluvias nocturnas. Calles empinadas y llenas de coloridos adoquines, un reto a subir para los turistas y peor cuando éstas están húmedas. 
Xalapa era una ciudad fría, llena de casonas estancadas en el tiempo, con diseños que iban del barroco, al las elegantes construcciones españolas.

Una chica, de cabellos semi rubios y piel blanca por la falta de sol, a excepción de las mejillas y la nariz, rojas por el frío, caminaba con paso lento y pesado. Su chaqueta marrón, demasiado grande para su cuerpo, y sus pantalones ajustados la hacían ver como una niña pequeña, a pesar de eso, Rosa recién había cumplido los 18 años; no hubo fiesta, no hubo pastel, no hubieron amigos ni nada relevante, sólo ella y un libro que la bibliotecaria, lo más cercano que tenía a una amiga, le regaló.

Iba caminando a la universidad, no le preocupaba llegar temprano o a veces ni siquiera le importaba llegar. Hoy fue la excepción porque alguien necesitaba de sus servicios. Hugo, el chico de belleza abstracta, flacucho, orgulloso y que se creía hombre sólo por esos tres pelos que le crecían debajo de la barbilla.

Rosa llegó al Instituto, nadie la saludaba, nadie la volteaba a ver, es más, hubieron varias veces en las que la empujaron para apartarla del camino, pero ya no se quejaba, ya estaba acostumbrada.
Por los pasillos, algo cálidos por el aliento del montón de alumnos, Rosa se abría paso hacia su salón, no le había contado a nadie sobre su encuentro sobrenatural con aquél ángel, lo último que le faltaba era que la tomaran como loca.

-Rosita -ésta vez no era de su ángel la que la sacaba de sus pensamientos, sino de Jessica, una de las "amigas especiales" de su novio. Rosa se detuvo de golpe, apretó los ojos y luego suspiró -escuché que pensaste suicidarte ¿eso es cierto? -dejó caer su brazo sobre los hombros de la pobre muchacha, haciéndola balancearse un poco.

-Chismes

-Me alegra, porque dentro de poco va a ser el cumpleaños de Hugo y no queremos que se quede sin regalo ese día ¿verdad, querida? -Jessica, que ya iba encaminada hacia el mundo del modelaje, la miró con su perfecta y falsa sonrisa a modo de descaro. Arreglarla para un cumpleaños significaba depilarla por todas partes; a Hugo no le gustaba que las mujeres tuvieran de vellos de más.

-No te preocupes por eso, Jess, tengo todo listo -dijo con indiferencia.

-Hablando del diablo.

-Preciosa -Jessica apartó rápidamente el brazo de Rosa y se dejó sustituir por Hugo quien, sin ningún descaro, la acaricio desde los hombros, hasta la cintura e incluso me atrevería a decir que le tocó las nalgas.

-Hola Hugo -trató de fingir una sonrisa, ésta era tan actuada que todo mundo creía que era real. Entonces el joven de mohicano totalmente exagerado, tomó bruscamente la joven de la mandíbula y la guío hacia su propia boca, besándola con algo de violencia, como si quisiera comérsela. Soltó a su novia unos segundos después, dejando a Rosa jadeando y adolorida de la boca.

-Hugo ¿qué vas a querer para tu cumpleaños? -dijo Jessica mientras jugueteaba con uno de sus mechones de pelo, teñido, aunque ella no lo admitía.

-Yo ya tengo mi regalo, solo falta envolverlo -abrazó por la cintura a Rosa y la jaló hacia él.

-Yo no soy tu regalo -se atrevió a decir, entonces la mano de Hugo empezó a apretar su cintura. Dolía.

-¿Qué dijiste, preciosa? -fingió cariño.

-Nada, nada.

Entraron a clases. Para Rosa estudiar no tenía sentido alguno, era aburrido, monótono, y en algunas ocasiones se preguntaba si sería capaz de lograr algo a futuro.

La larga jornada terminó, Hugo ya se había hecho con Rosa, literalmente arrastrándola hasta un restaurante, el favorito de Hugo, porque ahí las meseras daban un buen servicio.

El lugar era elegante, nada mal para un restaurante de segunda, un pequeño local hecho de adoquines color marrón y enredaderas que recientemente habían plantado, por lo que se podían ver algunas líneas verdes en las paredes. Por dentro, las mesas estaban distribuidas de forma en que a las parejas estuvieran en la ventana y los amigos o familia en medio, dándole un buen ambiente, cálido, cómodo, pero no para Rosa, para ella los platos principales eran las meseras y no hablaba por ella, hablaba por Hugo. Donde todo mundo veía meseras, él veía agujeros donde meterle el...

-Buenas tardes ¿que les puedo servir? -interrumpió una mesera, pero no cualquiera, una de ojos obscuros, cabello marrón y puntas teñidas de gris, que en ésta ocasión, oscilaba en una cola de caballo.

Rosa miró a la mesera, impresionada Malditas coincidencias, pensó. Al ángel no le tomó tanto reconocerla, sonrío de forma juguetona, y a pesar de ese duelo de miradas, Hugo no lo notó, ya había elegido a su postre.




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