El calor de tus alas.

"Rosa conoce al ángel"

Los días pasaron, el cumpleaños de Hugo había llegado. Rosa odiaba las multitudes y más si no conocía a nadie, además de que, según ella, ya no estaría viva para ésta fecha; pero ahí estaba... con una máscara llena de escarcha morada cubriéndole la mitad de la cara. Le habían prestado un vestido púrpura que le llegaba hasta el muslo, escote de corazón para realzar su busto, llevaba una gargantilla negra con una diminuta campana y adornó sus pequeños pies con sandalias blancas. Cualquiera diría que era una niñita que iba a una fiesta de disfraces, pero no; era la amargada y única novia de Hugo parada en una esquina con un vaso de refresco del cual no había tomado nada.
Ella no se había esmerado en hacer una máscara que la cubriera toda la cara como a varios lo habían hecho. Caras de brujas, caras de caballos, de tigres, incluso alguien tenía una hoja de papel con dos agujeros en los ojos.

La música estaba a todo volumen, para Rosa eso era desagradable, le retumbaba la cabeza, incluso se sentía mareada, pero entonces ese fastidioso ruido empezó a bajar de intensidad y el cumpleañero se abrió paso entre la multitud, quedando en medio de un gran círculo que le aplaudió apenas lo reconoció.

-Bueno, gente, gracias por venir a mi fiesta y los regalos que me han dado. Pero para que vean que yo también soy generoso con ustedes, compré un par de botellas que nos podrían acompañar esta noche; todos a la barra.

Entonces una gran multitud se fue acercando hacia Rosa que estaba justo al lado de un refrigerador lleno de botellas de cerveza de todos tipos.
Se hizo a un lado luego de que le empujaran varias veces y en una de esas, «maldita suerte», cayó en los brazos de Hugo.

-Soy irresistible, lo sé -dijo en tono juguetón.

-No te había visto en toda la noche... feliz cumpleaños -trato de sonreír, pero nada salió de sus labios más que esas palabras huecas.

-No me trajiste regalo ¿cierto? -agachó la cabeza para poder acercarse a la chica

-Hugo, sabes que apenas y pude conseguir un vestido.

-Entonces te envolviste para mi -sonrió con malicia.

-Yo no la llamaría así -giró la cabeza para no tener que oler el aliento del chico, que ya olía a cerveza. Él se había vestido de pirata, su máscara era únicamente un parche que le cubría un ojo, una barba y un bigote falso. Ató su cabeza con un paliacate, escondiendo su cabellera color miel, lo demás del atuendo era totalmente improvisado.

-No me importa, no me trajiste regalo, me tienes que pagar con otra cosa -tomó a la chica por la cintura y la acercó a él, no sólo pegando sus cuerpos, sino que también sus labios.
Rosa empujó al joven del pecho para poder separarse.

-Por favor, aquí no -suplicó.

-Entonces vamos al cuarto de arriba.

-Pero... tus invitados.

-¿Porque crees que traje alcohol, idiota?

Tomó a la chica del brazo y la arrastró hasta uno de los cuartos, ella sabía lo que iba a pasar, no lo quería, estaba harta de ello, pero se dejaba tocar, se dejaba acariciar de esa forma tan brusca por una sola razón: miedo
Hugo tenía fama de delincuente, nadie, a menos que él lo permitiera, se le acercaba, se metía en problemas constantemente, y desde la primera vez que vio a Rosa, se quedó enganchado con su hermoso y pequeño cuerpo, y sí, se podría decir que Rosa cayó en sus encantos.

El cuarto tenía un desagradable olor pero ella ya estaba acostumbrada a él, tenía pósters, algunos vulgares, algunos de bandas que Rosa desconocía; en el piso estaba regado ropa, tal vez sucia, tal vez no, y la cama siempre estaba desarreglada aunque era el lugar más limpio de todo el lugar.

Él la lanzó a la cama y no dudó en empezar a comerse su cuello, para luego bajar a sus senos, los olfateó sobre la fina tela y con desesperación buscó el cierre del vestido. Antes de darse cuenta, ya estaba con su ropa interior, de la que sería despojada en unos momentos. Hugo saboreó cada parte de piel que se estremecía con cada brusca caricia.

-Eres tan linda... -dijo Hugo con un tono de voz lascivo. -Te arreglaste para mi -lamió su desnudo pecho, el vientre y otra vez la clavícula, como si tuviera dulce en lugar de piel. 
Se puso sobre ella, sosteniendo sus brazos para que no se moviera, y no lo iba a hacer, Rosa era una muñeca que yacía en la cama sin expresión alguna; sin demostrar placer, disgusto, odio, sólo una mirada perdida.
Hugo se bajó los pantalones, cosa que se le complicó porque se había puesto dos cinturones que hacían juego con su atuendo, y volvió a ponerse sobre Rosa y casi en automático, ella bajó su mano hasta donde el pene de su novio estaba empezando a levantarse. Jugó con el bulto unos momentos, haciendo suaves movimientos y apretando en donde sabía (él ya le había indicado cómo le gustaba en su primera vez) el chico suspiraba con fuerza, no le costaba trabajo excitarse.

-Voltéate -Murmuró él, ella obedeció. Hugo sacó de su cajón unos condones, era lujurioso mas no idiota. 
Rosa se puso en cuatro, mirando la pared, lo único en lo que podía sostenerse cuando él lo hiciera. Sintió unas manos frías bajar su ropa interior, no se molestó en quitárselas completamente; manoseo su trasero, «suave, perfecto» según él. Sus manos se posaron en los hombros de la chica quien ya sentía el miembro de Hugo frotar su trasero.




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