El calor de tus alas.

"El ángel fue visitado"

Rosa abrió los ojos y se dio cuenta de que no estaba en su casa, y mucho menos en su habitación, se sentó de golpe en la cama y se recargó en la pared y llevó sus rodillas hasta el pecho, ahí fue donde recordó dónde estaba.
Volvió a mirar el lugar; justo a lado de ella había una funda de guitarra, y una de las paredes estaba llena de fotografías, en muchas salía Raquel con distintos largos de cabello, peinados, incluso colores.

Buscó debajo de la almohada su celular, eran las 11:45 a.m., haciendo cuentas, había dormido poco más de 10 horas. Entró al baño, que en comparación con toda la casa era muy pequeño y salió de la habitación algo apenada, según ella, Raquel ya estaría despierta, pero no. La casa estaba tranquila, sin movimiento. Rosa se acercó al mueble donde su anfitriona le había dicho que iba a dormir y ahí se encontraba ella, dormida plácidamente; estaba boca arriba, tapada hasta la cintura con dos sábanas, uno de sus brazos, el derecho colgaba del mueble, el izquierdo estaba sobre sus ojos, mostrando su antebrazo interno; había un dibujo, no, un tatuaje: un dragón. Su cabeza estaba en la muñeca y bajaba con curvas hasta el doblez de su brazo, marcando con escamas algunas se éstas.

Dudó si tenía que despertarla o irse dejándole una nota, se quedó parada ahí unos momentos.

* * *

«¿Qué es ese olor delicioso? ¿huevos?... el desayuno.»

Raquel sintió un delicioso aroma despertarla, abrió lentamente los ojos y se los frotó; como ya era común que ella durmiera en el mueble, no se extraño despertar ahí, pero sí el levantarse con un olor tan agradable. Se sentó y comenzó estirarse, varios de sus huesos comenzaron a tronar, bostezó sonoramente, y luego de algunos movimientos con el cuello miró a un lado; un hermoso, pero pequeño cuerpo estaba ahí, contemplándola; su cabello claro se veía desalineado, sus ojos cafés tenían una mirada pesada y gracias a la enorme chamarra que le había prestado no se le notaban los pechos, pero Raquel sabía bien que sí tenía; redondos y bien formados, justo a la medida de su cuerpo. Raquel quería convertirse en una niña pequeña para llorar por alimento y mordisquearselos. No se paraba muy derecha, es más, encorvaba un poco los hombros. Estaba cruzada de brazos y golpeando el piso con sus pies, como si estuviera desesperada.

-Buenos días -le sonrió mientras se incorporaba en el mueble.

-Un tren podría pasar al lado de ti y tú seguirías dormida. ─Regañó ─He estado intentando despertarte desde hace 10 minutos. -Raquel rió.

-¿Hiciste el desayuno? No era necesario.

-Fue para agradecer.

-Bueno, gracias. Ahora te alcanzo, voy a ir al baño. 
Rosa puso el desayuno en la mesa de la pequeña sala mientras Raquel se encontraba en el baño. Cuando regresó, ambas se pusieron a comer en el mismo silencio que la noche anterior.

Mientras que Raquel devoraba lo que estaba en su plato: Huevos fritos, frijoles (aunque eran de lata) y unos trozos de tocino, Rosa solo observaba su taza de café caliente, medio llena y humeante, Raquel notó el poco apetito de su invitada.

─¿No comerás?

─No tengo hambre.

─¡Pero esto está delicioso! ¿Cómo es que cocinaste todo ésto? Yo no podría.

─Soy la única que cocina en casa. Una amiga mía me enseñó. ─Tomó un sorbo de su café─ Es cuestión de práctica y, bueno, buen gusto.

─Deberías probar tus obras, por lo menos. ─Tomó un trozo de tocino y lo acercó a la boca de Rosa. ─Anda, anda.

Rosa puso los ojos en blanco y acercó la cara, vencida. Mordió la carne frita y volvió a sentarse mientras miraba a Raquel con una expresión de "¿Ya estás feliz?"

─¿Lo ves? Está bueno.

─Sólo freí la carne Raquel.

─Pero a mi siempre se me quema ─Se comió el resto del trozo.─ Y sabe mal.

Rosa sonrió fugazmente ante aquella afirmación; creyó que Raquel, viviendo sola, hacía cosas mas de "adulta"

─Supongo que podría enseñarte ─Se terminó el café y en ese momento, el celular de Rosa sonó, interrumpiendo la conversación; era un mensaje de Hugo. Ella abrió el mensaje, él pedía verla.

-¿Pasa algo? -Raquel notó tensión en la cara de la otra chica.

-No... Bueno, sí. -Guardó el celular -Mi novio quiero verme.

-¿¡Novio!? -Exclamó.

-El chico que estaba conmigo en el local ¿Lo olvidaste?

-¡Oh, santa mier...! -Se tapó la boca.

-¿Qué?

-Rosa, lo siento

-¿Qué? -dijo asustada.

-Creo que le rompí las bolas a tu novio. -La respuesta fue tan inesperada que Rosa mostró una sonrisa, que luego se amplió más mientras un dulce sonido salía de su garganta. Una risa, una carcajada. Se tapó la boca para no ser escuchada.

-¡Oye! ¡Si te ríes!




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