El calor de tus alas.

"Sin querer, el ángel recuerda"

Desde hace tiempo, Abrid ya no se molestaba en abrir los ojos una vez despierta, aun así, la costumbre la obligaba a hacerlo; eso y los besos en el pecho que recibió de su invitada. 

─Buenos días. ─dijo la joven morena de ojos verdes que la acompañaba en su cama, sin una prenda puesta.

─Buen día, Fabiola. ─La muchacha se acostó sobre ella. ─¿Dormiste bien?

─¿Siquiera dormimos? ─Rió. Acercó sus labios a los de Abrid, pero ésta la detuvo con una mano.

─Ya deberías irte. ─dijo seria.

─Bien.

─No muevas nada de su sitio. ─Advirtió al sentir ligereza sobre ella. 

La muchacha había sido su última conquista. Sabía de antemano que Fabiola solo era curiosa, y el hecho de poder relajarse un poco y olvidar sus constantes dolores de cabeza, la impulsaba a coquetearle más y más hasta que, justo anoche, cedió.   

Una vez Fabiola se fue, Abrid se levantó de la cama, la rutina era necesaria cuando se vivía sola; todo debía estar bien ordenado para no tropezar, y nada debía ser movido de su lugar, para no confundir una cosa con otra.

Mientras desayunaba, planeaba más formas de coquetear con Marla, en verdad se había interesado en ella, pero al ser ella demasiado tímida, le costaba trabajo abrirse hacia Abrid, esa mujer daba mucho trabajo, pero le gustaba relajarse estando en la biblioteca, así que no dejaba pasar la oportunidad. Entre pensamientos, sintió una presión en el pecho y un intenso escalofrío en la espalda, se levantó de golpe y frunció la nariz.

─Carajo ¿Qué haces aquí, Azael? ─gritó con la boca llena.

─Vine de visita ─habló con su gentil voz.

─La gente normal entra por la puta puerta y no aparece de la nada ─Se cruzó de brazos.

─Lo siento, quería saber cómo estás.

─Ciega, igual que las otras veces ─. Volvió a sentarse. Azael no supo que responder.

─¿Irás a alguna parte? ─dijo mirando su atuendo, algo provocativo.

─Sí ─contestó con frialdad.

─¡Por el grande, Abrid! ¿Cuándo dejarás de odiarme?

─Cuando te vea de nuevo. ─Comió el último bocado de su desayuno.

─Difícil... ─murmuró. Aún parado frente a la mesa, se cruzó de brazos. ─Si vas a salir, mínimo déjame llevarte ─ofreció.

Abrid podía estar enojada con Azael, pero últimamente Raquel ha estado ocupada con Rosa y no tenía quien la llevara. Terminó aceptando. Su destino: la biblioteca.

─Supongo que has hecho amistades. Claro, si es que la persona que vas a ver no es una de tus conquistas. 
Abrid no contestó y eso fue lo único que se dijo en todo el viaje. No fue hasta que a Abrid le llegó un agradable olor a tierra húmeda y pinos, cuando supo que habían llegado.

─Azael, para, por favor. ─Se detuvo y el muchacho hizo igual. ─Desde aquí puedo sola. ─Desplegó su bastón de aluminio, delgado, plateado y rojo, que le ayudaba a no tropezar en la calle.

─¿Segura? ─Miró la entrada de la biblioteca. ─Puedo llevarte hasta allá, no es muy...

─Azael, por favor. ─Lo soltó del brazo y sin despedirse, comenzó a caminar.

─Cuídate, Abrid. ─Ella no le contestó.

─¿Hola? ─dijo Abrid al entrar, y como siempre, Marla le quitó los ojos al libro que tenía en el escritorio.

─Buenos días.

─Aquí estás, linda. ─Marla la guío hacia una silla. ─¿Qué hacías?

─Leyendo, me trajeron un libro nuevo.

─¿Cual es esta vez?

─"Todas las hadas del reino" de Laura Gallego.

Abrid recargó sus brazos en el escritorio y se inclinó hacia adelante, interesada en el título.

─¿Lo leerías en voz alta? ─Acomodó su cabeza sobre sus brazos y cerró los ojos. Marla la miró unos segundos, recostada así, Abrid era como una muñequita de porcelana o una de esas bailarinas que esperan dentro de una cajita musical. Linda y delicada, nada que ver con su carácter.
Marla retomó la lectura desde el inicio, Abrid la escuchaba, atenta y silenciosa para deleitarse con la voz de la mayor, era verdad que sus dolores desaparecían cuando la escuchaba.

 Estuvieron así por varios capítulos hasta que Marla leyó un fragmento que le llamó la atención.

"Tras dejar calentando el puchero de chocolate, se detuvo en la estantería donde guardaba lo que consideraba su mayor tesoro: su colección de libros de cuentos, que había coleccionado a lo largo de toda su vida y que nunca se cansaba de releer"

─¿Igual que tú? ─interrumpió Abrid, sin dejar su posición.

─Pues... no tengo una colección tal cual, pero si tengo mis favoritos que releo. ─Cerró el libro. Abrid volvió a incorporarse.

─¿Sabes? Aunque tengo libros en braille, nunca he leído uno. ¿Por qué no me lees uno completo?

─¿Y-Yo?

─Claro ─Extendió las manos para que Marla las tomara. Y lo hizo.

─No creo que te gusten ─dijo tímida.

─No me importa, si eso me permite estar un rato más contigo.

Todo el rubor que Marla no se ponía en la cara, apareció poco a poco en sus mejillas. Soltó a Abrid y se levantó de golpe.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.