En ese momento, Musa y Aiket irrumpieron por la puerta principal, sus rostros desfigurados por el horror al tomar en cuenta la escena ante ellos.
Aiket corrió hacia Shahana y le colocó una mano sobre el hombro, pero Azlan ya la había reunido en sus brazos, su cuerpo temblando mientras la sostenía contra su pecho.
—¡Necesito llevarla al hospital, ahora! —su voz se quebró bajo el peso del miedo.
Musa salió corriendo a buscar las llaves del coche. Azlan la cargó fuera de la casa, aferrándola con desesperación, murmurando oraciones entrecortadas entre sus labios.
En el auto, Azlan la acunó en su regazo, su mano temblorosa apartando mechones de cabello de su rostro pálido.
—Por favor, Shahana… —susurró, su voz rasgándose con el dolor—. Prometiste que no me dejarías.
Cada segundo de silencio era un puñal en su corazón. Su respiración se volvía errática mientras buscaba en su rostro algún indicio de vida. Sus ojos, inundados de lágrimas, reflejaban una desesperación que no podía contener.
—No puedes romper tu promesa… No puedes…
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Los dedos de Azlan permanecían entrelazados con la mano inerte de Shahana mientras la camilla avanzaba por el pasillo del hospital. Sus pasos se apresuraban para seguir el ritmo, su respiración entrecortada por la angustia.
Los muros blancos del hospital parecían extenderse sin fin, fríos y desoladores. Sobre él, la luz fluorescente bañaba todo con un resplandor estéril, indiferente a la desesperación que lo consumía.
Su corazón martilleaba dentro de su pecho—un latido ensordecedor, implacable, como si intentara atravesar la oscuridad de su desesperanza.
—Señor, no puede seguir más allá —una doctora se interpuso en su camino, su voz firme pero comprensiva, perforando la neblina que nublaba su mente.
El agarre de Azlan sobre la mano de Shahana se intensificó, sus nudillos palideciendo. No podía soltarla. No quería soltarla.
Si la dejaba ir ahora, temía que sería para siempre.
—Por favor… —su voz se quebró en un murmullo suplicante—. Déjenme estar con ella. Le prometí que no la dejaría sola.
Los ojos de la doctora reflejaban comprensión, pero negó con la cabeza, su tono bajo pero inquebrantable.
—Cada segundo cuenta. Tenemos que hacer todo lo posible por estabilizarla. Por favor, intente entender… No puede estar con ella ahora.
Los dedos de Azlan se cerraron aún más alrededor de los de Shahana, como si su contacto pudiera anclarla a este mundo.
Su voz se tornó áspera, desesperada.
—Le prometí que no la dejaría. Juré que esta vez no la abandonaría.
Su mirada era salvaje, su desesperación palpable.
Musa dio un paso al frente y colocó una mano firme sobre su hombro.
—Enişte… por favor.
Su voz era serena, pero sus ojos reflejaban la misma tristeza que la de Azlan.
Azlan negó con la cabeza, rehusándose a aceptar la realidad.
—No, Musa. No puedo dejarla. ¡Le prometí que no lo haría! —Su voz temblaba con determinación, cada palabra era un grito ahogado contra el destino que intentaba arrebatársela.
Una enfermera se acercó con gentileza, sus manos suaves pero firmes mientras separaba los dedos de Azlan de los de Shahana.
El contacto se rompió.
Y con ello, sintió que una parte de él había sido arrancada de su alma.
La camilla desapareció tras las puertas, y el eco del golpe al cerrarse resonó en el pasillo como una sentencia de muerte.
—No… déjenme entrar con ella.
Azlan se lanzó hacia la puerta cerrada, su desesperación desfigurando su rostro. Golpeó el metal frío con los puños, como si la fuerza bruta pudiera devolverle el acceso a su esposa.
—¡Por favor… se lo prometí!
Su voz reverberó a lo largo del pasillo, impregnada de una desesperanza tan desgarradora que convirtió el aire estéril en algo insoportablemente pesado.
—¡Shahana… Shahana!
Gritaba su nombre como si ella pudiera oírlo y regresar a él.
Musa lo sujetó por detrás, tratando de contenerlo mientras Azlan se debatía, aferrándose a la única persona que le quedaba en el mundo.
—Enişte, por favor… Tienen que hacer su trabajo —susurró Musa, su propia voz ahogada por la pena.
Pero Azlan no escuchaba. No estaba en sus sentidos.
—¡Suéltame, Musa! ¡Le prometí que no la dejaría sola!
Su grito fue un cóctel de ira, dolor y una desesperación que no podía poner en palabras.
—¡Shahana! —gritó una vez más, su voz estrellándose contra las paredes del hospital, resonando en los pasillos vacíos, alcanzando a todos… excepto a quien más importaba.
Y entonces, su fuerza se agotó.
Sus rodillas cedieron y cayó al suelo helado, su brazo aún extendido hacia la puerta que lo separaba de su mundo.
Su cuerpo se sacudió con sollozos descontrolados.
Imágenes de Shahana destellaron ante sus ojos—su risa, la forma en que sus ojos se suavizaban al mirarlo, la calidez de su mano entre la suya. Cada recuerdo lo desgarraba por dentro, un recordatorio cruel de lo que estaba perdiendo.
Y entonces, la escuchó en su mente, su voz flotando en su memoria como un eco distante.
"Te lo prometo, Azlan. No te dejaré."
Azlan inclinó la frente contra el suelo frío, su cuerpo sacudido por llantos incontenibles.
Había personas a su alrededor—médicos, enfermeras, extraños con miradas compasivas—pero nadie podía alcanzar el abismo de su sufrimiento. Nadie podía rescatarlo del vacío en el que estaba cayendo.
El amor podía ser una bendición, pero esa noche, se sentía como la más cruel de las maldiciones.
Sus pensamientos vagaron, perdidos entre recuerdos y fragmentos de su voz.
"No tengo razones para enfrentarte."
Recordó cuando ella se lo había dicho, su expresión vacía de la calidez que solía habitar en sus ojos.
Había agarrado su cabeza con desesperación.
—Enişte… tienes que calmarte —susurró Musa junto a él, intentando consolarlo.