Capítulo 1
Cuídame, oh Dios, porque en ti confío.
Salmos 16:1
La tarde permaneció cubierta de nubes grises mientras Isabella caminaba rumbo a la parroquia a la que siempre asistía, y sobre todo los domingos sin falta, no quedaba lejos de su casa, tan solo tardaba diez minutos en llegar al estar a seis cuadras de distancia, conocía el recorrido a la perfección.
Siempre pasaba frente a una tienda de artículos para bebés y más de una vez se había detenido a observar la ropita diminuta que ponían en pequeños maniquíes en la vidriera, le parecían adorables.
También sabía que en la segunda cuadra debía tener cuidado al pasar por debajo del balcón de un edificio, una vez una maceta se cayó y casi golpeó a un hombre, claro que para ese entonces ya habían quitado todas las macetas que podrían matar a alguien, pero uno nunca sabe si algo así se podría repetir.
Le gustaba llegar a la tercera cuadra por la que tantas veces había caminado, ya que en esta había una panadería a la que amaba ir a comprar medialunas, pues todo lo que Ricardo –el dueño del local– cocinaba era delicioso. Y al pasar por allí se podía percibir el rico aroma del pan.
Por otra parte, sabía que los domingos al llegar a la cuarta cuadra debía detenerse un momento en una preciosa casa pintada de un suave color melocotón, tocar el timbre y esperar a que la señora Miriam saliera, siempre la pasaba a buscar para acompañarla a la parroquia. La mujer era una anciana de 86 años que a pesar de su edad se mantenía muy sana, y que los domingos siempre asistía a la misma parroquia que Isabella, junto a su esposo Carlos, pero al fallecer este mismo dos meses atrás Isa comenzó a caminar con ella hasta la iglesia para que la anciana, que tanto le recordaba a una abuela, no se sintiera sola.
Así que ahí estaba a punto de tocar el timbre marrón a un costado de la puerta de madera. Pasaron varios segundos hasta que se escucharon pasos del otro lado y un pequeño maullido y luego la puerta se abrió relevando a la señora Miriam con su siempre arreglado cabello gris, en sus brazos descansaba Jorge, su gato anaranjado, al que solo le gustaba dormir.
–Isa, siempre a tiempo, querida. Ven, pasa, voy por un abrigo y nos vamos. –le sonrió la amable mujer mientras le entregaba al animal que se estaba quejando por haberlo despertado de la siesta. Isabella lo tomó en sus manos con gusto y entró en la casa.
–Hola, Miriam. ¿Cómo está hoy?
–Bien, bien, estuve tejiendo unos guantes, seguro que te van a quedar bien, cuando los termine te los mostraré. –Respondió la mujer entrando a una habitación, Isa la escuchaba mientras se sentaba un momento en un suave sillón que había en el living, dejando al gato sobre sus piernas.
–Ay, agradezco el gesto, con el frío que comenzará a hacer cuando llegue el invierno un par de guantes no vienen mal.
Y así era, tan solo estaban en otoño pero el frío –especialmente por las noches– se dejaba notar, por eso Isabella se había envuelto en un lindo abrigo beige antes de salir de su hogar.
–Ya estoy lista, querida, podemos irnos, deja al dormilón ahí en el sillon. –fue lo que le dijo Miriam al volver minutos después. Haciéndole caso se levantó y dejó a Jorge en donde ella había estado sentada y dándole una última caricia se dirigió a la puerta donde su compañera la esperaba con la llave en manos. Se sonrieron y juntas salieron de nuevo a la calle.
Con los brazos entrelazados comenzaron a caminar el pequeño tramo que faltaba para llegar a su destino. A medida que avanzaban la suave brisa causaba que su cabello castaño bailara, el crujido de las hojas bajo sus pies era lo único que podían escuchar, y pocas personas transitaban por ese mismo lugar. El barrio era tranquilo los domingos y eso era otra cosa que le gustaba a Isa, la tranquilidad.
En especial en aquellos momentos donde quería que su mente solo estuviera ocupada en alguien: Jesucristo.
Un nombre pronunciado en una época en la que incomoda, donde las personas hablan de energías, astrología y horóscopos que predicen tu vida, quien sos y lo que serás, donde te dicen que sos libre de creer en cualquier cosa, incluso en aquello que no tiene ninguna lógica, pero que al oír “Jesús” se escandalizan.
Isabella en más de una ocasión tuvo que presenciar eso mismo en muchos lugares, soportar aquella intolerancia, disfrazada de opinión personal. Aquellos ataques a su fe que todo cristiano ha tenido que padecer en los últimos dos mil años. Pero lo consintió, porque ella sabía que bienaventurados son aquellos que en nombre del hijo de Dios son perseguidos, y ella sabía que es ahí donde pertenecía, que no fue creada para este mundo, sino que para más, para una eternidad en el amor del Señor. Y no hay nada que no haría por este mismo.
–Lectura del Santo Evangelio según san Juan. –comenzó leyendo el sacerdote, Isabella estaba sentada junto a Miriam en el cuarto banco del lado derecho, escuchando en silencio–.
<<En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo:
Padre Santo,
cuídalos en tu Nombre
–el Nombre que tu me diste–
para que sean uno, como nosotros.
Mientras estaba con ellos,
yo los cuidaba en tu Nombre