El camino que no elegiste tomar

Capítulo 3

Capítulo 3

La paz que necesita la sociedad se encuentra en la Cruz que rechaza.

C. S. Lewis

Isabella no podría decir qué fue lo que la despertó aquella mañana, era lunes y debería volver a su rutina de siempre, tal vez fueron los sonidos del exterior; de una ciudad que comenzaba a despertar como ella lo estaba haciendo o tal vez fue el sueño agitado que estaba teniendo, aunque como siempre nunca lo recordaba, y de allí su sobresalto. Pero después de varios segundos con la cabeza apoyada sobre la almohada eso dejó de importar, tenía que levantarse y prepararse para asistir a la facultad, eso sí importaba.

Fue por eso que con la pereza característica de un lunes a las seis de la mañana se levantó de su cama y fue directo al baño. Al terminar de prepararse se dio cuenta de que su papá acababa de despertar, pues se escuchaban ruidos en su habitación. Lo confirmó cuando se lo cruzó en el pasillo, se dieron los buenos días con una tranquila sonrisa y él se metió en el baño, ella en cambio regresó a su habitación.

Allí agarró un libro de oraciones y el rosario que reposaba en su mesita de noche y comenzó a rezar como solía hacer cada mañana, entregando su día, su jornada, a Dios, siempre a Él.

Con el paso de los años se hizo una bonita costumbre empezar el día así, no podía imaginarlo de otra manera, sin hablar con Él apenas comenzaba su día, sin saludarlo, sin adorarlo. Sin entregarle todo lo que era y tenía.

Cuando terminó su estómago gruñó, no podía pasar otro minuto sin desayunar si quería no desmayarse en el camino a la clase del señor Hernández.

Se dirigió a la cocina y preparó tostadas con mermelada y queso, sin olvidarse de poner a calentar el café tanto para ella como para su padre.

Se sentó y comenzó a comer mientras revisaba sus redes sociales y los mensajes que tenía sin leer, si le gustaba algo de levantarse temprano era aquello, poder hacer todo a un ritmo relajado sin desesperarse al pensar que podría llegar tarde a la facultad o a algún otro lugar.

Sentarse en la cocina y tomar café en silencio cada mañana le agradaba, iba acorde a su personalidad: tranquila, amena, sencilla.

Cuando terminó su última tostada apareció su papá con el cabello húmedo.

–¿Ya terminaste?

– Sí, y si no te apuras vas a llegar tarde, pa. –le dijo mientras veía como el hombre agarraba una taza para servirse café.

Su padre era lo contrario a ella, no se levantaba mucho más temprano para tener más tiempo sino que siempre andaba a las corridas.

–Sí, tienes razón, por eso voy a tomarlo en el camino. –se miraron y en sus rostros estaba dibujada esa complicidad que solo padres e hijos tienen, siempre hacían lo mismo, cada mañana era igual. Lo había sido desde que la madre de Isabella había partido a casa del Padre siete años atrás. Desde entonces ellos eran lo único que tenían, padre e hija luchando por salir adelante, esa era la historia.

Su madre era joven, tan solo tenía cuarenta y dos años al fallecer, pero tenía un cáncer avanzado y no hubo nada que los médicos pudieran hacer, así es como a la corta edad de diecisiete años Isabella quedó destrozada, así es como descubrió lo que es que te rompan el corazón, pero aprendió a vivir con ese dolor, aprendió a cargar con esa cruz, aprendió a entregárselo a Dios.

El camino recorrido no le resultó fácil, nunca lo es. Pero lo logró, y cada vez que alguien le preguntaba “¿cómo estás?” ella podía responder que bien, porque esa es la verdad, porque encontró paz, el consuelo que necesitaba para levantarse.

Guillermo, su padre, se despidió de ella con un beso en la frente y agarró su bolso para luego salir de la casa. Era profesor de Biología en una escuela secundaria.

Isabella al quedarse sola se dispuso a lavar lo que había ensuciado y luego fue a su habitación a terminar de prepararse para salir de su hogar. Se vistió con un jean azul y un par de botas negras, se puso un suéter gris y el abrigo que solía usar todos los días, era cómodo y cumplía bien su función de abrigarla. Se aseguró de que todas las luces estuvieran apagadas y colgándose la mochila en su espalda camino hacia la puerta, la abrió y salió a través de ella directo al camino de piedras que la llevaba hasta las rejas que debía traspasar para poder salir a la vereda.

Al pasar por ellas casi choca con un joven que caminaba apurado, vaya a saber Dios a donde, con los ojos pegados a la pantalla de su celular, ni siquiera volteó a mirarla simplemente siguió su camino.

Isa frunció el ceño ante aquella falta, pero al instante le quitó importancia y soltando un suspiro cerró bien la puerta con llave y comenzó a caminar hacia la parada del colectivo.

Miró hacia el cielo, que aun estaba algo oscuro y sonrió. Ella siempre sonreía al tener la mirada fija en el cielo.

Con esa misma sonrisa iba a enfrentarse a cualquier cosa que le aguardara aquel día.

–Pero la mierda. –gruñó Ana, la mejor amiga de Isabella. Estaban en el pequeño receso de veinte minutos antes de tener que volver al aula.

El siglo XXI tiene una cosa en especial, las redes sociales, y en consecuencia que cualquiera puede leer lo que publicas y responderte aunque tu no quieras. Y Ana no quería que le respondieran.




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