Capítulo 5
Extenuante. Palabra perfecta para describir cómo había sido aquella mañana para Nicolas. Y en ese momento él se encontraba exhausto recostado sobre la silla del mostrador de la librería en la que trabajaba.
Con la cabeza hacia arriba y los ojos cerrados no hacía más que recriminar a sí mismo por su total irresponsabilidad la noche anterior al acudir a mirar el partido con sus amigos. Ahí estaban las consecuencias.
Tuvo que hacer un esfuerzo vigoroso esa misma mañana para levantarse de la cama y estar listo para asistir a la facultad. A la que se dirigió corriendo, tropezando con varias personas en el camino y seguramente ganándose uno que otro insulto que poco le importaron, tenía que llegar temprano.
Llegó con diez minutos de antelación y solo cuando estuvo dentro del aula se permitió respirar con normalidad, ese día le tocaba un parcial muy arduo y necesitaba una buena calificación para poder regularizar la materia; la cual era conocida por ser una de las más complicadas de aquel año, debía poner todo su empeño en aprobar, sin distracciones, precisamente lo que no hizo del todo el dia anterior.
Por eso, allí estaba, con los ojos cerrados, agotado esperando a que alguien se dignara a entrar en la tienda y gastar dinero.
El tintineo de la campanilla en la puerta lo sacó de su letargo. Parpadeó un par de veces y se irguió en la silla, intentando parecer mínimamente presentable.
Una mujer joven con una bufanda gruesa y una bolsa de tela colgada del hombro entró con pasos decididos, sin siquiera mirar a su alrededor. Llevaba el cabello recogido en un moño descuidado y tenía una expresión de urgencia en el rostro. Se acercó directamente al mostrador.
Nicolás carraspeó antes de hablar, pero fue interrumpido.
—Hola, necesito un libro —dijo sin preámbulos, rebuscando algo en el bolsillo de su abrigo.
Nicolás arqueó una ceja.
—Es una librería. Creo que podemos arreglarlo.
Ella alzó la vista y le dedicó una mirada impaciente.
—Un libro en particular. Lo encargué hace unos días.
Sacó un papel arrugado y lo deslizó sobre el mostrador. Nicolás lo tomó y leyó el título. Era una novela que le sonaba vagamente, pero que no estaba seguro de haber visto entre los pedidos recientes.
—Voy a revisar —dijo, girándose hacia la computadora. Tecleó el nombre del libro y esperó.
—¿Llegó o no? —insistió ella, apoyando las manos en el mostrador.
Nicolás la miró por encima de la pantalla.
—Tranquila, no va a desaparecer.
La chica suspiró, pasó una mano por su rostro y luego murmuró algo que él no alcanzó a oír. La pantalla mostró los resultados. El pedido aún no había llegado.
—Mala noticia. Todavía no lo tenemos.
Ella apretó los labios y bajó la mirada, visiblemente frustrada.
—¿Cuándo lo tendrán?
—Debería estar en el próximo envío, quizá mañana o pasado.
La chica asintió lentamente.
—Bien. Vendré mañana.
Tomó su papel, lo dobló con cuidado y lo guardó de nuevo en su bolsillo. Nicolás no pudo evitar notar cómo sus manos temblaban ligeramente.
Cuando salió de la tienda, él se quedó mirando la puerta por un momento. Nicolás resopló y se dejó caer de nuevo en la silla del mostrador, pasando una mano por su cara.
—La gente y sus prisas... —murmuró, negando con la cabeza.
—¿Otra clienta insoportable? —preguntó Gerónimo, su compañero de trabajo, mientras salía de la trastienda con un carro lleno de libros.
—Ni te imaginas. Entró como si estuviera en una misión de vida o muerte.
Gerónimo se detuvo y lo miró con diversión.
—Bueno, para algunos los libros son un asunto serio.
—Sí, pero parecía que si no lo tenía hoy mismo, algo terrible iba a pasar. Y encima, ni siquiera había llegado todavía. Un poco más y me pulveriza con la mirada, como si fuera mi culpa.
Gerónimo soltó una carcajada.
—Pobre tipo, siempre te tocan los clientes raros. —dijo su compañero, dándole una palmada en la espalda—. Pero dejemos de hablar de eso. Tenemos trabajo.
Nicolás gruñó en respuesta.
—¿Trabajo? Pensé que mi tarea era sentarme aquí y ser víctima de clientes insoportables.
—Sí, pero ahora te toca hacer algo útil. —Gerónimo señaló los libros—. Anda, ve a acomodar estos en los estantes.
Nicolás rodó los ojos, pero se puso de pie sin rechistar. Tomó el carro y se dirigió empujándolo hacia los pasillos de la tienda, murmurando para sí mismo.
—Ser explotado en una librería es todavía peor cuando estás muerto de sueño.
Una hora más tarde, Nicolás, mientras buscaba unos libros para armar un pedido que habían encargado, no podía dejar de pensar en cierta chica que había entrado a la librería. Isabella, había escuchado que la llamaban. Más bien por casualidad había escuchado toda la conversación que mantuvo con los que supuso eran sus amigos. Algo en ella lo había atrapado sin explicación.